Por Dona Wiseman
No necesitábamos otra etiqueta de odio. No, no lo creo. Y en estos días me he dado cuenta de que ha surgido otra. Y la verdad es que sentí muchísimo dolor.
De niña viví en un mundo en donde ciertos grupos eran designados con etiquetas de odio, o cuando menos con intención de burla. Los polacos (polacks), los italianos (degos), los mexicanos (spics o beaners), los afroamericanos (niggers), los homosexuales (queers o fags), las personas con discapacidad de aprendizaje (retards). Esta lista incluye algunos grupos que eran despreciados por otras personas y por otros grupos.
La madre de mi madre era polaca. En mis tiempos los polacos eran el blanco de burlas étnicas que tenían su origen en costumbres, y creo que en la pobreza (sí, los seres humanos somos capaces de despreciar a otros hasta por lo que no tienen, cuanto más por lo que piensan y expresan). Los chicos de mi edad no usábamos calcetas ni calcetines blancos, porque eso era costumbre de polacos y era muy mal visto. Los chistes de gallegos que he escuchado aquí, los escuché en mi infancia/juventud, igualitos, pero cambiando el grupo étnico al cual se dirigían.
En algún momento de mi historia nació el movimiento de liberación femenina y también la lucha por la igualdad racial. Algunos grupos étnicos comenzaron a fundirse unos con otros y llegaron otros separados (árabes, orientales, etc.). Y después, pues ya sabemos. Parece que hemos vivido generaciones enteras librando batallas por la igualdad de grupos específicos de personas.
Estas luchas me ponen en un lugar curioso, o cuando menos en estos días lo he pensado así. Soy una mujer blanca/europea y heterosexual. Pertenezco al segundo grupo más problemático (tal vez culpable) de toda la situación de desigualdad social. Tal vez los hombres blancos/europeos y heterosexuales sean los más representativos del sistema patriarcal que dio a luz a tanta bronca de género (incluyendo todos los géneros) y de raza.
Tenemos muchas etiquetas para razas, géneros y pensamientos, para grupos socioeconómicos y ocupaciones. Estas etiquetas surgen para expresar nuestro desprecio hacia un grupo, mientras luchamos escarnecidamente por los derechos y la aceptación del grupo con el cual nos identificamos o al cual pertenecemos.
Pregunto. ¿No es normal que existan personas para quienes ciertos estilos de vida resulten incomprensibles y hasta inaceptables? No será que (tal vez en un futuro muy lejano) esa condición de ideas u opiniones, junto con todas las demás condiciones se pudieran “discutir” de una manera suave. Los derechos y las vidas importan y estoy un poco movida con la exigencia de lo que se permite o no en la expresión personal. Dudo mucho que puedo expresar mi pregunta de manera aceptable. Solo puedo esperar que algunas personas, tal vez las que me conocen bien, entenderán. ¿Qué pasa si alguien no puede acomodar algún tema? ¿No tendría igual derecho de decirlo? Hay personas que están en contra de cosas. Me quiero imaginar que es porque no hay entendimiento completo – y que, de momento, en esa vida particular, no puede haber.
Creo firmemente que todos somos iguales. Y creo (y aquí es donde me voy a meter en líos) que todos podemos expresar nuestro ser, nuestro sentir y nuestro pensar de manera libre. Todos tenemos temas problemáticos. No hemos hecho el trabajo necesario para acomodar ciertas cosas, o no hemos podido, o no estamos de acuerdo. Estoy viendo surgir un mundo en el cual no podemos decir nada que no vaya de acuerdo con lo “políticamente correcto” porque seremos quemados en las mismas cruces que usaron (y usan) los militantes de grupos radicales que tienen su origen y raíz en una historia más lejana.
Apelo a la compasión. La opinión o la lucha o el susto de un individuo, o el hecho de que de pronto sienta su propia lucha amenazada, no pone en peligro la lucha de otros. Entre más forzamos ideas de manera “violenta” (“tú debes pensar, aceptar, comer, no decir…”) más violentados se sentirán los que están con sus criterios en el lado opuesto. Supuse, o creí, o les creí el cuento de que estábamos construyendo un mundo de inclusión. Pero tal vez tengo ideas o creencias que no se incluyen en esa inclusión. Y mi verdad es que en estos días he sentido miedo. Tal vez en realidad no soy tan libre como quise pensar.