Por Dona Wiseman
Comencemos con Joaquín Sabina…
Hace muchos meses, tal vez más, una voz me da los buenos días y las buenas noches sin falta cada mañana y cada anochecer. Esa voz es señal inequívoca del comienzo y del final de una medida de tiempo que quizás habría perdido sin más de no ser por su presencia. Pienso. Noto que cada día parece haber menos tiempo entre los anuncios; entre las 3 veces que pongo “snooze” en la alarma y la taza caliente contra mi esternón. En el intercambio llego a preguntar por el clima, por su mamá, y tal vez a expresar algún interés en común. Y marco un calendario imaginario con tachas rojas que atraviesan los cuadros, los días con sus horas y los meses con sus días y ya, tal vez, un año con sus meses.
No reclamo el tiempo. Agradezco los anuncios tan fieles de intención, como si supiera que estoy en constante peligro de perderme en el continuum, como si supiera que de hecho me pierdo y que si no fuera por la agenda me volvería inútil. No tengo claro qué minuto sigue de ahora. No sé cuánto falta para mañana. Ayer podría haber sido hace una inhalación o hace dos siglos.
Me han preguntado muchas veces cómo hago tantas cosas, cómo es que me rinde el tiempo. Pienso que tiene que ver justo con no entender el movimiento del reloj, o de atreverme a faltarle al respeto al grado de desdoblarlo casi a voluntad. Tal vez en algún momento hice un pacto con la caída de la arena y el movimiento del sol, un pacto que no recuerdo pero que ahora se hace presente dos veces al día, una voz que me da los buenos días y las buenas noches en cada amanecer y cada anochecer.
Y que recibo con gratitud…