Por Elena Hernández
Hace unos días, se cayó el cielo a cántaros. Tuvimos veinticuatro horas continuas de intensa lluvia, pero no hablaré de los estragos que el agua embravecida causó cuando encontró obstáculos construidos a su paso, en donde siempre tuvo su camino y alguien osó ignorarlo.
Tampoco hablaré de la tragedia en la que lamentablemente se perdieron varias vidas; ni de los deslaves de los cerros, ni de los caminos obstruidos con el tráfico parado por horas y horas con la gente atrapada, esperando pasar para llegar a su destino.
No hablaré del patrimonio que perdieron las familias al ver sus casas inundadas, ni de los daños a toda la infraestructura de caminos, calles, carreteras y puentes que colapsaron. Hablaré entonces, de lo bonito.
Les contaré que el jardín se llenó de caracoles, cientos de ellos estaban por doquier, sobre las paredes, sobre las hojas de los arbustos, junto a las rocas y esparcidos por la tierra, esa tierra que se llenó de nutrientes y estaba hermosa y fértil, lista para dejar brotar la hierba. Las verdolagas duplicaron su tamaño y como plaga se extendieron por el suelo, tanto que aún no termino de guisarlas y ya me hartaron. La tortuga quedó limpísima con su caparazón brillante del buen baño que se dio, los niños se divirtieron a lo grande persiguiendo ranas, lagartijas e insectos, ¡guácala!–les dije al ver el sapo en sus manitas, pero ellos explotaron en risas y siguieron su juego, caminaron sobre el lodo, brincaron descalzos sobre los charcos hasta que quedaron empapados, satisfechos, hinchados de alegría, y yo, con una taza de café en la mano, contemplé aquella maravilla que se vivía en mi jardín, mientras el cielo se caía, como apartada en un sueño, en un maravilloso y dulce sueño.
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ME ENCANTAS !!!!!! TODA TÚ Y TODOS LOS TUYOS !!!!! TQMMMMMMMMM