Por Clara F. Zapata Tarrés
Las familias que han decidido amamantar se encuentran en una encrucijada.
Afortunada o muchas veces y últimamente, desgraciadamente los medios de comunicación, las redes sociales, las imágenes, la infografías y todo lo que vemos, escuchamos, leemos, sea de una persona, institución pública o privada y gobierno, suelen aseverar información que no necesariamente es “verdadera”. Lo cierto es que en esta pandemia estamos todos confinados, encerrados, ansiosos, miedosos, asqueados de tanto oír, ver, escuchar a través de las pantallas diversas que tenemos frente a los ojos ya cansados.
La autoridad o las autoridades también sienten lo mismo. Son personas comunes a las que les han exigido un liderazgo que le dé afirmación, seguridad, verdad, confianza a “su pueblo”. ¿Cómo lo vivirán en sus casas? Después del discurso matutino, después de repetir cada día que saldremos adelante y victoriosos de esta crisis mundial?, ¿Qué le dirán a sus parejas, a sus hijes, a la trabajadora del hogar que vive con ellos? ¿Murmurarán acaso que tienen miedo también? ¿O se irán a correr, a pasear, y cenarán con el alma pacífica?
Llega el miedo. Y así, en el tema de la lactancia y el embarazo, no puede faltar esta sensación provocada por el exterior que nos aleja, como en otros momentos las cesáreas y las latas de fórmulas, de nuestra naturaleza mamífera. Los videos en canales infantiles de paga sobre los oligosacáridos o sobre los super-poderes que puede darte un polvo blanco revuelto con agua, entran a los ojos de los nenes (y sus familiares) como adrenalina optimista y futuro esperanzador.
Las infografías de instituciones gubernamentales son potentes. Ahí, picándole y arrastrando el dedo pulgar, podemos encontrarnos con afirmaciones confusas que muchas veces creemos: “Sí puedes amamantar con la COVID-19”; “No, mejor, no”; “Las organizaciones internacionales se basan en evidencia actualizada, al día”; “Mejor cesárea, mejor parto, mejor parto en casa”; “No me sale leche, mejor un poco de fórmula”; “Ante el riesgo, mejor el bebé por allá, no mejor no, mejor acá”: un día una cosa, otro día otra y los protocolos comienzan a funcionar tambaleándose en la cuerda floja.
El personal de salud, cubierto de mascarillas y trajes blancos se vulnera, tampoco sabe las respuestas, tiene miedo, es discriminado al salir de la puerta del hospital. Las madres tienen miedo, las parejas tienen miedo, los hijos y las hijas tienen miedo. Mejor nos olvidamos, caminamos por la calle así, naturales, sin cubrebocas. No, mejor sí nos ponemos cubrebocas, ¿cuál cubrebocas? Mejor hacemos una fiesta, mejor no. ¿Estás embarazada, diabetes, hipertensión? “Te va a ir peor…”. Incertidumbre total.
Ante el riesgo, buscamos al otro, le cedemos la responsabilidad y queremos confiar en que somos ignorantes. Le ponemos la etiqueta de perfecto al que viste la bata blanca. No sólo de perfecto. Le damos atribuciones espirituales e incluso religiosas. Algunas personas a nuestro alrededor se transforman en dioses, en quiénes tenemos que tener fe, obediencia e incluso sumisión. Y ahí nos inmovilizamos, como estatuas. El miedo nos paraliza. Y. Obedecemos. Ellos no son los culpables.
¿En quién confío? ¿A quién acudo? ¿Quiero amamantar pero las voces no dejan de hablar en mi cabeza?
Hoy. Hoy quiero afirmar que tenemos autonomía. Hoy quiero afirmar que mi bebé tiene derechos. Tiene derecho a ser amado, abrazado y amamantado. Hoy quiero apelar a que puedo y NECESITO decidir.
¿Acaso por miedo dejaré que alguien, algo, manipule mi deseo? ¿Acaso puedo moverme? ¿Qué haré para mover mi libertad como me plazca? Estoy aprendiendo a vivir. Vivir con este miedo.
Hoy quiero afirmar que una lata de fórmula que me regalan en ese hospital NO es la solución, por más magia que me prometa. Quiero afirmar que esas dos, tres, cuatro, cinco onzas de sucedáneo de leche materna que mi bebé tome durante la estancia hospitalaria SÍ tienen consecuencias.
Hoy quiero afirmar que necesitamos instituciones y médicos que defiendan la lactancia, la promuevan, la fortalezcan y sobre todo, que le den confianza a esa persona que desea amamantar, dejando indicaciones en letras MAYÚSCULAS en el mostrador de las enfermeras “El bebé de la habitación 234 toma leche materna de manera EXCLUSIVA”. Quiero confiar en que por lo menos el personal de salud conoce y respeta el Código de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna y no se deja comprar por ningun monopolio y que sí, es capaz de decidir afrontando todas las consecuencias en su consciencia.
Quiero afirmar que el contacto en la primera hora de vida, le dará también confianza a mi bebé para sentirse bienvenido a este nuevo orden del caos.
Y también quiero reconocer a todos los que no se dejan manipular, a todos los que le dan el poder de decisión a las parturientas en un ambiente seguro, que tienen la humildad de acompañar y no de imponer… A todos los que confían en que un bebé es capaz de enseñarle a su mamá la autonomía que requiere el arte de amamantar.
No caigamos en el juego maniqueo. Decidamos. Elijamos. La lactancia no es publicitable, no es una mercancía, no se vende ni se mercadea. No tiene ositos, niditos o dibujos ni letras chiquitas o grandotas.
Hoy, confía en tí. No te dejes engañar. No estás sola. Nunca sola.
*”Las opiniones expresadas en este texto son solo mías y no necesariamente reflejan las opiniones de la Liga de La Leche”.