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¿A dónde vamos?

Por Mayte Cepeda

Recuerdo cuando estaba en secundaria cuánto me emocionaba escuchar el timbre del teléfono esperando que la llamada fuera para mí, aún mejor, si era para mí, que fuera el niño que me gustaba.

La mayoría de las veces ni era el niño que me gustaba ni era para mí la llamada. Era para mi mamá usualmente y cuando se trataba de una llamada de mis tías, me tiraba en el regazo de mi mamá para que me hiciera piojito en la cabeza y mientras ella platicaba por teléfono, yo esperaba atenta tratando de oír el chisme o el plan para el fin de semana o lo que fuera que hubiera platicado en su llamada.

Y ni qué decir de los que nos antecedieron por allá de finales del siglo XIX para atrás, en los que esperar y ser paciente era todo un arte. Sin teléfonos y solo con el servicio del correo, esperar por una noticia, un suceso familiar o cualquier tema de interés, llevaba semanas, meses e, incluso, años.

Es un hecho que hoy en día todo avanza espantosamente rápido. Los días como horas y las horas como minutos. Corremos tanto en el día a día que, a veces nos perdemos de los verdaderos placeres de la vida como apreciar un atardecer hasta que anochece o sentarte a ver fotos “impresas” para recordar momentos, lugares, a los que ya no están, a los que seguimos estando, pero diferentes más grandes y maduros, en fin.

En un abrir y cerrar de ojos de pronto todo cambia. Los espacios, las necesidades, las inquietudes colectivas. Siento que hoy en día corremos todo el tiempo, apresuramos las cosas y disminuimos nuestra capacidad de tolerar, de esperar y de ser pacientes.

Y desafortunadamente hemos ido inyectando esas carencias a nuestros hijos. Lo veamos o no, seamos conscientes de ello o no lo seamos, la realidad es esa.

Nuestros hijos usualmente reciben atención y entretenimiento instantáneo que les dejamos pocas (o nulas en algunos casos) posibilidades de experimentar el aburrimiento y de ahí permitir que les surja la creatividad, la conexión neuronal que los lleve a explorar, experimentar y usar su tiempo de una manera distinta.

Hoy en día los niños se están perdiendo de ese fascinante y maravilloso sentimiento y sensación de saber esperar, ser paciente, aguantar e imaginar cuando llegue el momento de recibir algo ya sea un paseo, un regalo, ver a alguien, ir a algún lugar, etcétera y por lo mismo, darle más valor y dejar de pensar que es algo que tenían que recibir por el solo hecho de pedirlo.

Sinceramente espero estar ordenando bien las palabras para decirte exactamente lo que quisiera que entendieras con esto. No se trata de juzgar las costumbres ni hábitos de nadie. Realmente es toda una generación la que viene quitándole valor a la espera y a la paciencia. Y en parte somos todos, los setenteros, ochenteros y noventeros, los que estamos –tal vez inconscientemente—provocando esto.

Tal vez somos nosotros los que pasamos de las tres y cuatro décadas de vida, los que queremos que las generaciones que vienen no esperen ni batallen lo que uno esperó o batalló por algo; sin embargo, les estamos quitando ese derecho, regalo y beneficio de aprender a valorar todo, lo valuable y lo invaluable. El título de este artículo quedó incompleto, la verdad es que aquí la pregunta es ¿a dónde vamos y por qué tenemos tanta prisa para todo? ¿Qué tal si comenzamos a bajar la velocidad de nuestro correr día a día y de pasada contagiamos a los niños? Namasté!

Mayte Cepeda: Yogini ~ abogada ambientalista ~ mamá ~ esposa ~ hija ~ hermana ~ enamorada de la naturaleza, la vida, la familia, los libros y la música ?
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