AQUELLOS DÍAS QUE BAILÉ…

Por Susana López Siller

Hubo un tiempo en que odié mis pies. Los odiaba de verás, no como ese enojo pasajero de alguna parte del cuerpo que incomoda, lo que yo sentía era desprecio, ganas de que desaparecieran y mágicamente crecieran unos nuevos, más bellos, con más empeine. ¿Pero qué importancia tenía el empeine para una niña de 13 años? Es aquí donde me remonto a mis años de bailarina; de mallas y tutús, de mete la panza, amarra las nalgas, aprieta el empeine. A mis años de correr de un lado a otro, de comer en la camioneta, hacer tarea a las 10 de la noche, de dormir 7 horas diarias y bailar la vida con mi hermana. Me regreso a los gritos y los regaños, al “la perfección no existe”, “nunca serás perfecta”, al sentirme menos que Alix o que Atziri, porque ellas con sus empeines saltados, se acercaban poquito más al ideal de bailarina, ese que como concepto, por definición no existía.

            El ballet representó para mí la vía de escape, de la familia que se desvanecía, de la pubertad y adolescencia, que válgame la redundancia, adolecía. Y me casé con él y como esposa fiel, busqué ser sumisa, a las normas, a las críticas que se volvieron tan parte de mí, que ya no era necesario que vinieran de fuera, con mi voz interior bastaban.

            Mete la panza, amarra las nalgas, aprieta el empeine. Y nunca logré meter bien la panza, amarrar lo suficiente las nalgas o tener el empeine apretado. Y aprendí a odiar esas partes de mí que no me obedecían, aún con las 6 horas de ejercicio diario, aún con lo sábados de acondicionamiento físico en el estadio olímpico, aún con los rezos por la noche a Dios que por favor lo reconsiderara, que si el empeine llegaba, de lo demás me encargaba yo.

            Y así transcurrieron 10 años, dentro de la danza, odiando el empeine, cansada de prisas y de la enemiga que traía adentro. Y después de un tiempo el ballet se alejó, y mis pies sirvieron para caminar, para correr detrás de mis hijos, para jugar a las ranitas escuchando sus risas.

            Y llegamos al día de hoy, en donde extraño la danza, aún con mis pies medio planos y la panza después de dos embarazos. Y agradezco que tengo pies, que me guían, y agradezco por mis pulmones, por mi salud, por la de los míos. Y en estos tiempos extraños, quisiera salir de esta bailando, y quisiera disculparme con mis pies, porque al final de cuentas, nunca se han parado.

Susana López Siller

Mamá de dos, psicóloga, soñadora y feminista. Me apasionan los temas de salud mental, crianza y equidad de género, y cómo puedo aportar desde mis textos a crear una sociedad más justa. Escribir se ha vuelto mi terapia.

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