LA PRIMERA CUARENTENA

Por Dona Wiseman

En aquellos tiempos de cuarentena, la primera de tantas, algo sucedía con nuestros sueños. En las mañanas, muy temprano, o tal vez no tanto, se mezclaban los eventos oníricos con las sugerencias del día que amanecía. 

Esa mañana me soñé en la casa de una mujer. A la fiesta de la noche anterior habían asistido personajes extraños, hombres vestidos de cuero negro portando cadenas y botas militares. La fiesta se puso brava. Desperté esa mañana onírica porque escuché toquidos en la puerta, sonidos lejanos que evidenciaban mi desvelo y que se oyeron en el mundo otro, de vigilia.  Mi celular zumbaba al llegar mensajes de texto uno tras otro.  En ninguno de los dos mundos respetaban el hecho, que llevaba yo anunciando cuanta vez había podido, de que no me gustó nunca levantarme temprano.  Es más, no me gustaba levantarme.  A pesar de mí, me levanté a atender la puerta y vi que la mujer, anfitriona de la fiesta, estaba en su sala (o estudio) trabajando calmadamente en algún proyecto artístico, bordando tal vez. Esa sala permanecía sin huella alguna de música, movimiento y alcohol.  La mujer parecía haber pasado a la calma sin efectos, o tal vez la fiesta no llegó a esa parte de ese mundo. Pensé en volver a la recámara a dormirme, pero, al pasar por la cocina, me percaté del olor a cerveza, cigarro y orines. La basura, los trastes, los charcos.  Era una cocina pequeña que distaba mundos enteros de la paz y la luz tenue de la sala.  Entraba el sol directo.  Todo era blanco, metálico, peltre despostillado, común, sucio.  Estaba la puerta que daba a un patio abierta y los insectos, moscas en su mayoría, tenían entrada libre.  Me tocaba limpiar.  Atravesando el patio vi a tres hombres, de esos que habían estado en la fiesta.  Vestidos de cuero, con cadenas y botas militares, apenas iban alejándose de la casa.  Algo decían entre sí, y yo sospechaba que ratificaban que la tarea de limpiar esa cocina era mía sin remedio. 

En ese momento, en un mundo más cercano, dos mujeres conversaban. Mi imaginación, que cruzaba lentamente el puente hacia la vigilia, escuchó que una de ellas le decía a la otra, “Sí, ella sigue dormida. Ya al rato saldrá de su casa.”  Entre la expectativa de que yo limpiara aquella casa mientras la organizadora de la fiesta bordara en un espacio sin interrupciones, los zumbidos del teléfono, y la opinión pública sobre mis horas de sueño, pasé la frontera y amaneció mi día.  Las señoras hablaban de sus perros.  Mis perras ya querían levantarse. Y dentro de todos los mensajes iba una invitación muy atractiva, a pesar de lo inoportuno del horario.

En esos días de cuarentena, la primera de tantas, vivimos los sueños sin clara frontera entre lo onírico y la vigilia.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

DEJA UN COMENTARIO

LECTURAS RELACIONADAS