Por Clara F. Zapata Tarrés
Mamá, madre, MADRE, Lu, Chiquita, Amorcita, Mamita, Mamou, Muter, Mami, Ma’, Maaaaaa’…
Tantos apodos para una misma figura tan potente en la vida de cada una de nosotras. Es la imagen de la que aprendemos muchísimas cosas. Es la que nos cargó o no nos cargó cuando eramos bebés, es la que nos enseñó a maternar o al contrario, nos obligó a estar lejos por opción, por obligación o por no tener opción; es de la que guardamos recuerdos o de la que miramos ya con suavidad y empatía.
Sea como sea, aunque no esté presente físicamente, o incluso aunque haya fallecido, ejerce un poder extraordinario en nuestra alma, nuestras acciones cotidianas, en nuestro cuerpo incluso.
¿Acaso no te has sorprendido a ti misma actuando tal como ella lo haría? ¿Acaso no te has encontrado diciendo las mismas palabras y las mismas frases, y pensaste “¡¡¡Oraleee, soy mi mamá!!!?” Probablemente sí. Y yendo más allá, incluso vamos teniendo caras, gestos, posturas, arrugas, silbidos, palabras, comportamientos y conforme pasan los años vamos desmenuzando, desagregando, eligiendo o no, que sí y que definitivamente no queremos, sin lograrlo siempre… Y definitivamente hay cosas que son conscientes y otras que son latentes y que nos cuesta trabajo percibir…
Una de ellas es la crianza. Nos autodefinimos, nos identificamos y vamos aprendiendo en el camino de la maternidad a través de muchos modelos y sin duda, al principio solemos repetir. Y es que, ¿de qué otra manera pudimos haberlo hecho? Aunque no lo recordemos, vamos repitiendo el patrón porque desde el momento en que salimos de la panza de nuestra madre observamos, sentimos y percibimos el mundo a través de sus ojos. Nos fuimos adaptando, fuimos reconociendo y fuimos construyendo una identidad propia, imitando y más grandes quizás desafiando: enfrentando sus posiciones, copiando lo que nos gusta y después de unos meses, años o décadas, creemos que al fin podemos decir que tenemos un estilo propio de cómo queremos ser madres.
Puede ser que hayamos tenido una madre ama de casa, una madre trabajadora, una madre que permanecía atenta y consciente, que se tiraba en el piso a jugar, una que estaba ahí pero permanecía ausente, una madre deprimida, alegre, inteligente, derrotada; otra ególatra, una que comparaba, una que escuchaba o que sólo hablaba de ella, una madre golpeadora o una empática y amorosa… Una madre que se hacía preguntas, una que se violentaba pero que arrepentida, era capaz de pedir perdón reconociendo sus sentimientos y asumiendo la responsabilidad de contar la verdad; una madre poderosa que nunca se vislumbraba transparente, una adicta a las drogas, al alcohol, a la comida, al conflicto. Y así nos tocó. Una madre real, con todas sus vicisitudes, sus recovecos, sus preguntas sin respuestas, sus emociones a cuestas, con sus planes personales y sus emociones evocadas… De ella, así, tan complicada y tan simple a la vez, aprendimos y seguimos aprendiendo.
Existen diversos caminos en esta libertad. Si nos dejamos llevar sin la reflexión lo más probable es que veamos el viaje en blanco y negro. Pero si nos comprometemos a pasos reflexivos, complejos, de autoconsciencia, me parece que podemos elegir hacia dónde nos gustaría ir y plantear una meta.
Para ello, se nos aparecen nuevas figuras maternas, amigas, compañeras de trabajo, maestras, etc., que nos van ayudando a conocernos mejor y a decidir permanecer o cambiar o simplemente pensar.
Sin duda, podemos elegir permanecer y llevar esta carga que representa a veces la culpa, la piedra pesada, la mochila repleta… Pero podemos también elegir el camino con más bifurcaciones que nos permite encontrar nuestra esencia y en consecuencia reconocernos, aceptarnos y saber que nuestro camino es único. La crianza es nuestra, tal como la imaginamos y despacito, sin prisa podemos acercarnos a lo que soñamos que queremos y podemos ser como madres. No es fácil, obviamente. Sin embargo, nos permite elegir y enaltecer nuestra autodeterminación, nuestra libertad.
¿Quién o quiénes te han ayudado en este recorrido? ¿Cómo quieres hacer el viaje? ¿Qué madre serías o hubieras sido para ti misma? Hazte las preguntas, busca dentro de tu corazón. Decide y sé la madre que deseas, imaginas y sueñas: una madre real y auténtica.