Por Cristina Aguirre
Cuando nació mi hijo… nacía en mí una madre. Un papel que no conlleva estudios (aunque debería) ya que es el reto más grande para una mujer. Porque mientras ellos crecen; nosotras crecemos a la par; e igual que a todas no me entregaron al niño con manuales… (o al menos el hospital nada más me entrego al pequeño individuo).
Lo que si puedo presumir es que el instinto maternal que nos da la vida surgió desde que nos enteramos que llegaría…para cuidarlo; resguardarlo y darle lo mejor de nuestro ser.
Retrocedo en el tiempo; aquellos primeras fases de mis hijos; y veo la cantidad de tarugadas que cometí pero si algo les puedo asegurar es que fueron tarugadas llenas de amor. (Como el día que le di muchísimo mango y terminó odiándolo)
Años más tarde (pero se sintió como un abrir y cerrar de ojos) partió a la escuela y casi de inmediato los festivales habían cesado y las controversias iban creciendo en dificultad (para los amantes de los videojuegos siento como si fuera pasando de nivel y en cada nivel un reto más).
Comencé a repetir patrones (o atajos) que juré no haría con mis hijos; como sabotear las travesuras con videojuegos; chantajearlos con una que otra comida chatarra… en fin… algunas cosas que JURÉ jamás hacer.
Pero un día llegó ese momento; en el que ya no era un bebé y ahora si parte fundamental de educarlo era: PLATICAR. Ya no con respuestas como balbuceos sino una plática lógica y coherente, en la que comencé a tomar un rol no solo de madre sino de consejera.
Creo que dentro de la maternidad ha sido el reto más difícil, jamás me imaginé “tristeando” (detrás de bambalinas) por situaciones que lastimaban su corazón y que yo no podía controlar.
Esa vez; había tenido una desilusión. Cuando lo platicaba con mis amigas (aquellas camaradas, colegas, miembros de la misma manada), rompí en llanto… ¿qué hice mal? “Si lo hablé una y otra vez con él…”
Pero ese día vi como si pudiera penetrar en su alma y lo vi quebrado. Y les juro que de la misma manera algo se quebró dentro de mí también.
Definitivamente, cada cosa que le pasa a nuestros hijos, duele y duele tanto, casi que podría jurar que nos duele más a nosotras que a ellos mismos.
Y no es algo fuera del otro mundo, son situaciones que suceden y sucederán durante el trayecto de sus vidas. Pero eso no le quita lo doloroso y mucho menos lo complicado cuando ya la edad no nos permite estar al cien por ciento involucradas en sus asuntos personales.
Ese día, quise apapachar su corazón… pero a la vez; sentía la responsabilidad de decirle… hijo tus acciones te cobraron el precio… ¿qué podemos hacer para mejorar?, ¿cómo te puedo apoyar?, ¿ahora si estás dispuesto a escuchar?
Difícil, difícil… dificilísimo y más cuando veo que aquello en lo que cojea es un espejo muy detallado de mi persona.
Abrazándolo fuertemente y demostrándole que estamos para él, una vez cesado el llanto le comenté que aunque mis consejos pudieran sonarle absurdos estaban llenos de experiencia (al menos mucho más que la de él). Y le platiqué que si yo hubiera escuchado a mi madre o padre; muchas de las situaciones que yo viví no hubieran sucedido.
El respiró, me abrazó y aunque tuvo un día difícil… días después, enfrentó su problema y lo hizo maravillosamente. ¿Fue el consejo, fue el respaldo? ¿Fue el ponerme a su nivel? O ¿acaso fue que constató que atraviesa por situaciones que yo también pase?
Nunca lo sabré. Pero estoy segura, que él sabe que estoy ahí para él.
Aquí es donde lidiaré con el enredo de: “soy tu madre pero quiero ser tu amiga también”. Sin perder aquella autoridad para corregirle cuando vea que se está equivocando.
No sé… en verdad no sé dónde está esa línea tan delgada.
Lo que si valoro es que se acerque y tenga la soltura de pedir un consejo antes de herir o ser herido. Si fuera francotiradora de problemas sería lo ideal… pero necesito su corazón abierto y dispuesto a escuchar.
Hoy no aconsejo; hoy hablo como una madre que está y que seguirá aprendiendo.
Y que sus hijos son su mundo; su vida… y su corazón entero.