Por Dona Wiseman
Ayer, una mujer joven (no es ya niña ni adolescente) comentaba como, al mirar su vida en este momento, le era inevitable escanear su trayecto desde kínder, primaria, secundaria, prepa y carrera, para terminar dándose cuenta de que está ahora estudiando maestría y, “¿Cómo chingados llegué a esto, y en qué momento?”. Esta última frase tendría que ir acompañado de una tira interminable de emojis, esos que expresan sorpresa, susto, maravilla, y llanto también. Al escucharla vi que sus ojos se llenaban de lágrimas que pronto caían a lo largo de su cara. Me dio gusto ver que no tomó de inmediato el kleenex para quitárselas. Siempre me ha dado la impresión de que limpiarnos las lágrimas demasiado pronto corta la emoción. Creo que hay que dejarlas fluir, rodar, mojar. Vi como el líquido se extendía por su cara y su cuello, quedándose gotas en el cuenco de las clavículas. Los fluidos corporales…reaccionamos de maneras particulares ante ellos. Pero eso sería columna aparte.
Escuché a esta mujer que conozco desde que era más niña, no muy niña, solo más niña, hablar de posibles negocios a futuro, de proyectos, de familia, de valores, de cómo veía su vida mañana. Ya sabe que el mañana está aquí, cerca. Sentimos su aliento en nuestras nucas y sus pasos apuran los nuestros. En una inhalación podemos recordar del kínder hasta maestría, y la exhalación tal vez nos empuja hacia el siguiente paso.
Me ha surgido muchas veces esa sensación de no saber cómo llegué a la vida como es hoy. Creo que ha sido (en mi caso) un producto de la desconexión, del movimiento impulsivo y del trabajo de varios ángeles guardianes y protectores divinos. De otra manera no tiene mucho sentido. Seguramente tiene que ver con mi desadaptabilidad (chiste eneagrámico). Al recordar la reflexión de esa mujer, no puedo evitar maravillarme de haber salido relativamente ilesa de los años que he vivido. Ella traía al cuerpo los recuerdos de “lo bueno, lo malo, y lo inevitable”. Yo hoy hago contacto con lo impulsivo y lo inconsciente. Si cada una de nosotras hacemos el recorrido de los años nuestros, el camino de ladrillos amarillos personal, podremos conocer un tanto más la manera en que nos movemos en la vida. Podremos ver los pasos automáticos, los límites autoimpuestos, los miedos paralizantes, la contrafobia impulsiva, la ceguera, la vista selectiva, las conclusiones, las creencias; los cimientos sobre los cuales construimos la vida tal y como se manifiesta hoy.
Espero que, al hacer un ejercicio así, no quedemos solamente con la sensación de “tiempo perdido”, que seguramente habrá, esa especie de nostalgia que nos reporta un, “Caray, debería haber…” Tal vez, sacudiendo las lágrimas que surgen de esa nostalgia, podríamos considerar la manera en que escogeremos los siguientes ladrillos en la construcción del camino de vida que, en mi caso, ya va avanzada. Entonces te invito a mirar las decisiones y las no decisiones, la voluntad o la falta de voluntad, el impulso o el confort que te ha colocado en el momento de vida que se presenta hoy. No tengas miedo de llegar a conclusiones certeras o erradas, es un proceso, dale su tiempo.