VICTORIA Y MANUEL
Por Elena Hernández
Mi nombre es Victoria, y esta es mi historia de amor. Me enamoré como hace tiempo no lo hacía y aún no estoy segura si me arrepiento o no. Se llamaba Manuel, me conquistó primero a través de sus letras, sus saludos parecían poesía, era quizás mi corazón desesperado y solitario el que pintaba de rosa cada menaje que me enviaba, fue en un grupo de Facebook en el que tenemos ciertos gustos en común, una comunidad en línea de gente de mi ciudad, una ciudad ruidosa, de música grupera, calurosa, bochornosa por su cercanía a un río que divide la frontera. Hoy es una ciudad peligrosa.
Sin embargo, nos acostumbramos a vivir así, entre el toque de queda y las reuniones tempraneras, hacemos nuestra vida como podemos. Es difícil relacionarse libremente sin temor a que aquella persona tenga nexos con la delincuencia. Sucede muy a menudo y yo no fui la excepción. Apuesto, atento, todo un caballero, de esos que aún te llevan flores, te abren la puerta del auto, te hablan con dulzura y modulan su voz. Me resultó fácil creer su novela de ficción. Era divorciado, tenía ya mucho tiempo solo, me dijo; deseaba tanto comenzar de nuevo que me hizo sentir y creer que yo era su medio para renacer. Fue maravilloso.
Conocí a su madre y sus hermanas, todas ellas muy humildes, de clase trabajadora, realmente inspiradoras. Las vi solamente un par de veces cuando me llevó de viaje a su ciudad natal, un pueblo pequeño, silencioso y muy polvoso, en medio del desierto. Él tenía dos hijos, sus pequeños luceros, les decía cuando se refería a ellos, aunque muy poco me habló de ellos, yo suponía que le dolía tenerlos lejos y no verlos. Nunca los conocí. Nos veíamos cada fin de semana, él viajaba mucho por su trabajo, nunca me quedó muy claro lo que hacía, compra-venta de algo, pero tampoco vi nada extraño, no me llevó a lugares raros, ni con personas donde yo me sintiera incómoda, íbamos al cine, a restaurantes, a bares, como cualquier pareja común, me acompañaba al supermercado a surtir toda la despensa de mi casa, donde estoy a cargo de mi hermano que aún es menor y de mi madre que enviudó hace poco tiempo y con quienes comparto toda mi vida. Me sentía soñada, sentía que Manuel me entendía, que estábamos conectados, hablamos incluso de vivir juntos, yo estaba ilusionada y feliz.
Un día todo se vino abajo. Cometió un error. Algo rutinario, tramitando un papel burocrático saltó a la vista de las autoridades una orden de aprehensión en su contra, de otra ciudad donde estuvo antes de venir aquí, por asociación delictuosa y secuestro. Lo detuvieron. Me llamó enseguida. Con su voz quebrada me pidió perdón, yo me quedé helada, no entendía lo que estaba pasando o talvez no quería entender.
Todo sucedió muy rápido. Fue difícil para mí verlo esposado; aún trato de desenredar ese momento en mi memoria. Fui a verlo a los 2 días, con mi piel envuelta en miedo, temblorosa, no quería conocer la verdad, pero debía saberla. Sus ojos habían cambiado, me confesó todo su pasado. Era el personaje de una historia de terror. Mi mente no lo aceptaba. De pronto caí en la cuenta de que estaba envuelta en esto. Contraté un abogado porque ahora tenía que defender mi inocencia, comprobar que yo no sabía nada, que no estaba involucrada más allá del corazón devastado, el nudo en la garganta y las lágrimas atoradas; debía mantenerme fuerte y segura. No se cómo saque el valor. Enfrenté un interrogatorio tras otro hasta que estuve libre de sospecha. Aun despierto a media noche asustada.
No he vuelto a saber de él. Sigo aferrada a la magia que sentí, imaginando miles de finales felices en los que él no es un delincuente y yo no soy una tonta. Mi historia está plasmada porque sé que es el reflejo de muchas otras. Corazones rotos, almas inquietas, miedo, sospecha. No todas las historias de amor son hermosas. No he sanado, pero sé que lo haré.