Por Dona Wiseman
Al encerrarme 9 días con 19 personas que trabajan sobre su relación con mamá y papá, es inevitable que a mí (asistente de maestros, en este caso) me pasen cosas. Hace 2 o 3 días (ya no tengo idea que día es o cuanto tiempo tenemos aquí, ni cuanto queda) me acordé de un conjunto de pantalón acampanado y blusa ombliguera que me hizo mi madre cuando tenía unos 9 años tal vez.
Recuerdo la ropa con la cual me vestía mi madre como una mezcla entre gris y “me siento espectacular”. Ese conjunto era una experiencia espectacular. Los Beatles acababan de aparecer en escenario y el mundo estaba invadido por “go-go boots” y mini-faldas. Yo, como mi ropa, era una mezcla (creo que lo sigo siendo) de gris y “me siento espectacular”. Ya a los 9 años me identificaba con algo, o alguien, que tal vez no alcanzaba a encarnar en ese momento.
Pero si vuelvo a la ropa, me inundan más recuerdos. A los 5 años tenía un conjunto de falda y blusa marinero. Blanco con rayas azules, cuello cuadrado que cubría la espalda, y moño grande en el pecho. Lo usé en una ocasión cuando fuimos a comer “fish and chips” en un bar que los viernes se convertía en restaurante familiar en honor al mandato católico de no comer carne los viernes. El baño de mujeres en ese lugar tenía unos espejos enormes. Me pasé por allí un buen rato admirándome, o el traje, o a ambos, en esos espejos. Era espectacular. Y sí, a los 5 años yo iba al baño sola en los restaurantes, cuando menos en los conocidos. ¡Era 1961!
Me sirvo otra copa de vino y continúo. En secundaria mi madre hacía mucha de mi ropa. No me gustaba toda. Evidentemente me hacía cosas que a ella le gustaban. Pero, me hizo un vestido café, línea A, cuello redondo, manga larga, sin nada de adorno más que mis piernas. El vestido era del largo (o corto) perfecto. Justo llegaba a la última articulación del dedo más largo de mi mano izquierda, o, lo que era igual, a un lunar (que ya no ubico porque parece que mis pecas y mis lunares se han reproducido a lo largo de mi vida) que estaba bastante por encima de mi rodilla izquierda. Siempre tuve piernas muy bonitas…y ese vestido de nuevo me daba ocasión de sentirme espectacular.
Por allá del último año de secundaria (tal vez en prepa) ya trabajaba de niñera y limpiando casas. Había ganado algo de dinero y fui al mall. Aún estaba acostumbrada a que mi madre me comprara mi ropa, pero en una tienda de aquellos tiempos (Three Sisters) en un mall que ya pasó a la historia, encontré mi primer pantalón de mezclilla. Dudé. Era un pantalón acampanado en extremo, a la cadera, con solapa abotonada al frente, tipo marinero (¿de nuevo?). Fui al teléfono público a llamarle a mi madre para pedir permiso. Yo tenía mi dinero y pondría ése y otro pantalón, de lana, acampanado y a la cadera, de cuadros escoceses azul marino con verde, en apartado y la semana después, o en dos cuando mucho, iría a sacarlos. Creo que mi madre (o tal vez mi padrastro que era secretamente quien me consentía) me dio el dinero dentro de pocos días para ir por mis tesoros. ¡Corrí! Mis primeros pantalones de mezclilla, y de moda. Me sentí espectacular. Quien me conoce sabe que desde ese día no me he dejado de vestir, casi siempre, de pantalón de mezclilla. La mezclilla en distintos cortes, colores y estilos se ha vuelto emblemática y exacta para mí. Hoy día, cuando me quiero sentir espectacular, es probable que me ponga un pantalón de mezclilla apretado en los muslos y acampanado, que me quede largo, con zapatos de tacón grueso. Los zapatos ni se ven, pero la altura alarga mis piernas, que aún tienen bonita forma, y, como dijo una mujer muy querida, “Te dan la estatura que todos creemos que tienes.”
Tengo recuerdos de la ropa que mi madre me hacía o me compraba que no me gustaba o que me era indiferente. También tengo recuerdos de sentirme espectacular. Hago lo mismo conmigo ahora. Dicen por allí, los que saben y gustan de contar, que hacemos con nosotras mismas lo que percibimos que nuestros padres hicieron con nosotras. Mi madre era gris o espectacular. Mi padrastro participaba también. Me llevaba por un par de zapatos y me compraba 2, o 3. Recuerdo ese día. Unos zapatos “Mary Jane” de charol negro, unos beige de pilón. Evidentemente me sentí espectacular.