Por Ana Carrera
De forma histórica, las mujeres hemos implicado espera, cautela, paciencia, dolor, resiliencia, intuición y muchas otras “cualidades” que incluso por supervivencia hemos desarrollado. Estos sentires más allá de lo escatológico que nos resulta vivir y dar vida, resultan de un constante resolver, ayudar, crear, cuidar, nutrir, conciliar y todo verbo en infinitivo que se te ocurra e implique preservar la vida.
En días pasados observaba en el entorno laboral lo cerrado que queda el campo de tomar decisiones (no viscerales) con el recurso humano por parte de los colegas varones, sobre todo cuando hay confrontación con el personal y hierven las iniciativas de venganza o golpes políticos que en el futuro inmediato crean temor e incertidumbre. Observaba, las solicitudes de un “superior” hombre a mujeres “subordinadas”en relación a calmar las olas e invitarlas a usar su “carisma” pasivo ante la situación conflicto, en particular con los actores que amenazan a la organización. Claramente medité que estas solicitudes son expresas medidas hacia estas mujeres de tragarse sus ideales y sentires y de pasarte por las biznagas formas de resolución e incluso teorías hechas por otrxs para el correcto funcionamiento de las organizaciones. Es enviar el mensaje, pensaba, a través de un regimiento femenino quienes al frente de la bronca buscan apaciguar los ánimos.
¿Cuántas veces no nos ha tocado este rol?
Viajamos desde depender del permiso de un hombre, tomar decisiones hasta que este sujeto se sienta seguro y de luz verde, poner el cuerpo como escudo para que las pataletas no le caigan a él.
A cuántas de la generación millenial no les pasó defender al familiar o hermanito menor del cinturonazo castigante, a la mentira piadosa para que el padre no se enoje con alguien de casa, a las que militan y cubren con su cuerpo a sus hermanas, a quienes confrontan a los gritos o a cualquier atisbo de violencia hacia la cría, a levantar la voz en el trabajo a pesar de lo contraproducente que resulte al cobrar la nómina…
Y es que en esa pasividad, que el género masculino encuentra virtuosa, se encierran libertades, gritos y fuerzas reprimidas. La conciliación y la intuición no son sextos sentidos de las mujeres, a mi juicio particular son formas de encajar y prepararnos a todos los escenarios posibles porque la vida para las mujeres no es llana, ni en neutral, ni de bajadita.
Para cerrar estos piensos y hablando de solicitudes, les dejo con un poema y con la canción de esta columna: Accidente – Las ligas menores.
–Ana.
pliego petitorio
que mi cabeza repose,
se sienta blanda en tu cobijo.
que mis dientes no se atranquen.
que mi quijada te convide.
que mis aguas sean mansas.
que tu calma sea cierta.
que tu noticia sea dulce a mi lengua.
que nuestro camino no derrumbe.
que me abras la puerta
a las cuatro de la madrugada.
que me cuentes tus historias
de adolescente y hormonas.
que me juzgues de noche
mientras me quieres y sueñas.
que tu risa melódica anestesie
cuando llegue la hora
y deba irme .