Por Dona Wiseman
“Oye, prende las luces del coche, ¿no? Ya empieza a oscurecer.”
“¡No’mbre! No seas exagerado, todavía veo bien.”
“¡Cómo serás bruto! ¡Las luces son para que te vean a ti!”
Sí, me declaro culpable, aunque esa conversación no fue conmigo. Me declaro culpable de creerme el centro del mundo y de no tomar en cuenta que hay otras personas. Viajé hace una semana (sí, viajé de nuevo en pandemia) y reflexioné sobre las razones mías por traer cubrebocas e ir armada con suficiente alcohol en “spray” para desinfectar a una pequeña ciudad.
Puedo entender que a veces nos importa, nos asusta, o nos es indiferente algún riesgo, como el riesgo de contagio de COVID. Hoy, sin embargo, me toca ser consciente y responsable, dentro de un marco aceptable, del bienestar de quienes me rodean. Dicho en pocas palabras, no quiero ser la persona que no respeta la sana distancia y se acerca a otras sin cubrebocas. O ser el hombre junto a mí en el avión a quien se le escapó un estornudo con precarios cuidados.
“No te preocupes, no me va a dar COVID.” Perdónenme, señoras, pero no me estoy preocupando por Uds. que no se están cuidando, sino por los demás que sí lo están intentando.
Estando de viaje (fui a la Riviera Maya), me metí a una alberca con delfines. Tener a un delfín a mi disposición durante 40 minutos, o sea que Malú fue mío y nada más mío durante ese tiempo, fue una experiencia inesperada, uno de los tantos tesoros que me ha regalado la pandemia. La actitud de los delfines me recordó la actitud de los caballos. Cuanto monto a caballo, tengo la plena seguridad de que el animal está colaborando conmigo. Los caballos comúnmente pesan arriba de 400 kilos y si quisieran no colaborar, pues no lo harían. Los delfines…pues pienso lo mismo. Tienen dientes. Tienen una nariz con la cual seguramente podrían lastimar si “decidieran” hacerlo. Pesan. Son muy veloces. Digamos que, desde mi punto de vista, tienen la ventaja. Con eso y todo colaboran.
Si el delfín me contempló digna de su atención y si el caballo me lleva en su lomo y me permite “jugar” con él, ¿qué me pasa a mí como ser humano que no colaboro con las demás? Cada una de nosotras tendremos nuestras razones. Tal vez competencia o arrogancia o desprecio o desconexión o inconsciencia o inseguridad o dolor. No sé. Eso ya es trabajo personal. Con permisito, voy a terapia.