Por Miriam Valdez Sáenz
Era un hombre peculiar, brillante, aventurado, inteligente, alegre, noble, y sobre todo, con el anhelo de un espíritu libre. Uno de mis primeros maestros de vida. Una amistad profunda que perduró al tiempo y a la distancia por muchos años.
Conocedor de mis reflexiones verdaderas hacia un sinfín de temas, incitando a ser más libre y coherente entre el pensamiento y el proceder, con otra forma de sentir y de actuar, que lo llevó a explorar otros horizontes inalcanzables e incomprensibles para tantos de nosotros. Se embarcó por el mundo, por países, ciudades, decisiones y límites desconocidos.
Así, atravesamos juntos nuestros primeros años de juventud y aventuras, aún estando en países distantes, manteniendo cercanía de una u otra manera, siempre presentes uno en la vida del otro, soñando, planeando, celebrando amores, llorando desamores, siendo confidentes, compartiendo el idealismo de alcanzar nuestras metas.
Se llegaba el día de reencontrarnos, vivíamos como viven los verdaderos amigos un momento: escuchando música, adoctrinándome en fotografía sin gran éxito, comentando libros, contemplando estrellas, filosofando acompañados de un buen vino, compartiendo silencio…una amistad liberadora y reconfortante. Se iba de nuevo a intentar perseguir una misión en éste plano; hasta que se volvió exitoso, como era previsto, hasta que rompió los límites del sentido de la existencia.
El contacto se fue volviendo esporádico y lejano, se embarcó en una lucha interna de la que ya no formé parte. Las ausencias se pronunciaron, cada vez más largas, lejanas, hasta tornarse definitivas.
Confiaba en que esa libertad y ese respeto que nos teníamos nos llevarían a compartir algún día otra vez, que volvería del silencio, de la aridez; que era sólo un autoconocimiento más necesario, una etapa más, un peldaño más por alcanzar la cumbre y la libertad que perseguía incesantemente. Pero no fue así, no sucedió. Nos perdimos, se perdió. Se fue.
Cada Enero celebraré su existencia aunque ya no esté, porque se cruzó en mi camino dejando una huella lindísima. Lo recordaré con esa enorme sonrisa, con ese gozo y simplicidad por la vida, con esa chispa en la mirada, como ese gran amigo que me aceptaba tal cual era y me animaba a crecer en aquella etapa crucial de mi vida.
Amigo: gracias por todo lo bueno que sembraste en mi y que aún atesoro. Buen viaje. Vuela libre, como siempre anhelaste. Feliz cumpleaños…dónde quiere que estés.