Por Clara F. Zapata Tarrés
Todos estos días la he pasado fluyendo en el espacio y el tiempo. En realidad no me había preguntado ni remota ni filosófica ni literalmente sobre lo que podría pasar más allá de hoy. Es una experiencia bastante intangible, que no se ve ni se toca… Hasta que el otro día, hablando con mi hermana quien es pediatra, realicé y recibí un especie de cachetada o balde de agua congelada. Me contaba que tiene personas cercanas que han estado enfermas o que incluso ya han muerto. Llega, de pronto y con fuerza, la palabra MUERTE a mis oídos. Y no puedo pues, evitar pensar en la propia mía, o en la de mis cercanos.
Y así como esto llegó a mí, también llegó una plática sobre EL futuro, que dio una compañera de la universidad. Sigo, hoy, reflexionando al respecto sin encontrar respuestas, pero por lo menos imaginando cosas y proyectando un poco mi vida y la de los míos. Aquí, lo que surge de todo esto…
La muerte que está cerca y ya no es una idea, nos puede pues hacer pensar en qué vamos a hacer en el futuro, tal vez no tan lejano pero por lo menos a mediano plazo. Nos hace preguntarnos ¿Qué podría hacer yo hoy, para que mi futuro sea como me lo imagino? ¿Me lo he imaginado alguna vez? ¿Qué futuro anhelo para mí?
Si comienzo a hacer esta reflexión puedo empezar a trazar algunos caminos específicos, entrenar mi cerebro no sólo para un futuro que podría tal vez quebrar todas mis expectativas. Que quede claro que esto no sólo se trata de tener ilusiones románticas imposibles. Sin duda alguna, implica cuestionarse e ir tomando decisiones concretas en el presente, que puedan tener las consecuencias deseadas para el futuro. Si únicamente sueño pues esta tarea se vuelve tediosa e incluso muy frustrante…
El futuro no existe pero lo podemos construir poco a poco. El ejercicio de pensar en el futuro ilumina el presente y entrenando el cerebro se puede pensar en futuros alternativos. Hay muchos futuros frente a nosotros, hay muchas posibilidades. No es destino, no es la inmovilidad la que nos ayudará a cambiar. Hay que hacer un esfuerzo para crearlo. Sin embargo, tampoco es un deber ni una obligación.
La mente está equipada para pensar a largo plazo. Por lo tanto, podemos entrenarla, como cuando entrenamos a los músculos a ser más fuertes. ¿Has pensado entonces que necesitas construir hoy para disfrutarlo tal vez en el futuro? Tratemos entonces de imaginar si eso que me imagino coincide con lo que hago hoy. Puedo imaginar cualquier cosa que yo desee, pero como dicen “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. Necesita haber pues, una conexión lógica de lo imaginado con lo que hago en el presente. Necesitamos planear algunas rutas de navegación para poder llegar a nuestro destino. Hay rutas más largas y otras más cortas y lo que me encuentre en el camino podrá definir también en mis decisiones. Podemos imaginar el futuro para decidir incluso, tácticamente. Construiremos a partir de las decisiones del presente y entrenaremos para no padecer ese futuro que no planeamos. No es por mera voluntad. Requiere también de algo de curiosidad y hay que cerrar el horizonte un poco, crear estrategias.
Justamente estamos en un momento de incomodidad, de la incertidumbre perfecta para movernos, para salir de esa comodidad de la que ni nos habíamos dado cuenta. Tenemos pues, oportunidades, nuevas realidades por venir, futuros posibles pues. Ser conscientes de todo esto, de que la circunstancia nos ha llevado a parar obligatoriamente, nos abre nuevas ventanas para crear un nuevo plan. O incluso varios planes que juntas podamos construir. El futuro parece estar en pausa. Pero se está reescribiendo. Lo estamos reescribiendo.