Por Elena Hernández
¿Y si dejamos un día que el instinto nos guíe? ¿Podrían dejarse llevar puramente por lo que el corazón les dicte? ¿Podrían? ¿Podríamos? Yo, ¿podría? No lo sé. Pero hay algo que sí sé, y es que, mientras más me alejo de las normas clásicas y tradicionales, de las creencias arraigadas que son transmitidas de generación en generación, mientras más investigo y leo, más me cuestiono y dejan de tener sentido la mayoría de las cosas que hago por inercia o por el simple hecho de que “así me lo enseñaron”, “así me educaron”, “así decía mi abuela”, etc.
Y todo lo que sabía hasta hoy y lo que tenía en mi mente con mi formación perfectamente estructurada, se comenzó a desmoronar. Empecé a tomar las riendas, por fin, de lo que hago, y me refiero a que ahora procuro que el motivo sea puro, no condicionado, que no emerja del pensamiento y conducta predeterminados, del “así tiene que ser y punto”.
Hace tiempo ya, que dejé ese estilo de vida cuadrado y lineal, y emprendí un sendero de curvas, vueltas, picos, subidas y bajadas, de auto-conocimiento, cuestionamiento, abandono, desapego, y tomé mi libro de apuntes de la vida hoja por hoja y las arranqué con fuerza, las arrojé a la leña, y una vez hechas cenizas las junté con mis manos, las mezclé con tinta y comencé a escribir una nueva historia, una nueva yo, reaprendiendo de la vida, equivocándome, claro, pero retomando de nuevo, rectificando cada paso y con plena conciencia en donde deseo que el instinto sea mi guía.
Como esa voz en mi interior que me llevó con tranquilidad a amamantar a mis hijos más allá de los 6 meses en los que “la leche materna sirve”, según la suegra y las tías; la voz que me permitió dormir a mis niños acurrucados en mis brazos hasta que ellos estuvieran listos para ir a su propia cama y no “cuando es sano y correcto según la abuela y los libros para padres (algunos)”, y así un montón de ejemplos en los que me he visto rompiendo las normas, y haciendo lo que me da la gana, diría mi madre.
Entonces, sí, por lo menos intento que el instinto sea mi guía, y no demerito el conocimiento, al contrario, justo este último es el que me ha traído aquí. Abro la puerta a la libertad de ser, de pensar, de ir y venir, y de este modo es del que quiero transmitir a mis hijos el poder de ser quienes quieran ser, de conocerse a sí mismos, de sobrepasar sus propios límites (y los míos), de hacer y deshacer, de equivocarse y seguir, de nunca dejar de aprender y desaprender, de saber que el mundo evoluciona constantemente y que debemos crecer y transformarnos con él, que las teorías cambian, que el meteorólogo falla, que la historia la cuenta casi siempre el ganador, pero que lo que nunca se equivoca, lo que nunca cambia, lo que nunca nos engaña y deberíamos apegarnos siempre a él es, el instinto.