Por Miriam Valdez
Hace un año justamente iniciaba un artículo que nunca terminé… jamás imaginé en ese momento cómo me encontraría un año después. Han sucedido un sin fin de acontecimientos, el mundo giró bruscamente y nosotros con él. Y aquí seguimos, a siete meses de que inició el tema del Covid, aún entre los elegidos.
Los días ya no tienen potencia, quince días de hace siete meses no se viven igual que quince días de ahora, eso resulta gracioso: hasta el tiempo ha mutado. Comprendo ahora que quince días de encierro son nada, y que si la vida me permite vivir quince días más en igualdad de circunstancias, es un gran regalo.
Me asombra cómo hemos ido adaptándonos poco a poco. Todos de una manera diversa, la forma de enfrentar el Covid se ha vuelto sumamente personal, algo así como religión o política. Cada quién hemos tomado nuestra postura. Nos hemos adentrado poco a poco en los mares de la ruleta rusa, en donde se desconoce de dónde vendrá la bala, en donde existe una esperanza, muy en el fondo, de librarse del Covid, o de ser asintomático, en su defecto. Hemos elegido nuestros campos de batalla: familia, hijos, trabajo, vida social, gimnasios, escuela, restaurantes, vacaciones, etc. Cada quién ha elegido prioritariamente en dónde queremos jalar el gatillo. Y eso, debe ser respetable.
Pero lo que más me ha asombrado en este tiempo es la capacidad de mis hijos -y de los niños en general- de adaptarse y de disfrutar el momento. Los adultos seguimos preocupados por esos niños que de “pronto se quedaron sin nada”, que ya no tienen fiestas, ni estímulos externos, escuela “normal”, etc. Los menospreciamos creyendo que no podrán soportarlo y ellos, son los que nos han dado una cátedra de adaptación y sobre todo, de alegría por vivir.
A ellos les duró la queja y el asombro quince días, rápidamente entendieron que esto cambió, algo así como que les cambiaste el juego por otro y con otros participantes, y ya está. Siguen riendo, jugando, creando. Se entusiasman y se acoplan al nuevo sistema escolar, ya sea home-schooling, virtual, híbrido, etc., a no ver a sus amigos tan frecuentemente y en igualdad de circunstancias, a disfrutar una pizza a domicilio, una reunión con la familia cada quince días, a salir a explorar, a ver la tv por horas, a estar semi-encerrados, a disfrutar los detalles simples del día a día. Nosotros somos los que creamos escenarios catastróficos para ellos en nuestra mente. Nosotros somos los que pensamos constantemente en un futuro y nos olvidamos de vivir el presente.
En mi caso, no sólo nos impactó el tema de la pandemia, nos mudamos de casa, los cambié de escuela y la gente me decía “los niños no deben sufrir cambios bruscos, es mucho para ellos, ¿estás segura de moverlos de escuela?, ya bastante ha sido con la pandemia, pobres niños, etc.”…y mi esposo y yo pensábamos “así es el mundo”. Justamente a mí nadie me preguntó si yo quería vivir una pandemia así de ciencia ficción, llegó y tuve que adaptarme.
Los niños de ahora necesitan adaptarse, necesitan que dejemos de hacerles la vida fácil y quitarles del camino frustraciones: desde un partido de fútbol en donde los lastiman, hasta un amigo que les hace la vida imposible, o un maestro que les habló feo o no les hizo caso en zoom, etc.
Como adultos tenemos la responsabilidad de enseñarlos a ser fuertes y valientes, un tema delicado en donde aparentemente ya no hay mucho escenario para desarrollar éstas virtudes (no al menos como lo aprendimos nosotros), en donde tememos estar creando una generación débil inmersa en la tecnología. Nos cuesta entender que esto es lo que les tocó vivir y debe tener un propósito.
Mimeticemos y aprendamos de los niños. Dejémoslos fluir, con sus intereses que no son necesariamente nuestros, con su simpleza, con esa maravillosa capacidad de adaptación aún en los peores escenarios, con esa naturalidad para disfrutar todo y de navegar con la corriente, con días buenos y malos, con berrinches, con alegría, con enojo, con gozo, con frustraciones, pero así, justamente como es vivir. Dejémoslos adaptarse a su ritmo y modo a “ésta nueva normalidad” y aprendamos a atesorar cada instante como ellos lo hacen.