Por Clara F. Zapata Tarrés
Bajo el ruido, bajo la cascada de minutos que se me vienen cada vez más a prisa… Vamos midiendo de nuevo los milisegundos, los segundos, los minutos, las horas, bajo la presión de que ya se acabó la pandemia… Bajo el miedo de que las escuelas públicas y privadas ya abrieron sus puertas… Bajo la confianza de que las niñas y los niños no se han vacunado, como si fueran inmortales, o más bien inexistentes para nosotros, los adultos…
Veo el reloj, ya ni veía la hora… ahora mis hijas me preguntan qué día es… Cada vez menos… El tiempo era otro, más libre, más fluido, más tranquilo… de nuevo regresa el tic tac, el toc toc… el sueño se revierte… Parecemos bebés con el horario volteado como le dicen… Unas toman valeriana, otras tafil, otras antidepresivos y si bien nos va un té de tila para aligerar la carga, para recargar las pilas… El sueño sueña… Ya no son sueños remotos o inventados o historias locas surrealistas en las que vuelas y te sostienes en el aire acariciando las copas de los árboles… Es el sueño de lo preciso, del ahorita, sueño con que tengo que recogerlas de la escuela, con que me tengo que despertar en media hora y entonces ni duermo porque en el sueño estoy ya en ese presente, en mi presente inmediato… Pero son las 3 de la mañana y no es hora de despertar aún… Intento volver a otro sueño pero doy vueltas como reloj en la cama… Consuelo también a mi hija que da vueltas y no logra dormir tampoco de una sola vez… Ruido, ruido… Acaricio su pelo corto y le doy golpecitos en sus piernas, como cuando era recién nacida y no lograba dormir profundamente…
Ruido en la cabeza, ruido en la sala… Quiero el silencio de la pandemia… El silencio de nuestras voces… Me costó tanto acomodarme a la soledad, al amor de tres, al amor permanente y eterno e inamovible que tuvimos dos años seguidos o un poco más… Al fin me acostumbré al cubrebocas pero me gusta salir poco… Y ahora tengo que salir lo suficiente, que es mucho…
Mi desayuno no se parece en nada a la típica escena de película gringa, dónde ya está el café listo, la mamá haciendo el sándwich con una sonrisa, en tacones lista para salir a trabajar, el marido leyendo el periódico de papel o en celular y gritando de buen humor, que ya bajen a desayunar con un vaso de chocomilk en la mano, recién licuado, sin grumos…
Me cuesta tanto que las niñas y los niños menores de 12 no puedan estar protegidos… Siempre en tercer y cuarto y último lugar… Si no tienes visa o si no eres de Nuevo León ¿cuándo te vacunarán?… La infancia sombría, llana, sin poder, sin ser sujeto… ¿El poder del voto? ¿El poder del gobierno? ¿La falta o la sobra de vacunas?
Ser sostén de 2 y al final olvidándome que tengo, tuve y tendré un cuerpo. Disfrutar abrazarles, contarles todas las historias, todos los orígenes… conociéndoles cada detalle, la soledad apoderándose de mi… Disfrutándo sus ojos, sus bocas, sus enormes pies que dejaron de usar zapatos por largos meses… Tengo que regresar ahora… Sin ellas, volviendo a ver caras, siguiendo acostumbrándome a ver sólo miradas… Intentando hablar de lo efímero, de lo superficial para hacer plática… Se fueron algunas amigas… Quedan unas cuántas, lejos, con ganas de verlas y abrazarlas… Hay una en Monterrey, que no me soltó y seguimos como hermanas, amándonos en la distancia, en la cercanía, mirándonos los ojos tan profundos que tenemos… Otras, se fueron, quizás para siempre…
Es tan irónica la vida, tan pausada y tan rápida en el mismo tiempo… Lo bueno es que una se adapta a las circunstancias y puede ir con las llamas de la angustia a cuestas, hasta que quizás algunas gotas de lluvia renueven el sentimiento de pertenencia a este mundito… Un mundito dónde las infancias están borradas… Seremos mariposas… No nos queda otro camino…