Por Liliana Contreras Reyes
Preámbulo de la fabulación de la mujer en la literatura, la siguiente imagen la encontré en la revista National Geographic en español, hace más de diez años. Representa la moda de inicio del siglo XX en que la modelo luce un vestido hecho de escamas de pescado, sustitutas de la lentejuela y que fueron “la última moda para la mujer” (Zackowitz, 2008, p. 108). Las escamas fueron perforadas y colocadas sobre una base de tela, dando un acabado similar al del cuerpo de un pez o sirena. Sé que hay personas que usan ropa o accesorios hechos con pieles o hueso de animales exóticos y el mensaje implícito resulta interesante: a través de ellos, nos apropiamos de su fuerza, su rapidez, su valor o, bien, denotamos un poder adquisitivo.
Fuente: National Geographic en español. Foto de Kadel y Herbert.
En la literatura, el elemento metafórico es menos evidente. Los mitos de la Antigüedad los conocemos por su “refracción en la Literatura” (Propp, 2000. p. 23), a través de los diversos géneros, que son una fuente indirecta de su contenido y que aparecen como representaciones populares, gracias a que el mito puede transformarse en política, en literatura, en ideología. Existe por ejemplo La metamorfosis, Edipo rey, Las mil y una noches, entre otros textos, cuyos elementos nos remiten a un mito en particular.
En esta entrada, voy a comentar una selección de textos, escogidos por tres particularidades: primera, pertenecen a autoras y autores de nacionalidad mexicana, cinco escritores y cinco escritoras; segunda, se publicaron en el siglo XX, a excepción de uno de ellos, ejemplo de una publicación del siglo XXI; y, tercera, fabulan a la mujer manteniendo el mito de la Diosa Madre como fondo. En este acercamiento se describe el texto, mostrando a la mujer con cualidades propias de animales, plantas u objetos inanimados y, finalmente, se presenta una reflexión del vínculo que mantienen con el mito antes señalado.
La fábula como reelaboración del mito
El uso de animales personificados en la literatura, según Juan José Arreola, permite la acentuación de las cualidades y defectos del ser humano, pues en los animales aparecen más marcados los rasgos físicos y espirituales que lo caracterizan (Carballo, 1994, p. 461).
Según la RAE, la fábula es definida como la relación falsa, mentirosa, de pura invención. Se trata de una ficción artificiosa con que se encubre o disimula una verdad. Es una narración corta que explica alguna verdad, moraleja o principio a través de una historia. Según Marco A. Pulido, “todas las culturas han dado forma a sus creencias en cuentos, cuya estructura mítica refleja la idea que tienen del mundo, así como su actitud ante la vida’. [Con el paso del tiempo] ha evolucionado, abarcando temas diversos y modificando su forma, para dar lugar a la alegoría, en la cual ‘la historia se narra por medio de metáforas que el oyente [o lector] necesita interpretar a fin de descubrir su significado oculto” (Monterroso, 1985, p. 7).
Se considera un “género didáctico (…) [en donde] suele hacerse crítica de las costumbres y de los vicios locales o nacionales, pero también de las características universales de la naturaleza humana en general (…) aparecen como protagonistas los animales y los objetos, alternando y dialogando con los seres humanos o entre sí (Beristáin, 2006, p. 207).
De forma indirecta, se enmarca al personaje o se ironiza la actitud social hacia él, convirtiéndolo en una fábula que puede presentar los componentes del mito, del pensamiento primitivo u otros elementos.
En México, durante la segunda mitad del siglo XX proliferaron “las narraciones que hacen uso del humor así como de otras manifestaciones de la comicidad, como la ironía, la sátira y la parodia (…) cuando la visión tremendista de la sociedad —instalada en nuestra literatura a partir de la Revolución Mexicana— fue desplazada por una nueva perspectiva más lúdica” (Osorio, 1991, pp. 3-4).
El humor y la fabulación hicieron posible la crítica a los patrones establecidos, presentando una nueva visión de los temas tratados, en este caso la mujer. Utilizados de forma más tardía por el sexo femenino, estos mecanismos son aplicados por la mujer después de que superaran el proceso de introspección vertido en sus creaciones. Es decir que, cuando la mujer conquista su yo individual, se incorpora a la narrativa y se manifiesta con preocupaciones, enfoques y técnicas que van más allá de su experiencia personal, entre ellas, el humor (Osorio, 1991). La risa es un modo de hacer frente a la opresión y refleja una identidad delimitada.
De acuerdo a Levi-Strauss (2004), el mito contenido en un texto literario puede convertirse en otro tipo de texto con operaciones sencillas, presentándose como variaciones de una estructura común, porque el mitema o la unidad constitutiva mayor se mantiene al realizar estas operaciones. Lo que importa del mito es la combinación elementos y no la forma en que se relate (pp. 113-141). Por ejemplo, si en un texto se sustituye un héroe femenino por uno masculino (Cenicienta por Ceniciento; Oliver Twist por Cosette) o si se modifica el papel social del “ayudante” del héroe (la anciana por un hada madrina) la estructura se mantiene.
Al hablar de Morfología del cuento, Strauss resalta la dificultad de distinguir un mito de un cuento, pues tienen gran semejanza, aun cuando son géneros diferentes. En oposición a Propp que los concibe como entidades totalmente disímiles, Strauss considera que están hechos de una sustancia común, que los complementa, “los cuentos son mitos en miniatura, en los que aparecen a escala reducida las mismas proporciones” (Propp y Strauss, 1982, p. 69).
Aunque Strauss y Propp tratan del cuento maravilloso, sus estudios pueden aplicarse a otro tipo de narraciones, pues al ser anteriores al cuento, el mito, el rito y la mentalidad primitiva pueden apoyar la interpretación o explicación de las producciones literarias más actuales. Esto es posible gracias a la “transposición del sentido” (Propp, 2000, p. 15), que permite sustituir dentro del relato un elemento que se ha vuelto superfluo o incomprensible como consecuencia de cambios históricos, por otro elemento más comprensible, para que haya concordancia entre la forma exterior en donde se “cuenta” el relato y la forma interior que lo compone aludiendo al mitema.
Lo anterior es importante, porque en los textos que se incluyen en la presente entrada, observamos la operación de transformación del mito de la Diosa Madre —como fuente de la vida— en la mujer como fábula. Esta transformación refleja, por un lado, la figura materna que reclama al hijo para volver al vientre, es decir, una representación de la muerte. La mujer como representante humana de la Madre, lleva en sí esta dualidad (vida/muerte; Eros/Thanatos).
Por otro lado, la actitud asumida por el ser humano ante esta figura, busca convertirla en un objeto tangible, del cual poder huir, protegerse o alejarse. Al concebir a la mujer como fábula, el hombre se puede acercar a ella, sin temor a ser “devorado” y se facilita confrontar la incertidumbre ante la muerte.
En este punto es preciso clarificar (aunque puede ser obvio), que la fabulación de la mujer en la literatura escrita por hombres y mujeres, no siempre responde a una actitud personal del autor o autora, sino que puede tratarse de una postura irónica de la sociedad en general, que intenta mantenerla en viejos moldes.
A Juan José Arreola, por ejemplo, se le ha calificado como misógino por el contenido de sus cuentos, en el que refleja un aparente odio a la mujer. Al menos en el contexto literario, el autor intenta llevarla a una postura más acorde a su realidad en el mundo o mostrar la percepción social que se tiene de ella, así como la actitud femenina ante dicha percepción. En su cuento “Homenaje a Otto Weininger” (García, 2008, § 19), en el que se contraponen perro/perra (hombre-racional/mujer-irracional), más que juzgar a la mujer, el autor busca, de alguna manera, reconocer al feminismo (en boga al momento de la publicación del cuento). El texto es una completa ironía, ya que Otto Weininger se distinguía por ser un antifeminista.
En una entrevista, el autor menciona que en el intento por liberar a la mujer, se ha llegado a una pérdida de la dimensión axiológica y presiente que, tras una deformación de la figura femenina vendrá “una restauración del mundo de los valores” (Ortiz, 2001, § 18) en el que la mujer mantenga su capacidad de renovarse. Siento que estamos en este proceso de pérdida-transformación.
La mujer como personaje y tema en Literatura Mexicana escrita por hombres
A continuación, se presentan los textos escritos por hombres, en los cuales se realiza la metáfora de la mujer como animal, como templo, sirena u ola.
El ensayo Mujeres, de Julio Torri es el punto de confluencia de la mujer como tema y su fabulación (Martínez, J. L., 1995, p. 349). Eligiendo al elefante de entre los animales presentados, observamos su relación directa con el sacrificio. Este animal una vez que cae al suelo, no se puede levantar. Arreola, en su Bestiario, prefiere ir al circo a mofarse del elefante que calcular su edad. La castidad en estos animales puede ser tan extrema que lleve a la extinción de la especie. Dentro del cristianismo, la figura del elefante es significativa, pues representan inicialmente a Adán y Eva. Hembra y macho permanecen castos hasta los 13 y 15 años respectivamente. No existen disputas entre los elefantes por una hembra, pues “cada uno tiene la suya, a la que permanece unido todos los días de su vida, de tal manera que si muere un miembro de la pareja, el otro, jamás volverá a unirse a otro para sustituirle” (Aquitania, 2009, § 7). Por otra parte, las dimensiones, fuerza y colmillos del elefante le convierten en una posible amenaza, pues es capaz de destruir lo que quede a su paso, cuando tiene que defenderse. Solo se dejará domesticar por aquel hombre que lo defiende de las amenazas o por quien le da de comer un tipo específico de gusano. En este fragmento emergen tres ideas acerca del cómo debe ser la mujer: “maternales, castísimas, perfectas”, sacrificada por los demás, longeva, dominada (amaestrada) por el hombre, fiel y sin necesidades sexuales.
En ocasiones se utiliza la expresión “sexo femenino” para agrupar a todas las mujeres, ya que ellas representan la carne, la tentación y el deseo. En el poema Mujeres templos, de José Juan Tablada (1993, p. 669), vemos reflejada esta apreciación, al describirla como un objeto sexuado. El autor compara cada parte del cuerpo femenino con la estructura arquitectónica de una iglesia: los pechos son cúpulas, las piernas, columnas. El “sexo femenino” resalta como receptáculo y la exaltación del falo, al decir “las graves bóvedas del santuario sombrío donde se esconde el ídolo”. La mujer ha sido dada al hombre para que éste la posea, la penetre. Al igual que labora, siembra y cosecha la tierra, el hombre se apropia de la mujer. El acto sexual representa, entonces, una posesión. El hombre la desea y para obtenerla, al mismo tiempo, debe ser poseído. Es por ello que, al verse atraído por una mujer, al ver renacer su deseo por ella —deseo apenas apaciguado—, le adjudica a ésta poderes sobrenaturales que provocan la necesidad de mantener el “lazo misterioso” (Beauvoir, 2001, p. 90).
Las bestias mitad humano, mitad animal entran en las creaciones del hombre al fabular, como en La sirena, de José Emilio Pacheco (1998, p. 29). Paralelamente a los elementos fantásticos que la caracterizan, el autor realiza un intento por rescatarla de su monstruosidad, enalteciéndola como instrumento de poesía, al mismo tiempo que la vislumbra como un ser imposible. Las sirenas, cuerpo de mujer y cola de pez, son una quimera incluida en la mitología desde la antigua Grecia. Su voz era motivo de perdición para los marinos y aparecen en La Odisea (Homero, 2004, p. 126), en donde Odiseo se “aferra a la realidad simbolizada en el mástil” para escapar de su perdición (Buendía, 2007, p. 28). En Las mil y una Noches (Anónimo, p. 434) se resaltan sus atributos físicos y su incapacidad para comprender el lenguaje del hombre. Pacheco, las presenta como un ser ambivalente, del que regularmente se tienen nociones negativas, pero al que intenta redimir mostrándola como libre, perfecta e inexistente. La mujer en este texto es una tentación, de la cual el hombre debe protegerse, sino “lo llevará a estrellarse contra los escollos”. Es peligro y armonía. La mujer sirena hace uso de sus poderes sobrenaturales —su voz, su conocimiento de secretos del hombre, su juventud, su belleza— para acabar con él. Esta figura puede desdoblarse en otras y “son tan dañinas como las Erinias y las Harpías” (Buendía, 2007, p. 28) pues su universo simbólico es la atracción, la maldad, el infierno. Sin embargo, sus cualidades son tantas que el hombre es capaz de sacrificarse por ellas.
En La boa, de Juan José Arreola, aparece el acto de devorar con dos sentidos: el coito y el embarazo. El texto relata la forma en que el reptil devora un conejo y la forma en que éste se entrega a su predador. El acto del coito se relaciona generalmente con la destrucción. En este cuento, la boa representa a la mujer, como receptora y vacuidad que es llenada por el hombre, el conejo. El embarazo se manifiesta cuando el animal está dentro del reptil en donde, de cierta manera, la serpiente se siente tan satisfecha, que casi ha olvidado al conejo, pero del cual quedan restos en su vientre. Debido a que la boa no tiene veneno, debe seducir y atrapar a su presa para poder constreñirla y estrangularla, por lo cual es común que se esconda en las ramas de los árboles. En el texto, esto se enfoca cuando la boa “seduce inmediatamente al conejo”, retratando a una mujer que envuelve y lleva al macho a su perdición, dejando la responsabilidad a la hembra de sus arrebatos (Arreola, 1997).
En el cuento, Mi vida con la ola, de Octavio Paz (1983, pp.165-171), se narra la historia de un hombre que, involuntariamente, trae consigo una ola del mar. El hombre y la ola comparten la casa de aquél. La relación que mantienen se va distorsionando hasta el momento en que ya no puede vivir con ella y decide separarse, permitiendo que se congele en el invierno. Se puede inferir la fabulación de la mujer como ola, en algunos fragmentos, como “nada conmueve tanto a las mujeres como la posibilidad de salvar a un hombre”, cuando el individuo decide contarle a una amiga su vida con la ola. Así, el autor presenta a la mujer como la encargada de la limpieza de la casa, voluble, que se siente sola, que se queja, frígida, con un vacío que chupa al hombre y lo asfixia. Todas estas características, en conjunto, hacen que el compañero decida abandonarla, cuando siente que sus “dulces brazos se volvieron cuerdas ásperas” que lo estrangulaban. La Diosa Madre absorbe la vida del hombre, si éste no se aleja a tiempo. Una vez más aparece un hueco, un vacío que solo el hombre puede llenar en la mujer, convirtiéndola de esta manera en persona. Ella representa, como menciona Beauvoir (2001), el caos del que todo surge y al que todo volverá algún día, la Nada (p. 78).
La mujer como personaje y tema en la Literatura Mexicana escrita por mujeres
Antes de iniciar el presente apartado, es preciso señalar que a partir de este momento se hace referencia constante a la “literatura femenina”, por lo cual hacemos referencia a las producciones escritas por mujeres. Dando continuidad al análisis de textos, las creaciones de mujeres muestran la metáfora de la mujer como animal, como planta y muñeca de plástico.
En “Pasifae”, texto de Maritza M. Buendía, se trata el inicio de la literatura femenina, atribuida a la poetisa Safo, cuyos versos fueron dirigidos a otra mujer. Desde entonces, aunque la forma de la escritura femenina ha cambiado su forma, el contenido no lo ha hecho: iniciando en lo inmediato (el cuerpo), la mujer ha vertido implícitamente en sus creaciones temas que brotan de los pecados del cuerpo: infidelidad, culpa, ausencia. Safo, considerada una “mística, poeta, bruja, alquimista, puta o hermeneuta”, creó la primera academia para mujeres, que tenía dentro de sus actividades la escritura y recitación de poesía y desde entonces la percepción de la mujer como escritora no se ha modificado en esencia (Buendía, 2006, p. 32-34).
Como antes mencionamos, la fabulación y el humor en la literatura femenina implica un grado de identidad en la escritora, que le permite aprovechar esta herramienta para criticar el comportamiento de la sociedad hacia el sujeto representado, por lo cual, podemos adelantar que la selección de autoras incluidas en este apartado son mujeres con una identidad clara, que han logrado superar la subjetividad vertida en sus creaciones, dando paso a temáticas más globales.
El lamento de Dido, de Rosario Castellanos (1995, pp. 93-94) la protagonista es descrita como una “rama de sauce que llora en las orillas de los ríos”, está atada a la tierra con sus raíces. La imagen del árbol nos habla de la inmovilización, pero al mismo tiempo de la inmortalidad, pues los ciclos de la naturaleza garantizan su florecimiento y, con él, el de Dido. Eneas es presentado por Dido como el “cuchillo bajo el que se quebró mi cerviz”, instrumento que divide a la mujer. Tanto Dido como Eneas muestran las características atribuidas a cada sexo por Octavio Paz (1992). Por ejemplo, al aparecer como “atada” a la tierra, la mujer está imposibilitada a andar y, con ello, con su libertad coartada. La propia naturaleza “rajada” (p. 14) de la mujer, su apertura, la vuelve vulnerable ante el hombre y la sociedad, pues fácilmente puede ser violada o burlada. Esta inmovilidad la obliga a convertirse en atracción, en hacer uso de esa “fuerza misteriosa” que se guarda en su sexo. Eneas cuenta con la posibilidad de escindir a la mujer. El “cuchillo” adquiere una connotación de poder —paralelo al de valentía y arrojo del hombre. Para hacer uso de su poder el hombre debe “rajar” a la mujer, poseyéndola en un acto natural, pero no con ello menos violento.
Ella se adjudica características de toda madre, describiéndose como guardiana de tumbas, nodriza de naciones, abandonada por un hombre al que amó, con destrezas manuales aprendidas de su antecesora, leal y arrastrada por la pasión. Dido deja de ser cuando Eneas, la figura viril, la abandona. En un acto doloroso y triste extingue las pertenencias de su amado por medio del fuego, llegando luego a quitarse la vida, aunque la percepción ante la muerte cambia en la protagonista debido al amor.
El personaje femenino propuesto por Adela Fernández, en La jaula de la tía Enedina, es comparado con “una pájara” que se sube y mece sobre su jaula. El cuento, además de tratar el tema del incesto, la bastaría y los prejuicios y relaciones familiares, aborda el trato suministrado a la tía “loca” como parte de los animales de la casa. El narrador-sobrino habla de su tarea de alimentar a los animales (gallinas y marranos) y, de paso, a la tía.
El simbolismo del pájaro es diverso. Encontramos que es una de las aspiraciones del ser humano poder volar y, por ello, podría considerarse una metáfora positiva, pues está ligado indudablemente con la elevación, ascensión, pureza y predominio del espíritu sobre el cuerpo. Atendiendo a la descripción del personaje dentro del cuento, la tía Enedina era la “loca” de la familia, con lo cual se le dota de ingenuidad por la falta de juicio e incomprensión de la «realidad». Por ello, a pesar de la relación incestuosa que se gesta, la tía es percibida como ingenua o redimida de su falta. Por otra parte, su deseo por tener un pájaro —canario— es compensado por su sobrino con “caricias”, en cuyo caso el canario parece representar la aspiración amorosa irrealizable para la mujer, que es cubierto con el símbolo fálico del hombre. El elemento principal que resalta sobre la figura femenina es la falta de cordura, como resultado de una desilusión amorosa. La mujer-pájaro atiende a sus pulsiones, en primera instancia, desatendiendo completamente las normas y expectativas sociales, confrontándose en ella la ternura y la perversión.
Tiene la noche un árbol (Dueñas, 1968) incluye una serie de cuentos relacionados con la temática abordada, como el “Historia de Mariquita”, “La araña” y “Las ratas”, en donde las hembras son protagonistas. Enmarcados por lo insólito, los textos de Guadalupe Dueñas estimulan la imaginación, llevándonos por la magia y la belleza del horror. En Digo yo como vaca, el orgullo de la protagonista es evidente. Se autodefine como un “ídolo de siesta infinita” y de “mente hueca”. ¿Cómo diría “yo” como vaca? Mugiendo. Al igual que en otros textos, la vaca es percibida como rumiante de faenas e inmovilizada en su propia postración. La única función atribuida es la de amamantar. La vaca es el “ídolo de siesta infinita” que, como vimos, representa a la Madre Tierra (Nu) por su función alimenticia. En el aspecto social, a la mujer no se le exige ningún trabajo, por lo que tiene tiempo de sobra para realizar tareas innecesarias. Como menciona Beauvoir, “su deber mundano, que consiste en «representar», se confundirá con el placer que experimenta al mostrarse” (Beauvoir, 2001, p. 305), solo ser una imagen de algo, una potencia sin finalidad. El inicio del cuento es, sin embargo, alumbrador, pues el relato habla de la posibilidad, al decir “si hubiera nacido vaca estaría contenta”, pero como no es así, podemos suponer un mensaje doble de aquello que debe hacer o evitar la mujer.
Continuando con la temática anterior, Nancy Cárdenas, autora coahuilense, refleja la inmovilización femenina en Vaca echada (2004, p. 50), un poema breve que muestra una figura indiferente, parsimoniosa parodia de la esposa que desde el suelo no hace más que mugir. Al igual que Torri y Dueñas, Nancy ve en la mujer-vaca la representación de aquéllas definidas por la maternidad y el matrimonio. Las vacas no hacen más que pastar y producir leche. Amamantar es una de sus funciones primordiales, ya que no solo alimentan a sus crías, sino al ser humano durante toda la vida. Se puede realizar una analogía entre la frase de Beauvoir (2001), que dice “ella es la fuente de su ser y el reino que él somete a su voluntad” (p. 75), para comprender cómo la vaca, al igual que la mujer, es sometida a la necesidad del hombre. Él la cuida, le da de comer, la protege, para obtener algo a cambio. La mujer aparece con una función específica: dar vida, predestinando a la cría a su muerte. Él la explota, pero ella lo aplasta, comenta Beauvoir, con el irremediable devenir de su destino.
Finalmente, dando un salto hacia el siglo XXI, incluimos un cuento de Maritza M. Buendía, 5 suspiro: obra para Barbie y Ken. Este cuento, incluido en la revista Dosfilos, nos acerca a una representación actual y joven de la imagen de la mujer como un personaje en el que su inmovilización no podría ser más clara. Barbie es la muñeca de plástico más famosa del mundo al sobrevivir poco más de 50 años en el mercado. Por su parte, Ken tiene su origen un par de años más tarde y es reconocido por su relación con ella. Barbie es sinónimo de belleza femenina universal y, en últimas fechas, ha resaltado su connotación negativa. Las diferentes versiones de esta muñeca nos indican la imagen de mujer a que se aspira (mercantilmente hablando) en la actualidad. Por ejemplo, está la Teen Talk Barbie (Barbie parlante adolescente) que pronunciaba frases como “¡Me encanta ir de compras!” o “¡La clase de matemáticas es difícil!” (Rosas, 2004, § 1). Dejando de lado la idealización de la imagen de Barbie por las niñas y jóvenes, esta muñeca es definida por los roles que asume: madre, deportista, novia, esposa, entre otras. Recientemente, la marca ha intentado ser más inclusiva, al sacar al mercado una muñeca en silla de ruedas, pero, siguen saliendo parodias de Barbie mamá primeriza, en la cual se ve al personaje con ojeras, despeinada y desaliñada o, una propuesta subalterna, de muñecas sin pintura o maquillaje. No creo que tengan el mismo éxito de ventas.
No es gratuito, entonces, que Maritza haya seleccionado a este personaje para su cuento, en el que las cuatro muñecas cumplen con los quehaceres del hogar, son bellas, se arreglan cuidadosamente para recibir al hombre y, cuando este llega, las golpea sin motivo aparente. Finalmente, Ken hace el amor con las cuatro. ¿Qué es lo que se espera de la mujer? Que se convierta en muñeca de carne, ella misma se “exhibe (…) muestra los hombros, la espalda, el pecho; (…) disfrazada de mujer para el placer de todos los varones y orgullo de su propietario” (Beauvoir, 2001, p. 308) y esperanzada a que éste le perdone sus pueriles faltas.
A modo de conclusión.
Como podemos ver en los textos analizados, aparecen de forma implícita las características de las cuales se quiere dotar a la mujer. Sean posturas del autor o crítica ante la expectativa social que se tiene del sexo femenino, encontramos rasgos comunes. En algunos de los textos, además de fabular a la mujer, también se fabula al hombre, como en La boa. Asimismo, en Mi vida con la ola y La sirena aparecen dos varones, pero no se les fabula. En los textos escritos por mujeres, dos de ellos exponen tanto a la mujer como al hombre representados por objetos inanimados: Eneas como cuchillo y, el hombre en general, como Ken. Ninguno lo muestra como animal.
En ninguno de los textos escritos por hombres se asigna nombre a los personajes, identificándolos con el elemento fabulador: ola, templo, sirena, elefanta, boa. Además, en ninguno aparece el narrador en primera persona ni en género femenino. Por su parte, en los textos escritos por mujeres encontramos a Dido y Enedina y, como ya lo mencionamos, dos textos aparecen en primera persona del singular.
* * *
Vale la pena preguntarnos, en qué medida cada uno de nosotros asume o perpetúa un modelo de mujer: en el habla cotidiana, en las frases hechas que repetimos sin analizar, en la forma de educar a nuestros hijos o hijas, en la forma de vestir, en los accesorios que usamos, en el tipo de actividades que hacemos o evitamos.
Vale la pena preguntarnos en qué medida asumimos, aceptamos o reconocemos los modelos de mujer que están surgiendo cada día, los cambios que se gestan de una generación a otra.
Vale la pena preguntarnos sobre la forma en que fuimos educados y en qué medida estamos dispuestos a cambiar nuestros esquemas mentales, para permitir el nacimiento de un mundo más justo y equitativo.
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