Por Clara F. Zapata Tarrés
Este texto es la segunda parte de:
https://www.nes-mag.com/2023/06/22/la-ola-viene-llegando-1/
En esta segunda parte de este fragmento quisiera recalcar que parto desde la mirada de mamá. Que la voz y el andar de las hijas son lo que podría o no cambiar los destinos. Y parto de aquí, porque Alejandro, el psicólogo que encontramos en nuestro camino me ayudó a verlo.
Alguna vez mi hija quizás decida narrar su propia historia para que otros la conozcan. O quizás decida mantenerla para ella misma. Eso es lo que me importa ahora. Quiero recalcar también que necesitamos honrar estas historias y respetar cada palabra, recordando que en las adolescencias, las voces muchas veces son apagadas, calladas y sin duda, no tomadas en cuenta.
Alejandro apareció en este maremoto. Pausado, muy serio, ya había trabajado con personas con Trastorno de la Conducta Alimentaria. Siempre vestido con una camisa negra, frunciendo los labios por costumbre y por concentración. Así, se concentraba en cada palabra que fuimos nombrando en la primera sesión en la que participamos como familia intentando describir lo que sucedió y sobre todo lo que sentíamos. No me voy a centrar en ello ni a describirlo muy detalladamente porque creo que cada quién lleva su proceso y no necesariamente tiene un orden o es una receta a seguir.
En lo que me gustaría enfatizar es en la importancia de la escucha, de reconocer que cada uno lo vivimos de distintas maneras y que la narrativa particular recobra un sendero que cada uno necesita transitar a su manera y a su velocidad. Somos 4 personas en esta familia y cada uno contiene emociones, sentimientos e interpretaciones de lo que significó y significa en el presente también, este trance.
Es importante nombrar. Es importante saber para qué preguntamos y no tanto preguntarnos por qué pasó lo que pasó. Yo insistía tanto en saber por qué pasó. Y en este tránsito realicé que por esa obsesión, me costaba mucho trabajo reconocer mis propios sentimientos, sólo dando espacio para la culpa, cuando el tema era en realidad, cómo se sentía ella, mi hija, esa niña que había sido alegre toda su infancia, que estaba orgullosa de su cuerpo hasta sus 10 años y que era la mejor bailando, mostrando sin pudor su poder y dignidad única.
La pregunta siempre era ¿Por qué?; ¿Por qué cambió? ¿Por qué pasó esto o aquello? Y yo buscaba las respuestas sólo en mi, en un modo quizás bastante egoísta y también pensando constantemente en mi responsabilidad.
Alejandro me ayudó, en sesiones individuales, a mirar mucho más allá de esa pared que tenía frente a mi. Me ayudó a reconocer que yo también experimenté un profundo vacío desde que comenzó la pandemia; que la soledad me invadía, que no encontraba un espejo propio en dónde pudiera reflejarme y dejarme sentir. Me quedé bloqueada casi 2 años. No podía mirarme a mi misma, recuperar la fuerza y no salí de mi casa durante 6 meses. Mi pareja era la que iba al supermercado, salía por lo necesario y mientras tanto mi caparazón crecía por el pavor que me invadía día con día. Y si no me miraba a mi misma, menos podía mirar a mis hijas. No podía, no pude. Y entonces surgió el útil ¿para qué? ¿Para qué querer saber por qué si ni mi hija podía explicarlo aún? ¿Para qué indagar, para qué vigilarla en los días posteriores? ¿Qué ganaba? ¿Sería útil? No.
Y así, mi hija iba a sus sesiones, yo a las mías, mi marido a las suyas y mi hija mayor también. Poco a poco la sonrisa, reaparecía en su rostro. Cada vez que salía de hablarlo con Alejandro, tenía los ojos muy hinchados, pero las palabras ya salían de sus labios para contarme cómo le había ido. Era un trabajo profundo, cansado, doloroso seguramente, pero ella tenía un interlocutor con el que dialogar y plantear sus emociones. Ella solita. Ella protagonista.
Y yo también. Retomé mi vida. Salí de mi ostracismo y pude ver mejor el futuro. Recapitulé, tuve largos diálogos con mi propia madre y recordé mi propia adolescencia y mi propio problema con mi propio cuerpo. Así, repitiendo “propio”, “propia”, para mirar mis ojos en el reflejo. Para volverme a mirar. Trabajar en mí, algo que ya había olvidado.
Hoy, después de 2 años de ese día que marcó un antes y un hoy, puedo afirmar que cada una tenemos un camino especial, que no podría decir cuáles son los pasos, que se requiere de un valor inmenso poder afrontarlo, y que hay que ser valiente para poder pedir ayuda.
También, cada día aprendo que tenemos que trabajar arduamente como madres para estar sanas mentalmente, que la salud mental debe ser una prioridad para nosotras. Pero también, y creo que es lo que más nos cuesta, entender que nuestras hijas y nuestros hijos tienen sus propios procesos, sus propios caminos y que no todo tiene que ver con lo que hicimos o no; que a veces intentamos ser lo mejor que pudimos y que quizás no resultó como lo esperábamos. La pregunta que tendríamos que pensar en tirar a la basura o intentar no hacerla es ¿por qué? Porque no se encuentran casi nunca las respuestas a ella y que es mucho más útil la pregunta ¿Para qué? Porque nos da un rumbo, no hace pensar en el futuro, nos hace actuar para mejorar y hacer algo respecto de lo que nos sucede.
Otra de las reflexiones que repaso se refiere a un texto que escribí hace algún tiempo (https://www.nes-mag.com/2023/01/29/el-cuerpo/). Es esencial respetar al Otro, a la Otra. Es esencial no hacer comentarios sobre el cuerpo de las demás, de las niñas, de las adolescentes, de las mujeres, de las madres o de las hijas. Todas hemos tenido esos comentarios alguna vez en nuestra vida: que si muy flaca, que si muy gorda, que si la celulitis, que si los músculos, que si muy redonda, muy nalgona, muy desnalgada, muy fuerte, muy aguada como gelatina, que muy comelona, que no comes nada, que ya ponte a hacer ejercicio, que estás menopáusica y que ya no vas a poder adelgazar, que no comas eso, que come esto otro, que la dieta del melón, que las anfetaminas buenísimas, que hazte la manga, que mejor no, que la lipo, que ponte chichis, que mejor quítate un poco… El efecto que causan estos comentarios del mundo más cotidiano y vulgar, puede llevarnos a tener un Trastorno de la Conducta Alimentaria o a otros temas psicológicos de lo que salir, cuesta años o ni se pueden resolver de tan interiorizados que los tenemos. Es importantísimo no reducir los TCA a un problema o a una sola explicación.
Ya no escucho la frase “tu hija te está vomitando”. Sé que este trastorno tiene muchas vertientes y puede deberse a factores muy diversos. Tengo la oportunidad de revisar mucha bibliografía al respecto. Pero decido no hacerlo. Percibo que es algo como cuando te dicen que tienes cáncer y si empiezas a buscar sin rumbo, probablemente encuentres tragedias, explicaciones etéreas que probablemente no ayuden. Decidí que fue mucho más enriquecedor este diálogo permanente conmigo misma, con mi hija, con mi familia con la guía de Alejandro.
Hoy estoy orgullosa de mi hija. Con tan sólo 12 años, ha pasado por mucho. Ha logrado dialogar con ella misma, ha logrado ser amable con su cuerpo y decidir lo que ella desea con su corazón entero. Lucha cada día, lucha hablando, lucha protestando mucho y tiene una opinión totalmente enraizada llena de orgullo. Se defiende sola, es valiente y responde a la provocación. Sigue en el camino pero la veo mucho más segura y la honro. Sé que ha sido una gran prueba para ella y la admiro.
Yo me siento orgullosa de mi misma. A ratos me vuelve a llamar mi loca de la casa pero logro parar su voz atormentada. No me siento culpable ya y sé hasta dónde puede llegar la responsabilidad que tengo. Cada día trabajo por reconocer que el cordón umbilical que me une con mi hija puede irse alargando para que la libertad pueda ser ejercida. El valor y la valentía nos construye el camino, despacito, poco a poco, con paciencia. El amor incondicional es la motivación y tengo la certeza de que el horizonte puede permanecer en el amanecer. Acompañemos. Esta es mi consigna.
Gracias María José. Gracias por recibir mi mano que te acompaña y no te juzga. Te amo.