Por Clara Zapata Tarrés
No soy especialista en feminismo. Pocas lo somos. Hablo desde mi propia historia, desde mi ser mujer, desde la experiencia, desde las experiencias. Hablo desde mis injusticias, mis abusos, desde mis ojos que vieron perversión, desde mi cuerpo que fue violentado, desde la terrible soledad. Hablo desde mi herencia, hablo mirando a mi mamá que sí se reconoce cada día feminista y que me fue enseñando algunos pasos para luchar desde mi propia trinchera.
Mis preguntas van más allá de mi misma, van en torno a los significados que llevan las palabras “lucha”, “violencia”, “violación”, “trinchera”, “injusticia”. Todas, hablamos desde cómo nos fue en la feria. No tendríamos que hablar desde ese lugar.
Desde lo que hemos visto/ desde lo que hemos pensado cuando ya no hemos visto a algunas mujeres/ desde esa desaparición/ desde la experiencia propia de mirar que desaparecen mujeres como nosotras, cercanas o lejanas, comunes y corrientes/ desde la experiencia propia de violencia, una violencia callada, silenciosa, pausada, lenta y muy implícita a veces/ desde nuestro cascarón, desde nuestro caparazón, nuestra burbuja./ Desde la ventana de la casa, lavando platos con las miradas perdidas./ Desde el asiento del camión que nos transporta a la escuela, desde la mirada de nuevo perdida en el periférico que de pronto se enfoca; se enfoca al auto deportivo, que lleva un hombre, que lleva un pene parado, que lleva una mirada que regresa a la nuestra, que sonríe perversa, una boca que saca la lengua/ Desde una caminata por la calle Homero, desde las risas nerviosas y desorientadas que ven un pene erecto que se mueve descontroladamente, controladamente, desde la inocencia que corre a toda velocidad para huir/ desde la barrera que hemos puesto al final, cerradas, con los ojos tapados, con la mirada puesta en todos lados, demasiado atenta, demasiado asustada, controlada, permanentemente tensa./
Desde los jefes varones que nos miran, desde la mirada y la risa, desde lo que nos dijeron que era exageración, desde la soledad, desde nuestra necesidad de trabajar y entonces callar/ “Por qué te pusiste ese vestido?” Es tu culpa… / Desde las madres y los padres que nos miran vulneradas y vulnerables, silenciados, indefensos, obligándonos a seguir, “Ándale, sigue, trabaja, ponte guapa, no engordes, serías tan bonita… pero estás gorda… Ponte a dieta que si no, te van a dejar… No te dejes estar, dicen las abuelas… si te engañan es por eso…”/ Sigue, trabaja, no importa tanto tu inteligencia… Sigue guapa, ponte tacones, mejor no; no te pongas escote, sonríe, mejor no/ Perdiendo la naturalidad, fingiendo, disfrazándonos, con sudaderas holgadas, corriendo a toda velocidad, huyendo siempre: “Escribiste muy bonita tu investigación, sigue conservando ese cuerpo tan lindo”/ Huye, corre, todo se confunde… No seas amable, es tu culpa… “Cultiva tu candidez”… “Qué tierna eres, tan ingenua!”/
Desde nuestro embarazo adolescente, desde las palabras que suenan y resuenan y que creímos Verdad: “pus le pegué porque no me hacía el lonche…”, mi compañero de banca de la secundaria, mi hermano casi, muy chingón estudiando matemáticas, besándonos, abrazándonos, fajándonos, amándonos también a veces y con un bebé que nos sorprende para llevarnos al rompecabezas de un laberinto sin salida. Dice, ese, mi amigo de la secundaria: “Prepárame el lonche!” y la ahora suegra (que tiene el doble de mi edad, que tiene casi mi misma historia): “Asume tu responsabilidad, te embarazaste, ahora te chingas!”; desde la incertidumbre, desde esa mirada que prefiere el golpe de mi compañero de banca de la secundaria, que la vida que llevo con mi padre o mi tío. Desde mis 14 con uno de cua-ren-ta y yo ahora con 17 y 3 hijos. “Es mejor con él que estar con mi familia de sangre”/ desde ahí él me protege, yo de 17, con 3 hijos y él de cua-ren-ta-y-tres./ Aquí cerquita, en la Valencia…/
Desde la complicidad de la mesa del quirófano, con las manos atadas y una mano ajena dentro de nuestra vagina; una mano que sólo dice: “voy a introducir mi mano…” e introducen el puño, doloroso, salvaje, con una aguja que rompe la fuente, que no pide permiso, que resuena hasta las entrañas, literalmente. Las manos atadas, las manos atadas. ¿Violencia obstétrica? ¡Pero cómo! Si te estoy salvando la vida y la de tu hija que se iba a morir en tu vientre!/ Desde la mirada de ella, otra mujer, con la seguridad de su discurso, acariciando tu cabeza: “No gimas, a poco te duele?, espérate que esto sólo es el principio, si no aguantas esto, no aguantarás nada, quédate quieta, no te muevas/ Desde la inmovilización/ “¿Quieres tener a tu hija, pues cállate!”/ Desde la pláctica futbolera que se interrumpe “Pero cuando estabas cogiendo, gritabas de placer, aguántate ahora!”/ Desde el calendario atascado, son las dos y media, necesito acabar rápido porque tengo otra cita de dos mil pesos. Me voy a comprar mi camisa floreada y pongo las fotos de mi esposa y mi familia en mi consultorio, también de mis nietos./ Desde el mundo dónde no pasa nada, dónde no importamos, dónde nos acallan, dónde la bata blanca nos domina, nos impone, nos desgarra/ “Pero cómo! ¡Qué valiente es al querer amamantar, qué gran sacrificio! La felicito!”/ Desde la otra trinchera y la otra violencia: “¡Pero cómo?¡! Sigue amamantando? Eso ya es perversión!”/ Dónde después de dos años, sale la sangre por el cuerpo, reclamando, gritando, roja de coraje, como cascada, llorando sin poder parar. Pero mujer! Pobre…, desteta, tienes anemia, tienes hemorragias, no hay explicación, tienes problemas psicológicos, te receto un antidepresivo; la sangre reclama, la sangre sigue protestando, la violencia permanece infiltrada en todas las palabras, en todas las acciones, en todos los tiempos y todos los espacios…/ El cuerpo llora…/
Quiero que mis hijas crezcan luchando. Quiero que sepan hablar cómo se debe, cuando se debe, sin importarles las respuestas. Quiero que permanezcan haciendo revoluciones pacíficas y no pacíficas también. Quiero que la leche que salió de mi cuerpo les proteja el cuerpo pero también el alma. Quiero que mis pechos les den la valentía y el valor de hablar, gritar y gemir cuando ellas quieran. Quiero que declaren lo que decían los carteles, quiero que griten y que desenfrenadas, se pinten de morado. Quiero que luchen con orgullo y sin opresión. Quiero que mis hijas puedan responder y no se sientan silenciadas. Quiero que busquen, que puedan luchar por las que permanecen calladas, por las que tienen tanto miedo que están paralizadas. Quiero que mis hijas se queden. Quiero que mis hijas vivan. Quiero que sean ellas las que puedan abrir y romper mil puertas y quiero que sepan que todas las madres, sus madres, estaremos ahí para acompañarlas. Acompañarlas, acompañarnos, luchando, siempre juntas.