Por Cynthia Salas
Han pasado cinco años desde su muerte, no sé si sea mucho o poco, pareciera que cuando alguien se va, fallece, se sale también del tiempo. A veces se siente cerca, muy cerca, me imagino verlo en cualquier momento, recuerdo nuestras conversaciones, su voz, sus manos calientitas, su risa, hasta lo sueño por algunos días. Otras veces parece más lejano, no lo pienso, no lo sueño, su recuerdo se vuelve algo más etéreo.
Aún así es muy extraño como su esencia nunca desaparece, por una parte podría ser lógico, lo llevo en mi ADN, mis hermanos, mis sobrinos (Sus nietos) también lo llevarán por siempre en su sangre. Está en algunos gestos, por ejemplo, casi todos fruncimos el ceño como él, mi hermana entrelaza las manos atrás al caminar, como él, lo veo demasiado en la mirada de mis hermanos, uno de mis sobrinos tiene sus mismos intereses, le gusta leer de medicina y de política al mismo tiempo.
Nos dejó algunas otras herencias, que hacemos sin pensar, como el gusto por la lectura y por escribir, mis hermanas se dedican a la educación, como él. Todos disfrutamos de la naturaleza y tenemos árboles frutales ahora en nuestras casas, como él nos enseñó, más nada de eso nos lo impuso. Él simplemente fué.
Y por supuesto, nos dejó muy grandes enseñanzas. Y eso es lo más curioso y mágico de todo, pues aunque no dejó un libro escrito punto por punto (me hubiera encantado), siguen apareciendo en el momento justo en que los necesito. Quizá ya no puedo marcarle por teléfono y pedirle un consejo o sentarme a tomar una taza de café y preguntarle algunas dudas, ya no están sus ojos, los más atentos del mundo, mirándome mientras hablo de cualquier tontera, con su mano en la barbilla, sus dedos cubriéndole un poco el bigote y su dedo índice en la mejilla, un gesto muy suyo mientras escuchaba; y sin embargo, siguen sus enseñanzas y consejos llegandome como ecos, otra vez, justo cuando los necesito.
Muchas de esas enseñanzas me las dió sin palabras, con su simple ejemplo, una de ellas ha sido confiar y mantener la calma aún en los momentos más difíciles. Lo recuerdo con tal serenidad y no es que le valiera todo, al contrario, podías ver la lucha dentro de él, podías verlo como la persona sensible que siempre fue, sin embargo siempre eligió confiar y eligió estar en paz. ¡Uffff! Todavía me cuesta poder aplicar eso.
Otra que me sigue llegando casi como un regaño era su capacidad de disfrutar el momento, el presente, nunca se distrajo con el celular mientras le hablabas, se entregaba al juego con sus nietos, a la plática con sus amigos, a la lectura de sus libros. Lo perdías en la naturaleza, pues estaba tan inmerso en ella, igual con la música que tanto disfrutaba, recuerdo después de comer, se daba algunos minutos para escuchar sus discos, cerraba los ojos y simplemente estaba en ese momento. ¿A cuántos nos ha costado un sinfín de meditaciones y respiraciones estar aquí y ahora? Y cinco minutos después, vuelvo a apurarme y estresarme por todo jaja.
La más grande… nunca tomó la ofensa de nadie, pareciera que perdonaba al instante, nunca guardó rencor, su capacidad de desapego a cualquier situación con cualquier persona, era impresionante. Desde lo más grande a lo más pequeño, como esa vez, que le hice un desayuno, tendría algunos 19 años aunque eso no es excusa. Al tostar un pan, quemé uno de los lados, pero el otro no… así que muy lista serví el pan del lado que había quedado más presentable y solo le dije: “me quedó un poquito quemadito” jaja no se sintió ofendido o enojado, sólo quitó la ceniza con un cuchillito y contaba esa anécdota a todo el mundo riéndose.
Y podría seguir con una gran lista, que todos sus amigos, familiares y conocidos, podrían alargar junto conmigo. Solo me queda agradecer por ese gran maestro que fué y sigue siendo mi guía, por su amor tan grande y sus oraciones que me siguen alcanzando.
Espero algún día, estar a la altura de tus enseñanzas papá.