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FIN DE AÑO EN TIEMPOS DE COVID

Por Miriam Valdez

Cuando era niña, mi papá siendo economista, tras haber vivido una infancia con ciertas carencias y en su afán de enseñarnos a ser precavidas, nos daba “domingo” para nuestro fondo de ahorro, haciéndonos la jugosa oferta de que, llegando la fecha de ir de vacaciones a Estados Unidos, la suma que hubiéramos ahorrado nos la duplicaba y –además- en dólares. Era muy motivador, más aún viviendo en el estado de México, en Toluca, en donde a mediados de los ochenta, el acceso a artículos de importación era completamente nulo.

Pasaban los meses y dos de mis hermanas y yo juntábamos religiosamente ese dinero como hormiguitas para poder ir a gastarlo “al otro lado”. Mi otra hermana (la que curiosamente hoy está aislada en cuarentena 100% desde Marzo que inició la pandemia) no ahorraba ni un centavo. Ella argumentaba que “al cabo te mueres” y bajo ese lema, se cruzaba la calle para comprar dulces en la tienda “del pelonchas”, trayendo mil golosinas que me hacían agua la boca: chicles flecha, pale-locas, paletas enchiladas luxus, chupirules, chicles motita, chocolates la vaquita, brinquitos, chilitos ticos, fritos cazares, etc. Pero yo me mantenía firme y estoica, gozando de vez en cuando de las migajas que ella me compartía.  Creyendo firmemente que tendría mí recompensa.

Hago esta analogía porque así me siento (¡aún!) en tiempos de Covid. Existen los que cruzaron la calle a la tienda del pelonchas desde el día uno, que van bajo el mismo lema de “al cabo te mueres”, y existen los que siguen en esta lucha interna de gastarse unos cuantos pesos de repente, pero no todo el ahorro, o los que estamos esperando ver duplicado el ahorro. Unos ya entendieron que la vida no volverá a ser como antes, otros viven realmente el hoy, y otros seguimos esperanzados a que esto pasará y podremos volver a la “normalidad”, muy probablemente perdiéndonos de tantos momentos, o postergando lo inevitable. Nadie lo sabe con certeza.

Ante éste estira y afloje, mi marido y yo, que realmente no hemos estado encerrados al 100%, pero tampoco hemos hecho vida “normal”, nos dimos la oportunidad de dejar hijos por un día entero con los abuelos (aún con cierto miedo o responsabilidad) para darnos una escapada. Nos fuimos a la sierra, tuvimos nuestro pic-nic de fin de año, conversamos, caminamos, disfrutamos el silencio…muchos momentos de silencio. El silencio de la montaña, el silencio que da la ausencia de gritos infantiles. Vamos, ni la bocina nos atrevimos a encender.

Atesoramos nuestro tiempo, atesoramos a los abuelos siempre dispuestos, atesoramos seguir con vida y sanos, atesoramos mil y un cosas. Atesoramos la satisfacción que da logar algo tan simple, como un simple momento de silencio, después de haber aguardado tanto por ello.

Y así, entre tantas reflexiones y referencias, cierro un año. Un gran y peculiar año. Profundamente agradecida. Y con humildad, declaro que estoy lista con mis monedas en el morral para recibir el 2021 y esperar, con suerte, mi saco lleno y duplicado para el próximo año. 

Y exactamente lo mismo deseo para todos los que seguimos en el carrusel: que el tiempo que venga por delante, logremos ver multiplicadas nuestras bendiciones y nuestros esfuerzos durante ésta pandemia. Que el morral se nos llene y ¡al doble!

Miriam Valdez: Soy mujer, madre de tres, esposa de uno. Licenciada en diseño gráfico, máster en administración, comunicóloga de clóset. Amante de la lectura, de la cocina y de la naturaleza. Escribo desde muy pequeña como una forma de reflexión y expresión sin grandes pretensiones. He llevado mi vida por muy diversos caminos y fases. Inicié una vida profesional en el sector privado alcanzando puestos importantes y decidí dejarlo para vivir mi maternidad más de cerca. A partir de ese momento he emprendido negocios, me involucro en proyectos que me representen reto, ingreso y diversión. Mi búsqueda constante: el balance. Mi mayor satisfacción: ser madre.
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