Por Argelia Dávila
…la ciudad de la furia, donde nadie sabe de mí, y yo soy parte de todos.
–Gustavo Adrián Cerati
Según el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, la arquitectura es creación, sin embargo, no es solamente esto. La arquitectura es ciencia y es arte, es una disciplina que exige de quien la estudia, mucho trabajo y mucho amor hacia ella. El arquitecto dura en formación toda la vida, mientras practique o estudie la disciplina, incluso cuando no.
La arquitectura nos rodea y sirve de escenario al ser humano, su importancia es vital. La historia de la arquitectura nos dice cómo fueron las construcciones de otras épocas y además cómo eran los habitantes de un lugar en específico, en una época específica, en una ciudad específica.
No solamente basta con construir y dibujar o pintar, sino que a su saberes y conocimientos, el arquitecto debe agregar el conocimiento de su entorno, su formación debe estar compuesta por el aprendizaje de ciencias exactas o duras como las matemáticas o la física, pero también de otras que tratan de la cultura o la historia, otras técnicas relativas a la construcción y otras no menos importantes, que son la relación entre la disciplina con la sociedad, el entendimiento y la conciencia de que colabora o no con su desarrollo. Esto le exige prepararse mucho más y saber mucho más.
La arquitectura se vive en el aprendizaje, el estudio, la experiencia del sitio antes, durante y después de que se realizan los trabajos de construcción. No solamente incluye lo interno, sino también lo externo, la arquitectura es nuestro escenario y a la vez nuestro refugio. Así como la ciudad debería de serlo, este escenario se traduce y se lee gracias a las tradiciones y costumbres de los pueblos que se ven plasmadas en un espacio físico y también en su historia, sus formas de pensar y de entender el mundo. Entonces, la ciudad no solamente es de quien la construye, sino de quien la habita, no solo del arquitecto sino de sus caminantes, de todos.
El arquitecto, pero también el habitante de una ciudad, debe ser capaz de entender su entorno como un proceso de coordinación del orden físico, espiritual, estético, constructivo y en relación con su territorio.
Así como todos los animales tienen su hábitat[1], en nuestros días la ciudad, se ha convertido en el nuestro. La peatonalización de las ciudades es un deseo que germina desde las buenas intenciones (o eso quiero pensar), en la nuestra, hemos visto que el automóvil nos desplaza cada vez más y más, pero no sólo esto, también la violencia, la brecha cada vez más marcada entre norte y sur, los depredadores que se encuentran en las calles y que acechan al caminante. Las ciudades deberían ser nuestro hábitat, nuestro lugar seguro, deberíamos ser capaces de caminar a través de ellas con confianza, con seguridad y con respeto.
En una entrega anterior, hablaba sobre la preocupación y la importancia del usuario y también del entorno, de los lugares que inviten al goce y al enriquecimiento de los espacios compartidos. La ciudad es un espacio compartido que refleja quiénes somos desde lo individual, pero también en lo colectivo. Este territorio en el cual vivimos, habitamos y caminamos debe evolucionar pero no solo en sus espacios físicos sino también en sus atmósferas.
Hace algún tiempo, escribí una breve reflexión para la revista del Instituto Municipal de Planeación (IMPLAN) llamada: Vacío Común, en ella hablo principalmente del espacio púbico, sin embargo, también menciono cómo Saltillo y su centro histórico ha sufrido la destrucción y la transformación constante de sus edificios y espacios, pero sobre todo me parece importante rescatar de esta reflexión, que la cohesión y relación de lo público con lo privado es tan estrecha y tan significativa que se complementan y cuando se desarrolla una más que la otra, puede ser negativo para la ciudad y su progreso (no precisamente económico aunque también). La evolución o transformación de una ciudad no puede y no debe ser masiva, arrasadora, debe ser sutil, consciente, selectiva, respetuosa. El respeto por nuestra historia, su adaptación a nuestro presente, considerar de una manera juiciosa siempre, que los que habitamos el territorio, somos todos los seres vivos y que como tales, merecemos vivir con seguridad, confianza y rodeados de estos lugares que invitan al enriquecimiento y evolución de los habitantes y de los espacios compartidos con la libertad de caminarlos.
Bibliografía
- Dávila, A. (2017). Vacío Común. Espacio público. IMPLAN Saltillo, 6-12.
- Montaner, J. (1999). Arquitectura y crítica. Barcelona, España: Gustavo Gili.
- RAE. (8 de febrero de 2023). Real Academia Española. Obtenido de Real Academia Española: https://dle.rae.es/h%C3%A1bitat
- Tedeschi, E. (1969). Teoría de la arquitectura ayer y hoy. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Nueva visión.
- Zevi, B. (1972). Saber ver la arquitectura (5a. edición ed.). Buenos Aires, Argentina: Editorial Poseidón.
[1] Según la Real academia de la lengua, el hábitat desde la ecología es el lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo especie o comunidad animal o vegetal, otra de sus definiciones es que el hábitat es un ambiente particularmente adecuado a los gustos y necesidades personales de alguien y por último define desde el urbanismo a la ciudad como el espacio construido en el que vive el hombre.