Por María Hernández
Pasaron muchas cosas el primer año y a manera de catarsis te pongo en contexto; mi emprendimiento estaba en pleno auge, tenía muchísimo trabajo, pero cuando un emprendimiento crece y le va bien se enfrenta a muchos desafíos. Mi principal problema era el plagio de mi propiedad intelectual, cada que descubría que alguien estaba tomando el material de mis cursos y haciéndolo pasar como suyo sufría, me temblaban las manos, me dolía la cabeza, me enfermaba del estómago.
En casa todo estaba de cabeza, mi esposo se dedica a la industria turística y antes de la pandemia su negocio tuvo una expansión enorme tanto en México como en Estados Unidos, yo me acostumbré a que él estuviera siempre de viaje. Los niños y yo teníamos nuestras reglas, nuestras rutinas, estábamos muy acostumbrados a ser un equipo de tres.
Cuando nos encerraron por el COVID, mi esposo tuvo que quedarse en casa y adaptarnos fue realmente muy difícil. Él quería poner sus reglas, nuestras rutinas cambiaron, lograr que mis niños tomaran sus clases de Kínder por Zoom y hacer malabares para poder trabajar era una pesadilla. Además, los negocios de mi esposo estaban a punto de derrumbarse, el estrés nos estaba comiendo, las peleas por todo y por nada eran el pan de cada día.
Un día decidimos emprender nuestro primer viaje pandémico y nos fuimos a Huatulco. El viaje estuvo de lujo, aparentemente la estábamos pasando muy bien, pero seguido mi mente se ausentaba y mientras contemplaba el mar me di cuenta que me sentía muy cansada, muy triste, tenía muchas ganas de rendirme. Además, pesaba más kilos que nunca y me sentía muy mal al verme al espejo.
Regresamos a Saltillo y fui al ginecólogo a mi consulta de rutina. Le comenté cómo me sentía y después de hacerme 13 preguntas, me dijo: “María, bienvenida a la premenopausia” ¡¿Qué?! Acababa de cumplir 35 años, sentía que era demasiado joven para experimentar algo relacionado con la menopausia y además jamás había escuchado ese término. El doctor me explicó que la premenopausia comienza a los 35 años, pero muchas mujeres pasan por esa etapa sin siquiera notarlo. En cambio, yo tenía muy marcados los síntomas, no estaba produciendo hormonas. Mi serotonina estaba por los suelos y mi cuerpo era incapaz de quemar grasa. Intenté compensarme con las inyecciones de hormonas bioidénticas, pero me cayeron fatal.
El estrés seguía creciendo, mi estado de ánimo se seguía deteriorando y mis problemas estomacales iban en aumento. Traía el abdomen súper inflamado, pero además no podía comer nada, absolutamente todo me caía mal. Estamos hablando de que hasta el pepino y la lechuga me provocaban diarrea. ¡Era el colmo! No comía prácticamente nada, me la pasaba en el baño y estaba más gorda que nunca.
Viajé a CDMX a consultar a una nutrióloga especialista en enfermedades intestinales, el diagnóstico: intestino permeable. ¡Mi intestino estaba roto! Comenzaron miles de restricciones alimenticias y a pesar del esfuerzo, la frustración por no ver una disminución en la inflamación de mi abdomen crecía.
Entonces recurrí a la biodescodificación, busqué atacar de raíz las razones emocionales por las que todo mi cuerpo estaba colapsando. Empecé a aprender muchísimo sobre mí, mis emociones, mis heridas de la infancia y todo lo que tenía que trabajar para poder sanar. Este camino no es para cualquiera, que te muestren tus sombras, que te remuevan el pasado, que te hagan tomar consciencia de las situaciones que te tienen de cabeza, es realmente duro.
Cuando las cosas parecían ir mejor, llegó el 2022. ¡Fue un año del terror! Mi esposo ya había cerrado varios hoteles, su hermana había sido diagnosticada con cáncer y para marzo ya estaba desahuciada.
Nunca voy a olvidar el funeral de mi cuñada, fue un parteaguas en mi vida. Ella era una persona muy sana, comía bien, era delgada, tenía buenos hábitos, con todo y eso se enfermó. ¿Qué me esperaba a mi si mi cuerpo ya estaba colapsando?
Ver a mis sobrinos afrontando la noticia de que su mamá ya no estaba ahí para cuidarlos, me hizo preocuparme por mis hijos. ¿Qué podía hacer para realmente resetearme y mejorar mi calidad de vida? ¿Qué podía hacer para vivir muchos años y disfrutarlos con mis hijos?
Y aquí es cuando hubo un plot twist: apareció mi hermano en el funeral de mi cuñada y me dio una noticia: ¡Era muy probable que mi papá también tenía cáncer! Se me cayó el mundo entero, en el funeral ya no sabía ni porqué lloraba, no podía procesar todo lo que estaba pasando.
Pobre de mi esposo, le tocó la peor parte. No pudo vivir su duelo, porque a penas pasó el funeral y mi papá ya estaba internado en terapia intensiva en Monterrey. Fueron 30 días en los que mi esposo se hizo cargo de la casa y de los niños, mientras yo iba y venía de Monterrey o dormía en la sala de urgencias del hospital sin saber qué iba a pasar con mi papá.
Unos meses antes de que todo este caos volteara nuestras vidas, yo había estado trabajando de la mano de una Health Coach. Una vez por semana iba a su oficina a aprender cómo cambiar mis hábitos y nutrir mi cuerpo de la manera correcta para regular mis hormonas y sanar mi intestino.
Iba súper bien, me sentía mejor, estaba bajando de peso, estaba aprendiendo muchísimo. Pero todo era súper estricto, si fallaba en algo, recibía una llamada de atención y tenía que volver a empezar de cero. A cada rato empezaba de nuevo y parecía que nunca avanzaba.
Estando en el hospital con mi papá me comía el estrés, me era muy difícil apegarme a mi plan alimenticio. Intentaba hacer lo mejor que podía, pero siempre terminaba regañada, mi Health Coach era súper exigente y aunque entiendo que ella cumplía con su trabajo, no tenía empatía con la situación que estaba atravesando, así que aborté la misión.
Y creo que fue ahí cuando me rendí y me abandoné por completo, empecé a comer mostachones de mango y de fresa en la cafetería del hospital. Vivía a base de mostachones, deliciosos, por cierto. Empecé a autodestruirme, a abandonar los pocos buenos hábitos que había logrado adoptar y subí y subí de peso.
Finalmente dieron de alta a mi papá y aunque creí que todo iba a mejorar, en realidad se complicó más. Dormía en casa de mis papás y a las seis de la mañana ya estaba en mi casa preparando lonches y cambiando niños, los mandaba a la escuela y regresaba a casa de mis papás.
Mi casa era un caos y mi relación con mi esposo tronó, ya no podíamos más era demasiado lo que estaba pasando.
Pasaron los meses y llegó noviembre, ahí comenzó mi colapso emocional: empecé a querer dormir todo el tiempo. Bañarme, alimentarme, incluso lavarme los dientes me resultaba muy difícil, no tenía ganas de absolutamente nada.
Ese mes mi abuela falleció, cancelé mis planes de cumpleaños y a partir de ahí, me volví ermitaña. Durante los siguientes meses solo salía de mi casa al súper y a recoger a mis niños, cancelaba todos los compromisos sociales, no contestaba las llamadas ni los mensajes de mis amigas y pasaba la mayor parte del tiempo en mi cama, la estaba pasando muy mal.
Mi papá empezó a preocuparse por mí, principalmente porque notaba que traía muy inflamado el abdomen, MUY. Pero si no me interesaba lavarme los dientes, menos me interesaba ir al doctor.
Un día iba caminando por el pasillo del súper y dejé de poder caminar. Una punzada en mi estómago me tenía doblada del dolor, mi intestino estaba duro e inflamado. Me asusté tanto que acepté que mis papás me llevaran al doctor.
Rogelio, el gastroenterólogo me confirmó el diagnostico original: intestino permeable o síndrome del colon irritable, pero le sumó hernia hiatal (lo que explicaba la acidez y reflujo) e hígado graso. Yo ya sabía perfectamente que no debía comer y era exactamente lo que estaba comiendo y en grandes cantidades.
Llegó febrero y emocionalmente me sentía cada vez peor. Lloraba todas las noches y me sentía desesperada, había días en los que solo volteaba al cielo y le preguntaba a Dios cuándo se iba a componer todo, sentía muchas ganas de rendirme.
De pronto, estábamos en marzo otra vez, ¡12 meses de caos! El primer fin de semana, mis niños tenían que viajar a San Luis a un torneo deportivo, según yo puse mi mejor cara e hice mi mejor esfuerzo para que pareciera que todo estaba normal. Pero no lo estaba y la gente podía notarlo, todo el mundo veía que había algo raro en mi: estaba ausente, no convivía, no sonreía, no celebraba, me veía triste y me sentía muy mal.
El lunes ya estaba en Saltillo y lo primero que hice fue ir al psiquiatra. Me costó mucho trabajo llegar ahí, hice de todo para que se me hiciera tarde, incluso pasaba en mi camioneta enfrente del consultorio, pero no tenía el valor de estacionarme.
Diagnóstico: “Está usted muy muy aplastada por la depresión”
Solución: Prozac y Rivotril.
Curiosamente esa misma semana me cayó una noticia cómo balde de agua fría: a pesar de todo lo que estaba pasando, durante ese año había logrado emprender exitosamente en la industria del multinivel. Estaba en la cima y ganaba un cheque de 6 cifras, me gustaba lo que hacía, de hecho, el compromiso con mi equipo me mantenía a flote y motivada. Pero esa semana me dieron de baja: sin mi consentimiento revisaron mis conversaciones PRIVADAS y leyeron que hice un comentario desafortunado sobre la vida amorosa del dueño.
No era un chat de trabajo, era una conversación entre amigas y estábamos echando relajo.
Me dieron de baja diciendo que me había expresado mal en público del CEO, pero un grupo de WhatsApp es PRIVADO sin importar el número participantes.
Asumo mi parte: mi comentario fue inmaduro. Pero, por qué querría estar en una empresa que busca intimidarte, controlarte e incluso llega a espiarte violando por completo tu privacidad.
Cuando me llegó la noticia, recordé que unas semanas antes había volteado al cielo y le había pedido ayuda a Dios. Yo había pedido respuestas, necesitaba que todo mejorara y Dios me había dado una respuesta contundente y clara, ese no era mi camino.
Había sacrificado muchas cosas, además de que invertí mucho dinero en viajar por el país para apoyar a mis equipos, también había sacrificado tiempo de calidad con mis hijos. En el peor mes para la compañía yo había mantenido a mi equipo en el top de reclutamiento, estaba completamente dedicada a ese negocio. Pero mi desempeño profesional no contaba, lo que contaban eran los chismes y los favoritismos. Fue una desilusión total darme cuenta que mi esfuerzo no había valido de nada.
Aunque todo fue inesperado y me sentía desorientada, tenía una cosa muy clara: yo no iba a dejar de ser quién soy para encajar en una dictadura. Ahí no había leyes, todo quedaba a “criterio de…” un gerente que no se habían preocupado ni por aprenderse mi nombre, yo era solo un número.
¿Dónde habían quedado mis prioridades? Mi prioridad era mi familia y la había descuidado por completo.
Me tardé en cerrar por completo ese ciclo, pero eventualmente logré dejar de regarle mi energía a personas y situaciones que no la merecen. Decidí enfocarme en mí y me pregunté: ¿qué puedo hacer para sentirme bien?
Ya estaba en tratamiento médico, pero el estrés no se iba. Un día estaba como gato espinado, mi estrés era mucho. Un amigo me preguntó: “¿Pero por qué estás estresada?” Respondí muy a la ligera: “Por nada, debo tener el sistema nervioso desregulado o algo”.
OMG esa era la respuesta: mi organismo estaba completamente desregulado.
Ese día me llamó otra amiga, le conté como me sentía y me recomendó ir con una canalizadora de Ángeles. Qué más daba, ya había intentado de todo, una cosa más una cosa menos.
Sin mucho ánimo agendé mi cita, cuando llegué la canalizadora me hizo enfrentarme a una cruda verdad: me había abandonado por completo. Pero además cómo pretendía cuidar de los míos si no podía cuidar de mí.
Ese día salí con una tarea: entrar en modo contemplación. Mi misión era volverme espectadora de mi vida y empezar a analizar qué situaciones necesitaba cambiar, pero sobre todo qué situaciones necesitaba agradecer. No todo en mi vida era malo, pero yo estaba sumida en un hoyo, todo se veía negro.
Empecé a practicar el agradecimiento, busqué estar más presente y sané a mi niña interior. Esa niña que estaba totalmente reprimida, que ya no bailaba, no cantaba, no gozaba.
Conectar con el momento presente y recuperar el gozo me costó mucho trabajo, pero es por mucho el mejor regalo que me ha dado la vida.
El estrés y la ansiedad me habían acostumbrado a estar, pero no estar. Constantemente buscaba disociarme para enfocarme en los pensamientos que invadían mi cabeza y preocuparme problemas reales e imaginarios, no estaba consciente de las personas y situaciones que ocurrían a mi alrededor. Mucho menos disfrutaba las experiencias que me presentaba la vida, estaba totalmente ausente.
Para sanar a nivel emocional me apoyé de terapias holísticas, meditación y nuevas rutinas.
A nivel físico tenía todavía mucho que hacer, estas eran mis conclusiones y me pueden corregir pues no soy experta, pero si muy intuitiva: el intestino es un órgano súper importante, es nuestro segundo cerebro. Si el intestino no funciona correctamente se desregulan las hormonas, el 95% de la serotonina (la hormona de la felicidad) se encuentra en el intestino; el déficit en la producción de hormonas desregula las emociones y si se desregulan las emociones, se desregulan los químicos del cerebro. ¡Todo es una cadena!
Disclaimer: no soy nutrióloga, médica, chamana, sanadora ni terapeuta holística. Lo que te voy a platicar a continuación es lo que me ha servido a mi para regular mi organismo, siempre es importante asesorarte, informarte y buscar el acompañamiento médico antes de implementar cambios en tus hábitos de salud.
Te voy a compartir una serie de prácticas, rituales y rutinas poco ortodoxas que me han ayudado a sentirme mejor:
- Lo que más me ha servido es dedicar por completo las primeras horas del día a mí.
- Me prohibí el celular, de 6 a 9 de la mañana, no lo enciendo ni por error.
- Cuando me levanto lo primero que hago es ir al espejo, me veo a los ojos y me digo: “Estoy aquí para ti y no te voy a fallar”. Después me hago algún cumplido, estoy tratando de compensar tantos años hablándome feo.
- Me dirijo al congelador, tomo un hielo y lo paso por toda mi cara. Además de que es buenísimo para la piel, también regula el cortisol.
2. En ayunas, hago un ritual para sanar mi INTESTINO:
- Tomo una cucharada de aceite de coco, provoca sensación de saciedad y desintoxica el intestino.
- Me mineralizo tomando un vaso de agua con medio limón y una pizca de sal de mar. Los minerales son nutrimentos indispensables para diferentes funciones del organismo como el desarrollo del sistema nervioso y la producción de hormonas.
- Tomo un té de menta, por dos razones: el agua tibia ayuda a la digestión y la menta ayuda a disminuir la testosterona, la cual se eleva si sufres de estrés y/o problemas hormonales.
3. De 6 a 7 am desayuno con mis niños, dos cosas indispensables:
- Debo romper el ayuno en la primera hora del día, ayuda muchísimo a bajar los niveles de cortisol.
- No rompo el ayuno con frutas ni carbohidratos, sino con proteínas y grasas saludables. Así evito empezar el día con picos de insulina, también me ayuda a tener menos antojos.
4. Después de desayunar tomo mis suplementos:
- Glutatión: es el antioxidante más poderoso, restaurarlo en tu cuerpo es como picarle a un botón de reinicio, hay una regeneración a nivel celular de todo tu organismo. Es clave para combatir el estrés oxidativo. Durante los primeros cuatro meses solo tomaba glutatión y me empecé a sentir muy bien, recientemente incorporé más suplementos a mi rutina.
- Colágeno: yo lo empecé a tomar por vanidad para mejorar el aspecto de mi piel y cabello, pero después leí que te ayuda a reparar las paredes del intestino.
- Ashwagandha: es una raíz de la india que se utiliza comúnmente para reducir el estrés, contiene sustancias químicas que pueden ayudar a calmar el cerebro, reducir la hinchazón y disminuir la presión arterial.
- Vitamina D: poderosísima para fortalecer huesos y articulaciones. También aumenta el metabolismo y la depuración de los tejidos.
- Omega 3: reduce los triglicéridos.
- Cúrcuma: la cúrcuma puede desempeñar un papel importante en la digestión de ese alimento. Las propiedades antioxidantes y antiinflamatorias de la cúrcuma ayudan a una digestión saludable. Se utiliza en la medicina ayurvédica como agente curativo digestivo.
- Probióticos: reparan tu flora intestinal y mejoran los procesos digestivos.
Una vez que mis niños se van a la escuela, tengo dos horas completitas para mí. Como no soy fan de la monotonía mis actividades son variadas, van desde meditar al aire libre y aprovechar para tomar el sol, pasear con mis sabuesos, nadar, leer o estudiar mientras tomo baños de sol.
Después me doy un baño intencionado, de preferencia con agua fría. El agua es un portal, así que durante el baño enfoco mi mente y mi energía en las cosas que quiero lograr en el día, también es un gran momento para hacer afirmaciones y manifestar.
Cuando me dirijo a elegir mi ropa pienso: ¿Cómo se vestiría la mejor versión de mí? El vestido más bonito o la blusa más elegante son ahora opciones para el diario, ya no se guardan para días “especiales”. Verte bien, te ayuda a sentirte bien.
Tengo alarmas y separo espacios de mis días para cocinar, cocinar es un lenguaje de amor y autocuidado. Nutrirme, darme mi espacio para satisfacer esa necesidad fisiológica y tener la oportunidad de consentir y cuidar a los míos, es un nuevo hábito que no pienso soltar por nada.
Saltarte comidas y comer sin horario, altera demasiado a tu organismo. Además, la falta de planeación y el no tener alimentos saludables a la mano, incita a que termines recurriendo a la comida chatarra. Y sí, la comida chatarra altera los niveles de cortisol.
Un tip que me ha servido mucho para quitar los antojos y evitar los atracones de comida es tener a la mano tostadas de maíz horneadas, quinoa ya cocida, pudín de chía con leche de almendra, un par de aguacates, pistaches, nueces y almendras y frutos rojos ya lavados.
Ahora que mi intestino comenzaba a funcionar mejor, empecé a averiguar cómo bajar el cortisol, no es broma cuando digo que hago de todo.
Maneras poco convencionales para reducir el cortisol:
- Masaje en el cráneo
Masajear el cráneo con las yemas de los dedos antes de dormir no solo ayuda al crecimiento del cabello, sino que ayuda a entrar en un estado de relajación.
- Cepillado en seco
Compré un cepillo de cerdas naturales y lo paso por mi cuerpo antes de bañarme, haciendo movimientos circulares. Ayuda a reducir la celulitis, activa el sistema linfático, pero también ayuda a relajarte.
- Baño de sol
Cuando me siento muy muy deprimida y sin ganas de nada, en vez de tumbarme en mi cama, me tumbo en el sol. Favorece el estado de animo y ayuda a mejorar la calidad del sueño.
- Prender inciensos
Hola, soy María y soy adicta a la aromaterapia. Un buen día comienza con un té de menta en la mano mientras los aromas de lavanda, rosas, pachuli o eucalipto invaden mi cocina.
- Meditar
Tomar 20 minutos para calmar la mente, apagar las preocupaciones y respirar conscientemente, no tiene precio y si prendo un incienso de bergamota, aún mejor.
- Comer zanahoria cruda
Contiene fosforo, vigoriza la mente y el cuerpo cansado. Es muy útil para eliminar los cólicos y favorece la digestión. Es un vegetal diurético que evita la retención de líquidos.
- Nadar
Ya había mencionado que el agua es un portal energético, pero además nadar puede reducir los niveles de cortisol y aumentar la concentración de serotonina, que al igual que las endorfinas, nos genera una sensación placentera.
- Caminar descalza por el césped
Grounding (hacer tierra) es una práctica para contactarse con la energía de la naturaleza a través de los pies. Genera un efecto positivo en la actividad el cerebro. Mejora el sueño y reduce los niveles de cortisol nocturno.
- Ir al oftalmólogo
Descubrí que los problemas con la visión generan ansiedad. Revisar tu graduación y acostumbrarte a usar tus lentes a diario, reducen el estrés, no ver bien te mantiene alerta.
- Nutrirse bien y comer despacio
Algunas investigaciones relacionan los niveles elevados de cortisol con el consumo de comida rápida, grasas saturadas y una nutrición deficiente. Comer despacio y seguir un modelo de dieta saludable, favorece la reducción del cortisol y del estrés.
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Me parecía una tarea imposible pero poco a poco he ido arreglando mi desmadre. Si no sabes por dónde empezar, yo empecé por honrar mi palabra y cumplir mis promesas. Si en el día me propongo ir al súper, escribir una columna, terminar un curso o salir a caminar, eso es exactamente lo que tengo que hacer.
Posponer lo pendientes solo genera más estrés, acabas con una carga mental horrible y hasta sueñas con todo eso que no has hecho. Poner alarmas, usar recordatorios en el calendario de mi celular y hacer listas de pendientes por la mañana, me ha ayudado a ir aligerando mis cargas mentales y a celebrar pequeñas victorias todos los días.
Otro secreto que me ha servido muchísimo es imponerme rutinas de autocuidado, por ejemplo, por las mañanas: cepillo y aceito mi cabello para estimular su crecimiento y lo peino en un chongo suelto, después me pongo glutatión en spray sobre el rostro y me pongo bloqueador. Antes de dormir elijo una pijama de satín o de seda (me gusta la sensación de telas suavecitas sobre la piel), cepillo mi cabello, masajeo mi cráneo, me pongo crema humectante por todo el cuerpo, aplico glutatión en spray sobre mi rostro y un poco de retinol. Tomo un vaso de agua y me tomo el último suplemento del día: el magnesio, para regular mi ciclo de sueño y evitar el insomnio.
Suena agotador tener rutinas tan completas, pero en realidad es muy satisfactorio, además descubrí algo: me veo muy bonita cuando me cuido.
También me impuse actividades mensuales de autocuidado que además encuentro muy relajantes:
- Ir con mi masajista
Un drenaje linfático, una reflexología podal o un masaje relajante para apapacharme.
- Ir al estilista
Un lavado profundo y un buen despunte para lucir prolija. Además, que me laven el cabello con agua tibia está en el top de actividades que encuentro relajantes y placenteras.
- Ir al podólogo
También está en mi top de servicios relajantes. Los pies son muy importantes y prestarles atención te lleva a tener una vida saludable. Hidratarlos, masajearlos y prestar atención a la pedicura tiene beneficios incontables: estar más activo, mejorar la postura y cuidar el equilibrio.
- Ir a la manicurista
Voltear a ver mis uñas arregladas y mis cutículas impecables, me recuerda que me estoy cuidando y procurando.
Nadie más es responsable de lograr que tú te veas y te sientas bien, la responsabilidad es tuya.
Llena tu agenda de actividades que te llenen de gozo, asigna espacios para ti, rodéate de gente vitamina y manda a la mierda a la gente tóxica.
Deja de mandarle luz y buena vibra a la gente culera, sé egoísta y toda esa energía vuélvela hacia ti. Protege y cuida tu energía, no le des acceso a ti a cualquier persona.
Y sí alguien decide hablar mal de ti, déjalo. Define quién eres, abraza tu forma de ser y manda al demonio las opiniones ajenas, no hay mayor paz que estar bien contigo misma.
El desafío más grande de cualquier ser humano es aceptar que eres uno con Dios, que eres creador y que tu realidad la defines tú. Ten el valor de tomar el control de tu vida y atrévete a crear una vida llena de luz, alegría y gozo.
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Foto de Monstera Production