Significados propios de la muerte

Por Clara Zapata Tarrés

La muerte ha sido bastante lejana para mí. La muerte física que más cercana he tenido, creo recordar, es la de Benita Rodríguez, la mamá de Joel. Muerte muy significativa que me hizo vivir cada paso. Hospital, respirador, baño, limpieza, babas, piso del IMSS a las 4am, trámite de funerarias, elección de urna (marmol, piedra, biodegradable, madera), esquela, flores, misas, canciones hermosas de guitarra, mensajes sarcásticos que ella decía, llanto, risa, decisiones,…

La muerte ha sido lejana. Conocí a mi abuelo Ignacio al tener 12 años y armamos una relación hermosamente platónica. Lo llegué a querer mucho muchísimo. Nos escribíamos cartas a cada rato. Tomábamos jugo de durazno y platicábamos por horas de su infancia y de su migración española. Murió lejos muy lejos por la esquina sur del continente. No lloré y cada vez que iba a Chile pensaba que lo iba a ir a visitar a su calle de Lota caminando por las bellas calles santiaguinas. Olvidaba que había muerto por verlo tan espaciadamente.

Conocí a mi abuela Muti un poco antes que a mi abuelo, si no me falla la memoria, en Ecuador donde había migrado después de Cuba. Son vagos los recuerdos. Cada vez me parezco más a ella. Mi mamá estaba conmigo cuando la llamaron para decirle que tendría que viajar porque estaba en sus últimos días. Era abril de algún año. Su alegría por vivir contagiaba a cualquiera, su resiliencia y su valentía han marcado mi corazón. Y por supuesto que compartimos el amor por Pedro Infante. Muti murió lejos de mí también.

Con los que más tuve contacto fue con el tata Juan y con la Omi, abuelos paternos.

De mis grandes recuerdos el más significativo es que Juan era muy juguetón y siempre me hacía reír. Lo veía cada año en las afueras de Nueva York y de vez en cuando ibamos a las torres gemelas. Comíamos helados deliciosos. Siempre recuerdo su olor y su risa alegre y sincera. Lo veía superpoderoso con su uniforme de marino y me lo imaginaba muy aventurero en los barcos en los que viajó. Murió sufriendo mucho y le lloré por horas en su tumba. Tengo el sonido de su voz ronca siempre en mí.

La Omi me regalaba navidades auténticamente gringas como las de la serie de Mad Men donde había duendes, servilletas decoradas, manteles, platos, árbol de navidad que llegaba al techo, regalos cuadrados rojos y verdes y me disfrazaba con vestidos con moños grandes. Toda perfección. Chimenea, música, villancicos, cena olorosa, postres hechos con sus manos y muchas sorpresas. Después de esto ya no tengo recuerdos tan lindos. Sólo que siempre se esforzaba por satisfacer al otro. Murió lejos de mí con una bella ceremonia protestante, por tradición más que por espiritualidad. Estuvo presente mi padre. Se veía muy bonita como siempre con sus labios color salmón y su perfume Anaïs.

Hace algunas semanas murió la Cuqui, hermana de mi madre. Vivió en Estados Unidos porque era muy inteligente y trabajó en la NASA. Hace mil años recuerdo que fuimos a su casa y comimos roles de canela calientes con mi primo Marc viendo películas de terror hasta las 5 de la mañana. Luego mucho tiempo después la visité en un hospital en Las Vegas, donde fui a un viaje que me regalaron. Estaba muy enferma y la visita duró 10 minutos. Recuerdo más el amor de mi otra tía Adela que se ha convertido como en una segunda mamá para mí. Cuqui murió lejos de mí. Y más aún lejos de sus hermanas, sola con una enfermera, como me imagino a muchos estadounidenses. Marc, su hijo, no supo bien qué hacer y apenas hace una semana que pudo espolvorear sus cenizas en el desierto de Nevada.

Muchos familiares ya han muerto y ni siquiera me sé sus nombres o tampoco los conocí.

La muerte que ronda hoy al planeta me hace reflexionar sobre su significado en mí misma. Lejana, extraña, con un simbolismo curioso, efímera y a la que tengo que hacer consciente con gran esfuerzo. Me es difícil comprenderla. Hoy vivo lejos de mi familia nuclear y no quisiera que pasara… Sé que he tomado cierto camino y que vivo lejos porque así lo decidí con libertad. Esto no impide que tenga esta sensación extraña de nunca vivirla con todas sus letras. No sé si es mejor o peor. Pero es extraño.

Cada día pienso en mi vecinito que murió, cada día pienso en la muerte como símbolo de una humanidad podrida. Pienso en mis hijas y sus amigos. Pienso que tenemos una gran oportunidad que nos obliga a reflexionar pero sobre todo a des-aprender muchas cosas arraigadas. Pienso en el movimiento, en que es ya la hora en que necesitamos despegar del precipicio en el que en algún momento no imaginado caímos creyendo que así estaba bien.

Mis hijas y los niños en general serán quiénes nos ayudarán a afrontar esta nueva vida, con su resiliencia instintiva, con su propio simbolismo sobre la muerte, con las alas que tienen para ensoñar historias, con la ilusión cultivada y la narración ingenua y maravillada. Elijo esa mirada ingeniosa. Elijo la mirada imaginaria e imaginada. La esperanza no se ha ido. Todavía.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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