Por Clara F. Zapata Tarrés
Hoy te susurro. Quiero que sepas que soy una mamá imperfecta. Quiero que sepas que también estoy aprendiendo y que juntas podemos caminar mano con mano. Tus manos de dedos largos y uñas bellas, me enseñan que vas creciendo y que te quiero con tu fragilidad que no es más que valentía. Aprecio tanto que seas auténtica: seria cuando quieres, tirando una carcajada cuando estás en confianza.
Te quiero porque me enseñas cada día a ser tu mamá y que cada cambio tan intenso nos hace más fuertes. Sé que juntas vamos y que el camino está lleno de curvas. ¿Es compleja tu adolescencia y mi adultez? No lo sé. No me molesta, sólo siento que tengo todas las emociones a flor de piel y que a veces no sé cómo ser fuerte para ti. Estoy vulnerable yo misma. Estás creciendo con tu propio andar, con tus menstruaciones, con tus pechos, con tus deseos únicos, con tu cuerpo propio, con tus fantasías. Te estás convirtiendo en otra cosa, como las serpientes. Eres el árbol de tu vida, te desprendes dejando crecer nuevas raíces.
Mi propia adolescencia fue bien intensa y bifurcada. Quisiera que la tuya fuera más suave, más llevadera. Eres chiquita aún, pero me demuestras que despacio o en días rápido, te topas con las cosas que sí quieres y disfrutas pero también con las que no deseas. Tienes ganas de gritar. Tienes ganas de ser tu misma.
Quisiera tenerte en mis pechos como cuando eras una bebé y amamantarte resolvía mucho de esto. Estoy aprendiendo a hacerlo distinto. Tenme paciencia. Te amo te amo te amo. Quiero acompañarte y sé que lo hago bien a veces y otras me es más difícil.
Dame la mano, que juntas lo podemos hacer. No estás sola mi niña. Estoy siempre con mi corazón junto al tuyo, latiendo a toda velocidad, corriendo libres por un campo imaginario. No estás sola mi amor. Estoy contigo. Siempre. Gracias por amarme y por mirarme con complicidad. Gracias por buscarte en los rincones y en la naturaleza. Gracias por tener ese gran corazón.