Por Clara F. Zapata Tarrés
¿Cuántas como yo? ¿Cuántas en soledad? ¿Cuántas intentando entender lo que a veces es invisible a los ojos? ¿Cuántos meses o años de pandemia tratando de averiguar los misterios del comportamiento y de las emociones que pueden desbordarse? Intentando hasta volverte inmóvil, triste y en un congelamiento que impide contener y contenerte. ¿Cuánto amor solidario, recíproco, infinito, que no parece bastar?
Hoy me sincero, abro de tajo el corazón y el alma para que algunas letras, algunas palabras logren alcanzar la furia de la expectativa, de la esperanza que se queda en pausa. Hoy no me alcanzan las lágrimas, los llantos, los gritos. Hoy estoy agotada de pensar en las soluciones. Hoy quisiera no haber escuchado algunas palabras que siguen resonando en mis oídos.
A veces no se sabe por dónde empezar. A veces creo que ya hice todo lo que pude pero que me falta tanto por recorrer que sólo de imaginarlo, me hundo. Si creí que la lactancia era difícil, estaba equivocada. Era tan sencillo tenerte en mis brazos y que sólo con acercarte a mi pecho todo pasaría, cualquier dilema, cualquier angustia.
¿Qué hice mal? ¿En qué me equivoqué o en qué me equivoco? ¿Qué trampas me puso la vida? ¿Qué pasó que las infancias quedaron heridas en ese encerramiento de dos años?
El silencio de todas las madres o familias que estamos pasando por esta impasse nos está dejando marcas de eternidad. “Todo pasa” dicen. Pero cuando no pasa, cuando las heridas penetran cada día más profundo, cuando no hay alguna certeza, las cosas pueden volverse caóticas. Cuando la creatividad, la imaginación, el amor frena su velocidad hasta parar en seco, la libertad toma su camino, solitaria, incontrolable. El inconsciente comienza a hablar solo, sin moderación, sin filtros, sin respuestas. Las distorsiones cognitivas abren plaza y no se detienen. Van desbocadas.
¿Cómo hacer que el camino sea más suave, más llevadero? ¿Qué hacer cuando tus hijas o tus hijos se autolesionan, tienen un trastorno de alimentación, tienen dudas abismales sobre su futuro, pero más sobre su presente mismo? ¿Siempre ha sido así? ¿Siempre las adolescencias han lacerado tan profundamente?
Hoy sólo tengo preguntas. Ninguna respuesta. Me he quedado muda ante la impresión que esto me causa. Hoy estoy en pausa. No sé por cuánto tiempo. Lo único que me consolaría sería que cada una de nosotras abriera su corazón, dejara de mantener estas emociones en silencio, que no nos diera vergüenza, ni culpa acarrearlas y que pudiéramos gritar que no estamos solas y que necesitamos compartir nuestros dolores. Hoy, sí, me siento completamente sola.