Por Laura Prieto
Hace unos días tuve un sueño, siempre me ha gustado soñar, desde niña platicaba con mi hermana acerca de los que habíamos soñado apenas despertábamos, era como una ventana a otro mundo, fui creciendo y le dejé de dar importancia a mis sueños, pero en estos días la adultez es muy aburrida, así que decidí volver a prestar atención.
Estaba con mi hermana y mis niños en un spa, y me sentía muy apurada porque tenía una cita de unos tatuajes, iba a tatuar a dos queridas amigas, les estaba mandando mensajes que ya íbamos para allá que se me hacía tarde pero ya casi estaba por allá, nada mas alejado de la realidad porque íbamos saliendo apenas del spa, al salir eran unas calles sin pavimento, como el Saltillo antiguo, aquellas calles terregosas de las orillas de la ciudad, iba corriendo mucha agua también, casi arroyos de aguas negras, que bajaban furiosas, no tenía carro, así que íbamos sorteando los obstáculos de los caminos accidentados, me sentía tan estresada cargando a mi hija y de la mano de mi hijo, mi hermana señaló hacía algún lugar que parecía ser una calle transitada, así que corrimos, era de bajada, y al casi terminar la calle desgarbada llegamos a un precipicio, me congelé en la orilla, he sentido esto un par de veces en sueños, que me congelo en lugares altos, siento el pavor de caer, no me pude mover, solo pude mover mis brazos para jalar a mis hijos y dárselos a mi hermana y yo a gatas regresé, aterrorizada de caer al abismo, mi hermana me abrazó y seguimos buscando el camino de regreso al estudio. Los niños empezaron a tener hambre así que llegamos a una farmacia, a comprar golosinas, habían muchas galletas en oferta, algunas de ellas de mi infancia que ya no están a la venta, compré muchas con mucho antojo del dulce y sabores de antaño y mientras pagaba volví a mandar mensaje avisando que ya iba para allá. Y luego probé las galletas, no eran lo que esperaba, no eran tan deliciosas como las imaginaba, me decepcioné, seguimos buscando la forma de llegar al estudio, pero jamás llegué. Luego desperté.
Me desperté pensando en el sueño, analizando cómo estamos todos al borde del abismo, cómo todos los días tratamos de no caer, de seguir vivos. Todos al final acabaremos igual y ese miedo nos congela, como a mí, al ver el abismo, la añoranza de los recuerdos de la seguridad de la infancia nos persigue y quizá en aquellos tiempos la vida no era tampoco tan buena. Imaginamos la vida como genial, nos venden la idea de que la felicidad es constante, de que las galletas son perfectas como la imagen del empaque y al abrirlas nada parecido en la realidad. Igual que la vida adulta, la idea de la casa impecable, del bebé que duerme toda la noche, de el endless love, mundos utópicos, mundos que no existen. Corremos de un lado al otro, estresados queriendo abarcar todo y nada, el tiempo nos alcanza y lo que menos hacemos es vivir. Estamos corriendo en el borde del abismo, siempre.