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Montaña rusa

Por Clara F. Zapata Tarrés

En esta columna, les recuerdo que no me enfoco en los adolescentes en sí, más bien en cómo podemos sentirnos nosotras, para no caer en el caos total. También creo que es importante tener muy claro que cada persona, que en algún momento creció en nuestra panza o a la que conocemos muy íntimamente desde muy pequeña, es única e inigualable.

No podemos por lo tanto ni generalizar y menos todavía comparar. Y en tercer lugar, y creo que es lo que más me ha costado a mi, por lo menos, es que cada adolescente vive su propia experiencia, sus propias emociones y sale de los baches de forma muy individual. Esto me ha costado muchas horas de reflexión, de llantos y lágrimas, de cuestionamientos sobre mi misma, sobre mi propio paso por ese camino.

Me tengo que deshacer de mis prejuicios, de lo que yo creo o creía que era lo correcto o lo incorrecto, de lo que quisiera que vivieran o no. Sobre todo, necesito, valga el cliché, quitarme la pesada culpa que llevo cargando.

Además, soy una persona demasiado reflexiva, en la que la razón está ahí, imponiéndose, sin dejar que afloren los sentimientos, por lo que me es difícil o complicado expresarlos a pesar de que me siento una persona demasiado sensible ante estos acontecimientos.

Esto se suma a las grandes expectativas o a las cosas a las que nos hemos preparado para lograr. Como ya lo dije en textos anteriores, yo pensé que la lactancia, el estar pegaditas, el estar presente en cada paso, el estar acompañando constantemente, me iba a salvar de estas sensaciones tan explosivas, que tanto me confunden cada día. Y luego me pregunto si precisamente esto mismo es lo que causó lo que ocurre hoy.

Pero después me deshago de ese pensamiento, camino dos pasos hacia atrás para alejarme y ver de manera más objetiva. Constato que nada tiene que ver una cosa con otra y vuelvo a recordar que tengo dos hijas con dos experiencias totalmente distintas. Seguramente alguien que las conoce y mira diría tal vez, que tienen una mamá diferente cada una…

La adolescencia me ha tomado por sorpresa. A pesar de saber muchas cosas sobre educación, de leer constantemente sobre las mentes de las adolescencias, de cuestionar la mía propia y revisar cómo fue mi propia madre conmigo, de tratar de recordar cómo era mi propio padre, cómo era el ambiente escolar en que yo vivía, cómo eran mis amigos y amigas conmigo y yo con ellos y ellas, no encuentro respuestas.

A veces siento que no lo logro porque me quedé quizás estacionada y mi madurez está carente de estructura; a veces creo que me miran mis adolescentes y me admiran; a veces me escuchan y se ríen de mis anécdotas de cuando estaba en un equipo de fútbol en mi secundaria o prepa; me miran con cara de asombro cuando les digo que me emborrachaba hasta el olvido y que estaba perdidamente enamorada, que me iba mal en ese lugar autoritario…

Y las miro yo. Las admiro yo. Me sorprende su seguridad y madurez para muchas situaciones: su manera de levantar la voz cuando no están de acuerdo con algo, de confrontar a profesores cuando ven una injusticia, de nunca juzgar a las personas y de ser muy reflexivas de la realidad en la que ellas viven llegando unos análisis muy profundos sobre política, ley, justicia, feminismo, machismo e inclusión.

Y es entonces ahí que me repito con una sonrisa: sí estoy haciendo buen trabajo y sí estoy cumpliendo con lo que yo quería. Se sienten tan amadas y comprendidas y acompañadas que pueden gritar sin tapujos lo que sienten y quieren y sin que les importe lo que los demás piensen.

Así. Así. Una montaña rusa. Una montaña rusa que me trastoca, que me descoloca y que me hace constantes preguntas.

Y es una etapa en la que, como en los primeros días de mi maternidad, la soledad está presente. Es como un renacer de nuevo como madre. Y poco a poco voy encontrando atajos, caminos y bifurcaciones que me permiten sortear los desafíos…

Te comparto algunas cuentas de personas que se dedican a acompañar, apoyar y darle giros inesperados a estas etapas nuevas de la maternidad y que me han ayudado a profundizar:

https://www.instagram.com/yvonnelaborda/
https://www.instagram.com/adolescencia_positiva/
https://www.instagram.com/adolescencia.sara.desiree.ruiz/

Y para la transición entre infancias y adolescencias:
https://www.instagram.com/vivedisciplinapositiva/
https://www.instagram.com/doctorshefali/
https://www.instagram.com/yvonnelaborda/

Clara Zapata: Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.
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