Por Mary Carmen Urrieta
Los Asesinos de la Luna (Killers of the Flower Moon)
Director: Martin Scorsese
Actúan: Robert de Niro, Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone
Inspirada en hechos reales, “Los Asesinos de la Luna” (Killers of the Flower Moon), del director Martin Scorsese, se basa en el libro de David Grann y narra el destino que tuvo la comunidad india Osage cuando descubrió un inmenso yacimiento petrolífero en la tierra que habitaba y cómo es que la avaricia y la corrupción de una comunidad estadounidense casi extermina a los nativos de esa tribu, caso que llamó la atención de un naciente FBI.
William Hale (De Niro), hombre de negocios que vive en un pueblo de Oklahoma, recibe a su sobrino Ernest (DiCaprio), quien vuelve de la guerra por problemas de salud. Hale ve en él una buena oportunidad para obtener más dinero, al casarlo con alguna nativa millonaria, como Mollie Burkhart (Lily Gladstone) por ejemplo.
En medio de esa bonanza, quizá inimaginada por los Osage, la comunidad blanca encuentra la forma de acercarse a la fortuna de los nativos indios y lo hace a través de los matrimonios descaradamente movidos por interés.
Hale, considerado guía espiritual y mentor de ambas comunidades, da el visto bueno a esas uniones arregladas y tiene un poder tácito sobre las decisiones que se toman en ese lugar, hasta los miembros del Consejo Osage lo ven con buenos ojos y escuchan sus consejos… eso hasta que ocurren una serie de misteriosas muertes (disfrazadas de problemas de salud) que ponen en el ojo de la justicia federal a ese pequeño pueblo petrolero.
Es aquí donde un asunto planteado en la película adquiere un toque universal y nos lleva a pensar en lo vulnerables que han estado desde hace mucho tiempo las comunidades indígenas en Estados Unidos, México, Latinoamérica y todo el mundo, y cómo la comunidad blanca, esa que de manera gratuita tiene todos los privilegios, (al menos así lo vemos en esta historia) no la integran ni los más listos, ni los más adinerados, ni los más respetuosos de los principios de su raza, sino, los más gandallas (como decimos actualmente), los más corruptos, los más ignorantes.
En “Los Asesinos de la Luna” se sufre más por las injusticias, abusos y asesinatos que se ven a cada minuto de los 206 de la cinta, que por la duración de la misma, 3 horas 26 minutos, exactamente.
Así, nos encontramos con historias en las que mujeres no tan agraciadas físicamente, pero con mucho dinero, tienen y mantienen a maridos apuestos que prácticamente no hacen nada, solo beber, apostar, beber, meterse y meter en problemas a sus familias políticas, mientras ellos se frotan las manos pensando en lo qué harán cuando hereden las fortunas de sus esposas y de sus familias, claro, en caso de que ellas llegaran a morir.
Y no, mi comentario no está cargado de un feminismo a ultranza, basta ver las dinámicas de las familias Osage, en específico la de Mollie Burkhart para entender cómo se vivía en un pueblo en el que sobraban tiempo y dinero, en el que tal parecía que los hombres les hacían un favor a las nativas al casarse con ellas.
Esa era una comunidad en las que los autos de lujo recorrían distancias mínimas y los abrigos de pieles, la ropa de diseñador y las joyas se incluían en atuendos tradicionales de una tribu que poco a poco y a través de los años fue arrinconada en Oklahoma donde descubrió su dolorosa suerte gracias al oro negro.
Esta tragedia me recuerda que también de este lado del mundo tenemos lo nuestro cuando de masacres, racismo e injusticia hablamos, pues no se olvida lo que sufrió en su momento la comunidad china en México, para más señas en Torreón, Coahuila, en mayo de 1911, que con sus justas dimensiones, también fue un crimen de odio, discriminación y racismo.
Sigo, no con mi indignación ante esta historia que nos presenta Martin Scorsese, sino con aspectos técnicos que es necesario destacar, como las actuaciones de sus protagonistas.
A continuación MENCIONO ALGUNOS ASUNTOS IMPORTANTES DE LA PELÍCULA, si no los quieres saber, por favor SALTA ESTOS TRES PÁRRAFOS.
Las damas primero. Qué fuerza interpretativa de Lily Gladstone para sobrellevar todo el dolor que experimenta su personaje Mollie Burkhart en la cinta y hablo del dolor del corazón y el físico, recordemos que ella padece una enfermedad, por lo que su cuerpo es expresivo al 100 por ciento. Gran parte de su trabajo actoral lo tienen su mirada, en especial cuando se dirige a Ernest (DiCaprio) y su voz, qué dolor imprime a sus palabras, cargadas de impotencia, de reclamo. Gran actriz, ¡su llanto pega durísimo en el corazón y con sobrada razón!
Por otro lado y debido a asuntos que no revelaré, DiCaprio y De Niro se disputan el papel del villano más odiado. Aunque DiCaprio bien podría ganarse también una mención especial por su interpretación llena de confusión, arrepentimiento, estupidez, brutalidad y una prótesis dental, ¿verdad?
Pero quien se lleva el reconocimiento como el gran cerebro de la serie de calamidades que le ocurren a los Osage es William Hale. Frío, calculador, corrupto, abusivo y otros calificativos que se acumulan a lo largo de 3 horas y media, que demuestran su capacidad interpretativa, esa que a más de un espectador nos hizo detestarlo.
Las actuaciones, un poco limitadas en minutos de Brendan Fraser y Jesse Plemons son importantes para el desarrollo de la historia y se agradecen mucho.
El diseño de producción, de vestuario, el sonido, la ambientación, entre otras cosas son impecables en la película como la música y la fotografía (a cargo del mexicano Rodrigo Prieto).
Por todo lo que he dicho en esta columna volveré a ver “Los Asesinos de la Luna” y hay un aspecto que me hará invertir de nuevo 206 minutos de mi vida a esta película y será para volver a ver aspectos simbólicos (yo diría casi mágicos) que presenta en relación a la tribu. Te pido que cuando la veas prestes atención a lo que escuchas, a lo que aparece frente a ti en la pantalla y a lo que los tambores dicen o lloran cuando acompañan la doliente voz de quienes cantan.
Dicho esto, reconozco que, aunque “Los Asesinos de la Luna” es estremecedora, me gustó. Toca al espectador, tal vez no de una forma sutil y agradable, más bien, lo sacude y pone el dedo en la llaga ante la deshumanización del hombre ante la materialización.