Por Miriam Valdez Sáenz
Existe una situación más que hemos normalizado: que los niños practiquen disciplinas deportivas bajo un entorno de violencia, ya sea de parte de los entrenadores o incluso, de los propios padres. No sólo lo hemos normalizado, muchas veces como papás lo exigimos con la finalidad de que nuestros hijos “crezcan, se forjen y maduren”.
En mi familia, el deporte es uno de los valores que hemos inculcado en nuestros hijos desde que eran pequeños, pero siempre de manera lúdica y natural. Mi esposo se dedica profesionalmente al deporte y jamás hemos obligado o forzado a nuestros hijos a entrenar lo que él hace, ni ninguna otra disciplina, aún sabiendo el talento y el potencial que pudieran tener. Ellos eligieron fútbol, y aún ahí hemos sido cuidadosos de no perder el foco de que, en este momento, la disciplina es netamente formativa, no competitiva. Lidiamos a diario con papás que les gritan y humillan detrás de canchas, con entrenadores que les hablan incluso con groserías… con mamás que exigen que su hijo sea tomado en cuenta, que hacen un zafarrancho porque al chamaco no le dan el lugar que ellas creen merecen, con papás que intimidan a sus hijos por los posibles errores que cometieron.
No cabe duda que el deporte es una de las mayores escuela de vida, como bien dice mi esposo, siempre y cuando sea inculcado bajo un marco de un sinfín de valores que practicarlo conlleva: disciplina, solidaridad, compromiso, lealtad, respeto, amor propio, manejo de la frustración, autoconocimiento, autocontrol, etc. Pero quererlo inculcar a fuerza, es un completo error que merma la autoestima de los niños, no sólo a largo plazo, en el inmediato también.
Mi hija de cinco años ama bailar, y lo hace realmente bien (eso decimos todos los papás, lo sé). La llevamos a clase de baile por un par de semanas y salió desencantada: la forzaban a hacer cosas que no quería hacer y lo que es peor, trataron de manipular su cuerpo provocando dolor para lograr un “split”. No más clases de baile, no es el momento. Y aún así te topas con posturas de papás que dicen: “no le debes dar a elegir, que aprenda la disciplina desde niña porque si no le sacarán ventaja otras, oblígala, eso no es opción, etc.” Y ahí están, niños de quince años que no quieren saber más de deporte, con un agotamiento físico y mental, que perdieron años de su niñez por la imposición de sus padres, sin ilusión, con una frustración enorme.
Pero más allá de las posturas de los propios padres – en donde se engendran los primeros índices de violencia hacia el deporte- está lo que hemos permitido y normalizado como sociedad. Entrenadores sin conocimientos, sin estudios, sin pedagogía, sin censura y sin control y padres que creemos que ésa es la verdadera disciplina y les entregamos a nuestros hijos a ojos cerrados.
Sería una gran iniciativa revisar, analizar y si es necesario, modificar las políticas públicas existentes para que se sancione a los entrenadores que agredan física y verbalmente a sus alumnos, que se les exija tener conocimientos comprobables para poder impartir disciplinas y que como padres, tengamos la responsabilidad de informarnos y cuidar la integridad de nuestros hijos y su desarrollo.
La violencia en el deporte de parte de padres o entrenadores, no es NORMAL. Los daños son irreversibles, así como también lo es una correcta formación. Antes de ver a tu hijo como un grande en el deporte, antes de soñarlo como un Messi, un Nadal o el nombre que le quieras poner y de querer lograrlo a toda costa, tienes que recordar que es un niño y que la coacción, nunca será el camino.