Por Cristy Aguirre
Mi hija; la más chica; es la ocurrente de la casa. Digamos que tiene “chispa”. Saca de todos desde las más grandes carcajadas; hasta las preguntas que más nos han dejado filosofando.
Y claro dicen que los niños siempre enseñan algo… (y a veces no, simplemente son menos complicados). Como el día que busque hacer una analogía con ella…
-“Hijita, ¿cuántas veces te he dicho que no es prudente molestar a los perritos cuando están comiendo? ¿Qué harías tú si te quitan tu hotdog?”
Ella respondió muy segura de sí misma:
-“Lo muerdo”.
Acepto que, aunque la respuesta no era la que esperaba; fue acertada. Simple; llana; pero acertada. Ella hace esto muy a menudo. Siempre saca comentarios que no espero.
-“Mami, si quieres puedes dormirte en mi cuarto” (mi madrecita interior pensó “me necesita”)…
-“¡Claro mi amor! Pero… ¿y tu papá?”
-“….Es que yo me voy a dormir con él”.
Solo le faltó el: “agarra tus tiliches y retírate de nuestra habitación”. Ese pequeño ser humano al que estuve amamantando más de un año, trató de desalojarme de mi propio cuarto.
Cuando supe que tendría una niña; comencé con estos sueños de los moñitos; los vestiditos; veía tantas cosas en la tienda y ¡quería todo!. Después de dos hombres, me sentía feliz de tener quien me hiciera segunda durante los partidos y luego para que prefiera al papá (y que se parezca). En fín, sinceramente si me encanta; en serio me encanta que lo ame tanto (pero no me fascina que me corra del cuarto).
Volviendo al tema, cuando la estaba esperando, era “como si” desde que recibí la noticia me estuvieran dando un crédito gratuito en el área de niñas; y es que por fin esa muñeca que tanto había soñado, crecía dentro de mí.
Nació y si, pobre chiquita; quería siempre tenerla con esas incómodas banditas gigantes; ni cabello tenía la bebe y yo estaba encaprichada en hacerle un chonguito con los cinco pelitos que tenía.
Hoy soy madre de una niña de ya cinco años y si les puedo decir, que quien me dijo que las niñas eran más quietecitas: MENTÍA. Claro, a ella le encantan los vestidos, pero también ama la tierra, ama correr y jugar con sus perros y esta enamoradísima de su pez.
Sin darme cuenta, desistí de la batalla del “siempre tienes que estar peinada”; en cambio descubro que crece a mi lado una mujer fuerte, independiente; soñadora, ocurrente y me siento obligada a criarla fuerte.
Me dijo alguna vez que quería ser bombero al día siguiente quiso ser sirena; otro día me dijo que quería ser doctora (yo ahí me quede por si estaban con el pendiente).
Veo que crece sin estereotipos; veo que crece sana … y eso me encanta. Ella puede elegir azul y está bien, de pronto su tendencia del “Pink” se torna en morado y no tiene ese límite …
Hace poco la encontré orando en voz alta. Ella oraba por una persona cercana que pasaba un momento difícil; “por favor Diosito, cuídalo mucho”; sentí tanto orgullo de su hermoso corazón. Que una niña tan pequeña sienta esa empatía, esa fe, esas ganas de querer ayudar por iniciativa propia…
Difícil evaluar mi desempeño como madre; porque no siempre tengo anécdotas de ternura, pero ver, que en la medida que crece se hace fuerte, que sigue siendo genuina y cada vez es más independiente; me hace pensar que no lo estoy haciendo tan mal.
Ser mamá de una niña no era nada de lo que me imaginaba. Es mucho mejor.
A veces súper héroe, a veces princesa y claro de pronto una que otra vez le sale igual que a su madre la fiera interior (y eso también me fascina); en fin, siempre me da mucho material para escribirles.
Envolverme en sus juegos y en su mente creativa de verdad se volvió mi fascinación; podría ser su mejor amiga; pero ese no es mi papel; solo sé que siempre estaré ahí para ella… y le recordaré una y otra vez lo valiosa y genuina que es. Amarla y enseñarla amarse, ese; ese es mi papel. En el deber ser y lo que es, les confieso que aunque ella no lo sabe; es y siempre será mi más amada comadrita. Ella es, mi amada hija.