Por Angélica Rodríguez Silva
Mi primera vez en terapia fue a los veinte años y fui por voluntad propia. No fui como los niños que tienen su cita semanal con el psicólogo y que los papás los llevan por problemas familiares o porque en su escuela sus maestros se los recomendaron (en algunas ocasiones hasta se los exigen) para mejorar su desempeño y conducta. Yo siempre quise ir con el psicólogo, pero tuvieron que pasar dos décadas para sentarme en en un sillón y que un profesional me preguntara: ¿Cómo te sientes hoy?.
Llegue a mencionarlo en algunas ocasiones casualmente en mi casa: “Mamá llévame a terapia”. Era una petición, no un llamado de ayuda, tal vez por eso nunca se me tomó enserio. Inclusive durante un tiempo me sentía muy segura de que la carrera de Psicología era la ideal para mi. Pero ni me llevaron a terapia ni estudie eso. No estaba muy segura de porque quería ir, solamente sabía que tenía mucha curiosidad por descubrir cómo se sentía.
Emocionalmente no tenía un “problema” que me impidiera ser buena hija o estudiante, o al menos no uno de esos que son muy notorios y que te hacen entrar en conflicto con los demás. Durante varios años tuve el interés de ir a terapia, por lo que todo este tiempo deseándolo solamente hizo que mis ganas aumentaran y que acumulara más y más cosas por tratar.
Ir a terapia cambio mi vida. No lo digo en tiempo pasado, sino que existe un antes y un después. He tenido la oportunidad de probar y conocer a diferentes profesionales y técnicas y de todos ellos me he llevado algo bueno que me ha hecho ser mejor persona. Se podría decir que yo tuve ventaja porque no fui “forzada” a ir cuando era niña, o porque nadie nunca me lo exigió o sugirió haciendo notar que no podía lidiar con mi vida yo sola. También a mi favor está que en mi casa no es un tabú. No me da pena contarlo, ni me siento mal por aceptar que obtengo ayuda de un profesional, al contrario quiero compartir los más grandes regalos que me ha dado esta experiencia, esperando que también para ti se convierta en algo indispensable dentro tu “canasta básica”.
Mi primera y más grande enseñanza en este proceso fue la siguiente frase: “A nadie le vas a importar más tú, que a ti misma”. Ya se… es posible que discrepes. Cuando escuché esto mi cabeza explotó. Me surgieron preguntas como: ¿Qué no se supone que el amor más grande es el de una madre?, ¿Entonces eso significa que solo me tengo a mi misma?, ¿De verdad no existe alguien a quien le importe más?, ¿No es egoísta pensar solamente en ti?… y también en ese momento trate de encontrar las palabras para oponerme ante esa revelación. No recuerdo cuanto tiempo pase buscando explicaciones o respuestas, lo único que tengo seguro es que al día de hoy son las palabras más acertadas que he escuchado. Si tú no cuidas de ti mismo nadie más lo hará, porque tú eres el único que sabes realmente cómo te sientes y por lo que estás pasando.
La terapia me ha enseñado que el amor más grande que existe es el propio y a la vez me ha enseñado que no es un acto de egoísmo sino que precisamente es de amor hacia todos los que me rodean. Que para ayudar a alguien en cualquier situación primero tienes que estar bien contigo mismo. Que los amigos pueden escucharte y darte algún consejo pero que un profesional no te va a decir lo que quieres escuchar sino lo que necesitas. Que está bien no estar bien todo el tiempo y aceptar que somos vulnerables. Y que la respuesta a nuestros problemas actuales no siempre esta en lo que estamos haciendo en el presente, sino en lo que no hicimos o tenemos que resolver del pasado.
Uno de los mitos más grandes es que tienes que estar pasando por una situación difícil o tener problemas para sacar una cita con un especialista. Primero que nada no tienes que tener un problema para ir a terapia. Pero lo importante aquí sería aceptar que todos tenemos problemas y que siempre hay algo que resolver o mejorar. Me atrevo a decir que no existe una persona en el mundo que no tenga o haya tenido situaciones difíciles en su vida. Lo curioso es que nos cuesta mucho aceptarlo y tratamos a toda costa que nadie se dé cuenta. Lo percibimos como una debilidad y erróneamente se cree que no pedir ayuda te hace más fuerte y superior a los demás. No podríamos estar más equivocados.
Otra cosa que también ignoramos o pasamos por alto son nuestras emociones. ¿Sabías qué no existe un segundo de tu vida que no estés sintiendo una emoción?. Existen al menos 150 emociones y cada una se siente y vive de manera diferente en cada persona.
El estudio de las conductas y la comprensión de las emociones tienen como finalidad el diagnóstico, tratamiento, resolución y prevención de problemas de salud mental, emocionales o de conducta. Los problemas mentales, el mal manejo o desconocimiento de nuestras emociones y conducta muchas veces son subestimados y pocas veces se les considera como algo que se debe de tratar y mejor aún que se puede prevenir.
Nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para iniciar una terapia. Existen diferentes tipos, así como en el deporte, debes de probar y encontrar cual es la que más te gusta y te hace bien. Puedes cambiar tu vida al alterar tus actitudes mentales. No es normal vivir con ansiedad, estrés y/o depresión. Date esa paz, felicidad y estabilidad mental que mereces y disfruta de los beneficios que obtendrás en todas las áreas de tu vida siendo la mejor versión de ti mismo.
Para mi ir a terapia es un regalo, un acto de amor propio. ¿Por qué privarte de este regalo?. Si no has ido por pena o por el qué dirán, no te preocupes la buena noticia es que nadie tiene que saberlo. Esta es una decisión personal y puedes mantenerlo en secreto. Aunque probablemente los cambios no podrás ocultarlos por mucho tiempo. Te garantizo resultados a corto, mediano y largo plazo y se que esta será una decisión de la cual jamás te vas a arrepentir.
Agradezco a todos los maestros, terapeutas, psicólogos y doctores especialistas en la salud mental y las emociones que de persona en persona ayudan a hacer un mundo mejor. Pero esta columna en especial es en honor a “Mi Doctor Omar”, quien no fue mi primer psicólogo ni tampoco será el último. Agradezco a la vida por haberlo cruzado en mi camino en el momento perfecto. Gracias por las horas que durante varios años estuve en ese sillón tan cómodo riendo y llorando. Ahí en ese consultorio tan peculiar, se quedaron mis relatos de amor que a veces parecían novelas y que en el fondo sabía que lo entretenían. Un profesional y apasionado por su trabajo que te recibía y despedía siempre con una gran sonrisa. Gracias por haberme dado serenidad, paz y motivación cuando más lo necesitaba. Gracias por enseñarme a amar más bonito y a creer en mi. Por siempre agradecida y con el recuerdo en mi corazón.
En memoria de Omar Castillo Valladares, Psicólogo y catedrático.