O el intento de ser mujer en nuestros días.
Por Liliana Contreras Reyes
Después de seis meses, he vuelto a NES. Aunque no me fui del todo, me quedé con un pie deteniendo la puerta. La razón: la publicación de un segundo libro, del que pronto tendrán noticias. Regreso, queriendo compartir un nuevo proceso al que dedicaré mis próximos meses: entender el feminismo.
Precisamente (adelantándome un poco a la publicación) mi segundo libro de cuentos se titula Abuelas, madres, hijas y en él, haciendo uso de múltiples voces, trato de exponer la tesis de que cada mujer tiene frente a sí un reto diferente para alcanzar la plenitud, para expresar su femineidad, para superar su realidad e, incluso, para superarse a sí misma. Para escribirlo, no me fui a la teoría. Recurrí a los recuerdos, al cuestionamiento, a la pragmática y, hasta puedo decir, a la expectativa.
En este momento, quiero entender el feminismo en sus diferentes vertientes. Me explico. Me siento identificada con el feminismo de la tercera ola, pero sigo sin comprender a profundidad los nuevos feminismos, la militancia, los tan sugeridos y polémicos cambios en el vocabulario que no entiendo y, por lo tanto, no uso.
No nací siendo mujer, me convierto en mujer cada día. Así lo expresó Simone de Beauvoir y voy de acuerdo. Fui tutelada implícitamente por muchos modelos en mi infancia y sigo aprendiendo a serlo cada día que pasa. Sin embargo, el día de hoy, me siento mujer y vieja. ¿Por qué? Porque no estoy teniendo claridad respecto a lo que ocurre a mi alrededor. ¿Y por qué creo que no lo entiendo? Porque me encuentro ante un cambio de paradigma. Por un lado, fui educada en una familia tradicional; por otro, vivo una transformación, tanto del modelo de familia, como del rol que tenemos hombres y mujeres en la sociedad.
En este intento de comprender y comprenderme, retomé un tema de hace diez años, en el cual estuve analizando el rol de la mujer, primero de manera general y, posteriormente, dentro de la Literatura. Les comparto la primera parte y, en próximas entradas, estaré analizando tres cosas: cómo se ha modificado el concepto del ser mujer, cómo se retrata la figura femenina en la Literatura y, por último, cómo nos desempeñamos las mujeres en la escritura (como profesión).
Primera parte.
A lo largo de la Historia, encontramos indicios de la inmovilización de la mujer, gracias a los modelos e ideas creados en torno suyo. La mujer ha sido motivo de ficciones que van desde los mitos del origen, en el Génesis, hasta la invención del “hada del hogar”, capaz de transformar lo natural en comestible, o la súper mujer actual, que mantiene un sólido estado de ánimo a pesar de ser simultáneamente trabajadora, ama de casa, madre, esposa, amiga y amante.
La pregunta vigente ya no es por qué se crean mitos en torno a la figura femenina, sino qué grado de verdad es capaz de soportar la mujer actual, al confrontar la realidad (su realidad) con los mitos que se han construido en torno suyo. Como dijo Rosario Castellanos (2001), “la mujer ha sido, a lo largo de la historia, más que un fenómeno de la naturaleza, más que un componente de la sociedad, más que una criatura humana, un mito” (p. 9).
Lo anterior nos hace cuestionarnos: ¿Qué pasaría si, como lo anuncian algunos evangelios apócrifos, nos dijeran que la virgen María tuvo varios hijos o que José se casó con ella para evitarle una vida ignominiosa por estar embarazada sin casarse? Probablemente, quienes tienen fe, la perderían.
¿Qué pasaría si de pronto nos dijeran que Helena no fue la mujer más bella sobre la Tierra? Nos desilusionaríamos ante la pérdida de Troya por una mujer con una belleza nada excepcional.
Si Penélope hubiera terminado de tejer su sudario a los tres años de la partida de Odiseo y no después de veinte cuando el esposo volvió, ¿el efecto de la historia sería el mismo? No, pues Odiseo no habría tenido que llegar a luchar por una esposa “infiel”.
La mujer se ha convertido, bajo manos creadoras, en metáfora de ballena, en ola, en templo, en tierra, en un ser intemporal, transfigurado por su autor, en figura temida y en efigie amada, que suple al humano, restringiéndolo de sus características físicas y emocionales, de su conciencia, voluntad y energía.
Rosario Castellanos nos explica cómo el hombre y la mujer son antagónicos: uno es fuerza, la otra pasividad; uno voluntad, la otra inercia. Y ante el temor de verse vencido por la mujer, el hombre la ha encerrado en el altar de las deidades, en el harem, en el patio de las impuras, como servidumbre y, de cierta manera, neutraliza la amenaza.
En el pasado, solo era el varón quien le impedía su crecimiento, pero, en la actualidad, la mujer lo refuerza al apropiarse las quimeras generadas en su honor como género, aún cuando en apariencia tiene mayores libertades. El siguiente comentario realizado en los setenta, aplica para la mujer actual:
“la oportunidad concedida a las mujeres de adquirir un adiestramiento, unos conocimientos, una cultura en fin, no ha hecho variar sus actividades y no la ha vuelto ni más auténtica ni más responsable porque esa oportunidad y su aprovechamiento tampoco han modificado de una manera esencial la situación de la mujer en la sociedad, situación que continua siendo enajenada” (Castellanos, 2001, pp. 34-35).
La mayoría de las mujeres optan por seguir un modelo genérico que “tiende a subrayar los aspectos defensivos y pasivos, en una gama que va desde el pudor y la ‘decencia’ hasta el estoicismo, la resignación y la impasibilidad” (Paz, 1998, p.13), en lugar de generar una forma particular de ser.
“Trabajadora, puta o decente (…) hace un siglo no había más modelos para las mujeres y éstas se uniformaban en cada clase”, (Dresser, 2009, p. 13). La pregunta es: ¿siguen siendo vigentes estos modelos? Sea cual sea el patrón seleccionado, nunca se le permite ser ella misma ni atender a sus propios deseos.
Virginia Woolf (1991) tuvo la esperanza de que cien años después de haber escrito Un cuarto propio las mujeres ya no serían el sexo protegido y participarían en todas las actividades y esfuerzos que les estaban vedados. Sin embargo, estamos por cumplir la prórroga (en 2029) y no podemos jactarnos de haber satisfecho su anhelo.
Al contrario de lo especulado Woolf, la mujer continúa eligiendo modelos, como la actitud pasiva de acostarse desnuda en un diván, esperando a ser pintada por un gran artista. Quizá fue un acto emancipador para una generación anterior a la nuestra, es decir, para nuestras madres, pero no lo es en el siglo XXI.
La oposición al macho es otro ejemplo de los modelos que le permiten liberarse del encierro a que éste la confinó, tratando con todas sus fuerzas de imitarlo, tomando una postura igual de extremista y exigiendo igualdad. ¿Eso es ser mujer? ¿Definirnos por lo que no somos? Sinceramente, lo dudo.
¿Qué se necesita entonces para romper con estos modelos? Una crisis, pues es en los periodos de crisis o situaciones límite en que el ser humano se transforma. Como ejemplo, durante la Revolución Mexicana, en 1910, las mujeres se convirtieron en “agitadoras, contrabandistas, correos, portavoces, espías y enfermeras” (Lau, 2009, p. 11), involucrándose en los aspectos políticos y sociales de México.
¿En qué debemos convertirnos hoy?
Fuentes:
Castellanos Rosario (2001). Mujer que sabe latín… (3ª ed.) México: Fondo de Cultura Económica.
Dresser, Denise (2004). Gritos y susurros. Experiencias intempestivas de 38 mujeres. México: Raya en el agua.
Lau, Ana, “Todas contra la dictadura: las precursoras”, Proceso. Fascículo coleccionable. La mujer en la Revolución, Número 3, México, Junio de 2009.
Woolf, Virginia (1991). Un cuarto propio (traducción del inglés de Jorge Luis Borges). México:Colofón.