Por Dona Wiseman
Para DONA WISEMAN
Presiento que ya no eres la misma
Tus ojos de mar siguen conservando su oleaje
Las grietas en tu blanca piel continúan hablando del desierto
Tus labios son esa línea del horizonte prometido
Pero tengo este estúpido presentimiento entre las manos de que ya no eres la misma
Como si la tinta de tu cuello te estuviese cobrándote los secretos
Como si una salamandra hubiese mordido tu corazón
Como si el sol te hubiese arañado la frente
Te veo en el espejo y no eres la misma
Ojalá me equivoque
Y solo sea que los cristales de mi ventana están empañados
O que sean alucinaciones causadas por la distancia
O que este manojo de naipes esté pidiendo su jubilación
Ojalá solo sea un ojalá
Y que tú sigas simplemente siendo la misma mujer de todos los días
Pero distinta.–Juan Antonio Villarreal Ríos
El servicio al cliente es un tema delicado, y entiendo que ahora no sabemos si sanitizar (sí saben que esa palabra no existía, ¿verdad?) o atender o pararnos por allí en una especie de trance incrédulo, buscando tal vez el último hilo de la supervivencia. No les pasa a todos, pero para algunos ha sido la pandemia la excusa perfecta para soltar la poca intención orientada al cliente que les quedaba para refugiarse en el supuesto de estarnos haciendo un favor al mantener negocios abiertos al consumo (que también es verdad). Es una situación en donde ganar-ganar puede ser altamente cuestionado y que seguramente nos planteará ante la determinación individual de cómo, cuándo, y en qué trabajar.
Hay quienes no han tenido que salir de sus casas en 5 meses. Hay quienes no han tenido más opción que salir. Algunos intentan apoyar los negocios locales, tratando de hacer las cosas bajo reglas adecuadas. Y algunos sacan las narices solo para ver y criticar la manera de proceder de otros. El mundo no se ha colapsado. Pero no tenemos claras las reglas de juego de la realidad nueva. No entendemos las necesidades y las posibilidades de otros, y las propias están haciendo figura de una manera brusca (por no decir violenta). Andamos interpretando al mundo como un territorio totalmente nuevo. Y lo es. La pregunta, ¿Qué debo hacer?, tan sonado desde siempre frente a un psicoterapeuta, hace eco en cada paso que damos en la persecución de las necesidades más básicas. Les advierto que yo no tendré huerto en casa. He escuchado decir que todos debemos. Ya hago mi enjuague bucal, mi desodorante y mi “lysol”. ¡Basta!
Quiero pensar que muchas de las fallas que estamos viviendo, aunque se parecen mucho a las de antes (mal servicio, malas actitudes, enojo, faltas a la lógica elemental), no son las de antes sino las de ahora. Así como no me canso de decir que yo no soy la mujer que era el 20 de marzo. Un queridísimo amigo me escribió el poema que incluí aquí al principio. No añoro la que era, ni el mundo en que vivía, solo anhelo mirar cada día más claramente quien soy ahora y mañana.