Por Sandra Machuca
Todos tenemos una idea vaga, confusa y mal entendida idea de lo que es el amor. Es como de esas cosas que uno aprende instintivamente. Aprendes a comer sin manual; cuando te empiezas a ahogar te das cuenta de que eso que te metiste a la boca fue un bocado grande; que hay veces que ni cuenta te das pero el agua se te va de lado y con eso bastó para sentir que morías en milésimas de segundo. Así en el amor; vas aprendiendo en la marcha, en una relación tras otra, si eres tan afortunado para darte la oportunidad de experimentar con diversas personas y en varias etapas de la vida. Volviendo a la analogía del comer, uno supera las papillas tarde que temprano y posteriormente hasta decides comer lo que te hace daño. En este sentido amo ser un humano y poder probar y decidir cuanto se me antoje, aprender, mal aprender y desaprender.
En un escenario ideal deberíamos llegar a la etapa adulta amando conscientemente, con un criterio propio que nos permita decidir (mal o bien) a quien y como amar. Sin embargo, detrás de cada uno de nosotros existe un bagaje familiar, cultural y social que genera cierta presión hasta en este aspecto de nuestras vidas. ¡Qué feo tener que dar una explicación o justificación de lo que sentimos y hacia quien lo sentimos o dejamos de sentir! O decidir con base en las lealtades familiares o preocupados por lo que opinará la sociedad.
Todavía hasta no hace muchas generaciones atrás, con los baby boomers lo políticamente correcto era vivir en pareja; hasta que la muerte los separe; aunque ya comenzaban a ser más visibles los divorcios, esto no quiere decir que hayan sido bien vistos. Tener hijos y vivir una vida en familia era sinónimo de cordura y estabilidad emocional; de amor. Una mujer parecía tener más valor si se le veía acompañada de un hombre a lado; porque alguien “la había elegido” y ahora ella se sentiría protegida; tendría quien le abriera la puerta del coche, alguien que le acercara la silla en el restaurante y tendría a quien recurrir ante cualquier peligro. El eterno cuento de la princesa rescatada por un príncipe; un cuento de amor (falso). Como si los seres humanos hubiéramos nacido siameses, quisiéramos vivir en duplex, o tan solo tener que descifrar el hecho de que existan en el cine combos pareja ¡por favor, yo me acabo uno sola!
Vayamos a los millennials y centennials. ¿Qué onda con ellos y el poliamor? Sus cero ataduras y sus vidas por un lado individualistas y compartidas por otro. ¿La generación del desapego? A diferencia de generaciones anteriores parecen más atraídos por una vida simplista y con menos complicaciones en todos los sentidos; disfrutando más del momento presente; anteponiendo calidad y no cantidad. Menos es más ¿podría ser parte de su definición? El hecho es que tratándose de amor están demostrando que puede ser vivido de manera más libre y una mayoría comparado con los baby boomers y las generaciones subsecuentes han superado las barreras sociales que hasta ahora limitan a muchos. En promedio es una generación que rompiendo con el estereotipo de la vida de una familia funcional feliz, voluntariamente han optado por no comprometerse con una pareja. ¿Pero por qué estar solo con una persona si podemos disfrutar de la compañía de varias? Tiene sentido, no para mentes conservadoras pero sí para aquellos exploradores del mundo. No priorizan en trabajar toda una vida para pagar una casa que podría ser el “hogar” de una relación probablemente fallida y complicarse posteriormente con 1) el hastío de una relación sin futuro pero que en apariencia es esa bonita pareja y familia que todos los allegados miran con ojos de felicidad y aprobación. Complaciendo con apariencias para no autodenominarse “fracasados”; 2) lidiar con un divorcio y sus derivados. ¿Tener hijos? No gracias. Hay un mundo extenso ante mis ojos por descubrir como para vivirlo con la misma embarcación. Han optado mejor por compartir pisos con amigos y colegas, conocen nuevas personas y van cambiando de compañeros de piso así como su aburrimiento o rutina los lleven. A la larga tendrían diversas experiencias de las cuales echar mano ante diferentes situaciones.
¿Una cultura hedonista? Diría Gilles Lipovetsky hablando del hiperindividualismo que;
“se trata de una maximización de los intereses particulares en todas las esferas de la vida que incita a la satisfacción inmediata de de las necesidades y estimula la urgencia de los placeres.”
Si el mundo cambia ¿por qué seguir manteniendo patrones arcaicos?
Eloy Da Vinci
Realmente el amor es Roma 🙂 romá-ntico ! todo cuadra en el lenguaje !!
Eloy
Hola, antes dejé un comentario y no aparece. O es porque antes debe ser aprobado? Gracias.