Por Dona Wiseman
Guardo un lugar especial en mi corazón para “la gente”, esa entidad esquiva y omnipresente que no entiende nada. Pienso en todo lo que no entiendo yo y con todo lo que no estoy de acuerdo, un poco porque me falta que me expliquen, y otro poco porque ya me rebota la cabeza de tanto entender por obligación de moda. Hay listas largas de temas y maneras de vida que “la gente” no digiere. La ecología, la pandemia, los medios de comunicación, la política, la historia, los géneros, el poliamor, la discriminación, el machismo, la libertad, los límites, la economía, los ecosistemas, la no permanencia…
“La gente” no entiende el idioma de muchos, pero a veces asegura entender un maullido a media voz de su gato. Los colores y sus tonalidades se vuelven tan misteriosos como el orden del Universo, nacido del caos que nació del orden. “La gente” no entiende más allá de la supervivencia básica, ni posee otra cosa o manera de vivir.
Y así vivo a veces. Y así vives a veces. Soy y eres “la gente”, y entiendo y entiendes de manera meramente limitada. Creo que no somos malos. Creo que por hoy estamos cansados (sí, hablo de mí). Tal vez podríamos tomar un receso pequeño, aunque fueran unos minutos, para no entender nada, para vivir tres segundos de honestidad y soltar la demanda (la que creemos que llega desde fuera y la misma que sabemos está desde adentro).
Hoy quiero sentir compasión por quien no entiende, por quien tiene miedo. Quiero sentir compasión por mí. Quiero decir que no entiendo, tantas cosas no entiendo que por hoy tengo la certeza de que cualquiera de mis presunciones intelectuales, espirituales y emocionales carece de sentido. Y ¡vaya que han sido muchas esas presunciones!
También quiero preguntarme, “¿Y si lo que sé no es cierto? ¿Y si nada de lo que he estado segura es verdad?” Mi papá tiene 89 años (pronto cumplirá 90). Pensar en las veces miles que ha tenido que reaprender algún concepto porque lo que sabía se volvió mentira, me marea.
Los días y los meses marchan veloces y cada día hay algo nuevo y algo viejo, y no tenemos ninguna certeza si lo verdadero es lo viejo, lo nuevo, o lo que no ha visto la luz aún. En lo que llevo de mi vida Plutón ha sido planeta y luego no. Ya con eso merecemos algo de compasión, tanto yo como Plutón. Y, ni que hablar de los países y las fronteras (políticas e imaginarias) de Europa y África. Allí sí que no tengo ya idea de nada.
El bien y el mal, la verdad y la mentira, lo cierto y lo incierto, lo correcto y lo incorrecto. “La gente” no sabe. Ni yo tampoco.