Por Miriam Valdez Sáenz
“Todas las enfermedades adictivas, incluso la de amar demasiado, llevan implícitas la violación de nuestra propia escala de valores, y la incapacidad de detenerse o de cambiar a través del propio esfuerzo”.
-R. Norwood
Odio a los dentistas. Bueno, no los odio, les temo, mucho, más que al demonio, en verdad. Viví un vía crucis de niña, llegaron a sujetarme entre varios a esa camilla, me pusieron frenos a los 11 años y me fregaron la boca, el resultado: resinas en casi todos mis dientes y algunas coronas en las muelas. De mayor, sufrí ese calvario, empezando por mi bolsillo y el ir y venir entre odontólogos.
Cuando inició la cuarentena, se me cayó un empaste. Y como la vida se detuvo por un momento, que se convirtió en un año completo, podemos imaginar el desenlace: un dolor de muelas que ni de parto, dos endodoncias y encarrilarme en la fila de arreglarme los dientes una vez más.
Tomar la decisión de iniciar con algo que venía postergando por miedo, o por desidia, no fue sencillo. Excusas siempre existen, empezando por el temor de no saber con quién atendernos que ahora sí de en el clavo. Pero no sólo fue eso, me detuve a pensar en todos esos arreglos personales que no he realizado, primero, porque estuvo el instinto de sobrevivir, de cuidar a mis hijos como loba en cueva, de ver por los míos, de anteponerlos y de dejarme en un segundo plano…es verdad, es real, lo digo con honestidad, y sé que a muchas nos sucedió así. Y segundo, porque dar el paso de arreglar o iniciar cosas, no es fácil en general.
Postergamos la dieta, el ejercicio, el papanicolau, la mamografía, los análisis de laboratorio, el arreglo personal que generalmente viene acompañado de algo que nos parece un defecto y con el que luchamos entre la aceptación y el rechazo, e incluso postergamos los sueños y las metas por realizar, algún post-grado, algún hobby, un viaje, etc. Estoy segura que no sucede única o exclusivamente en tiempos de Covid, sino lo traemos arrastrando ya por varios años.
Converso con mujeres y padecemos –algunas, no todas- de ese mal de “postergar”. Y las que ya han logrado dar ese paso y ponerse realmente en primer plano, estuvieron detrás de bambalinas también en su momento, dubitativas de dar el paso por temor a sentirse frívolas o egoístas, escondiéndose detrás del escudo de cuido de otros y por eso me dejo atrás…sí, eso “mujeres que aman demasiado”.
No quisiera entrar en reflexiones de que vivir anteponiéndonos como especie (femenina) tiene orígenes ancestrales y en teorías evolutivas. No quisiera entrar en discusiones de si tenemos el lugar que merecemos o no, ni tampoco pretendo encaminar el tema a algo feminista. Sólo que me parece cierto que somos dadas a vivir para otros y a expensas de otros, o la vida de otros.
Cuesta darse cuenta, cuesta aún siendo mujeres “leídas, estudiadas y evolucionadas”, cuesta actuar sin establecer una oponencia y sin sentir remordimientos, pero lo que más cuesta, es amarnos verdaderamente y ponernos en primer plano. Pero pues a darle, ¡que hay tanto que arreglar!