Por Daniella Monarez
He tenido la oportunidad de estar en aislamiento social como el resto del planeta, y me ha parecido una oportunidad hermosa de estar junto con mi hija y mi familia, en realidad disfruté mucho despertar todas las mañanas en casa, hacer desayuno, tener clase en línea e ingeniárnosla para pasar la tarde.
Sin embargo, también viví el otro tipo de confinamiento ya que estuve expuesta a unos pacientes positivos para covid, y el protocolo que seguí fue aislarme de lo que más amo en el mundo, mi familia.
Me fui a un departamento en otra ciudad como decimos a la “buena de Dios”, afortunadamente mis pruebas fueron negativas.
El tiempo encerrada me sirvió para hacer conciencia de todo lo que nos ha cambiado la vida, es impresionante lo que nos transformamos. Mi historia es la siguiente, la contingencia comenzó justo cuando terminaba de realizar la subespecialidad, así que mi plan de quedarme en la ciudad de Monterrey a seguir haciendo cardiología lo tuve que aplazar así como demás ofertas laborales. En un inicio fue extraño regresar a casa sin una agenda apretada de lunes a viernes, incluso hasta insomnio tuve por dos semanas enteras. Pero decidí aprovechar el tiempo en casa, y juro que fui la más feliz haciendo clases en línea y tareas junto a mi hija (claro, después de agarrarles la onda), además hicimos un fuerte con unas sábanas, marionetas con calcetines, muchísimas recetas de cocina, ropita nueva para las barbis, y hasta un cajero automático con una caja de cartón! Algo muy valioso para mí fue estar presente en dos ocasiones que mudó sus dientes, ya tenemos un juego favorito juntas (algo que no tenía antes de la pandemia), y así podría seguir enlistando.
Pero ahora estaba confinada sola, y todo aquello eran recuerdos a los que me aferraba, sin embargo también me atormentaba traer a la memoria las ocasiones en las que malgasté mi tiempo, no podía dejar de pensar en qué sería de mi sin mi hija si es que tuviera que ausentarme de por vida. Le prometí a Dios que si me mantenía en esta tierra ya no desperdiciaría ni un minuto en el celular cuando estuviera con ella, que la regañaría menos, la aprovecharía más y dejaría de exigirle tanto a una niña de 6 años, una que además nació con una bondad enorme. Y El decidió escucharme.
La lección de utilizar el equipo de protección personal en cada paciente por más asintomático que se encuentre está aprendida, y la de hacer valer el tiempo con mi hija también.
Así que cuando regresé a casa comencé a cumplir mi parte del trato y ahora soy adicta a las cosquillas, dejo mi celular a un lado cuando voy a la recámara de mi niña, le permito andar despeinada de vez en cuando, rescatamos a un conejo que adoptamos y le cuento anécdotas de mi infancia a las 6 pm para que conozca más a profundidad a mi niña interior que tanto le encanta reírse. Y así soy feliz, plena y llena de vida a su lado, y esa ha sido la mejor transformación. NES