De encierros y cajones de recuerdos

Por Clara F. Zapata Tarrés

Con mis audífonos puestos a todo volumen, consciente de los desíbeles que rompen poco a poco mis tímpanos, sin importarme. Nada. Con George Michael y Lenny Kravitz cantándome al oído. Cierro los ojos y llega la nostalgia pero también se repite la misma sensación cachonda, feliz, poderosa, empoderada y valemadrista. Hay que inventar cosas en esta pandemia y esta me acaba de llegar al corazón sin planearla. Llegó de la nada y siento que estoy en sus conciertos, gritando con mariposas en la panza, con el corazón estrujado. No me importa nada, como allá en esos espacios en que podía besar lentamente en la oscuridad de la disco, sin absolutamente ninguna culpa.

Bailo mientras escribo. Me acuerdo cuando tenía 15 años, encerrada en mi pieza, igual que hoy. Sin que nadie me vea, me moleste o me sorprenda. Con mi pared plagada de fotos de este maravilloso ser que murió hace poco y del otro guitarrista negro sensualísimo. Detrás de la puerta quizás Pancho Zapata leyendo sus montañas de libros y María Luisa escribiendo poemas sociológicos. Yo, acordándome de “anoche”…

Hoy mi pared cambia con las fotos en donde salgo encuerada con Joel y Spencer Tunick, otra época en que todo era libertad y vuelta a la vida. Mi cuerpo desnudo junto a otros miles de chilangos y no tan chilangos. Mi pared hoy también está llena de cuerpos desnudos y de cuerpos amamantando.

Algunos años después de acostarme en la plancha del Zócalo capitalino, se suma lo que volcó todo. La lactancia que me ha dado ese poder de confiar en mi cuerpo, en que es mágico y que no importa la perfección. Sueño con el cuerpo de Pink pero realmente nunca he tenido su entusiasmo por fabricar mis músculos. Sólo es un sueño y admiración por aquellos brazos torneados y fuertes. Mis pechos han dado vida a mi confianza, a imaginarme y asegurarme que soy muy fuerte por fuera pero más por dentro. Ayudaron a crecer a mis dos hijas saludables pero más aún seguras y compasivas. Ellas saben que el mundo y la vida son violentos, con recovecos de maldad e injusticias permanentes, pero gracias a la nutrición emocional que recibieron a través de mi cuerpo entregado pueden realmente ponerse en el lugar del otro desde una perspectiva generosa y siempre amorosa. Saben también que las palabras no necesariamente significan las cosas. Saben que nombrar un” gracias” o decir malas palabras no necesariamente significan lo que plantean y que es mejor demostrar con las acciones y las prácticas una reciprocidad heredada. Saben que es mejor decir lo que se piensa sin tapujos y que transitar de las hipocresías a las verdades tiene sus consecuencias.

No sé si el encierro provoca los recuerdos. Hay días productivos, otros ansiosísimos y de una histeria implacable, otros tranquilos como hoy, que se disfrutan y provocan una especie de evaluación del estado actual a través de una recapitulación de las experiencias del pasado.

Hoy, todo ha valido la pena. Mis amores, los besos no buscados, mi separación, mi reencuentro con el amor y la pasión en caída libre que llegó cuando ya no había casi esperanzas, el sufrimiento que conllevó el nacimiento de mi primera hija y a la incertidumbre sobre la vida y la muerte cuando llegó la segunda. La lactancia curó todas mis heridas y deja cicatrices casi invisibles. Ha valido la pena dejar trabajos burocráticos bien pagados, por escribir y trabajar siempre viajando por la enorme diversidad de mi país, por mirar diferentes sonrisas y tristezas que me han radicalmente transformado en otra persona, en mí misma.

Ha valido la pena el desvelo y la desobediencia para descubrir que mi propia autonomía llegaría a través de acompañar a familias en sus lactancias sin ningún otro objetivo que el de agradecer a una organización que me abrazó cuando más lo necesitaba: la Liga de La Leche. Así, estos días…

¿Y si te pones tus audífonos con tu música favorita para hacer este viaje y recapitular todo lo que has vivido? Verás que valdrá la pena. El futuro está cerca.

*”Las opiniones expresadas en este texto son solo mías y no necesariamente reflejan las opiniones de la Liga de La Leche”.

abril 24, 2020
abril 24, 2020

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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