Hola soy George y vengo a contar mi muerte.
Por Brisa Alcázar
Soy un profesionista bien posicionado económicamente y ante la sociedad, con una familia bonita, conformada solo de mi pequeño hijo de 6 años y mi esposa, con quien últimamente las cosas se han tornado difíciles. Como los demás matrimonios me imagino, crecí en una familia amorosa, con algunos traumas que estuve resolviendo en terapia. Los hombres también sufrimos traumas, en mi caso algunos sin resolver, como el tema con el alcohol que, aunque ocasionalmente lo tomaba, me hacía perder los sentidos en menos de una hora de iniciar una convivencia. Pero aún con esas cosas, traté de ser honesto siempre.
Me considero del clan de los buenos en esta sociedad y pienso que soy confiable, tanto así que mi mejor amigo me prestó su gran tesoro: el revólver nueve milímetros, para guardarlo en mi casa. Quién mejor que yo para cuidar y apreciar este hermoso pedazo de hierro. Claro, como tengo un niño pequeño y una esposa últimamente más gruñona de lo normal, la guardé en un escondite especial fuera del alcance de mi familia, y me fui a descansar temprano.
Como cada noche, mientras revisaba los mensajes de mi celular, me di cuenta que mi grupo de amigos se estaban reuniendo en la casa frente a la mía y como deseaba despejar la mente un rato decidí salir. Además de las ganas de beber alcohol para desestresarme de mis problemas personales y de trabajo, le hablé a una amiga y fui por ella. Con esta amiga llevo varios días escribiéndome, más que nada palabras de ánimo. Me gusta convivir y beber con ella, tiene buena plática. Llegamos a la casa frente a la mía, me imagino que mi esposa e hijo ya estarán dormidos para esta hora.
Comenzamos a beber y platicar, todo era risas y felicidad, pero yo al día siguiente tenía que trabajar, así que decidí irme a dormir. Dejé a mi amiga con los demás ya que quiso seguir la fiesta y me encaminé hacia mi casa. Abrí la puerta silenciosamente para no despertar a nadie, cuando caminaba por la sala recordé el escondite secreto donde guardé el arma de mi amigo, y ya con unas copas encima quise regresar a la fiesta para que todos vieran el hermoso tesoro que poseía.
Regresé, todos me vieron admirados al entrar de nuevo con un estuche y a mi percepción, todos deseaban descubrir qué tenía dentro, cuando lo abrí unos se quedaron impactados con algo de temor y otros se asombraban de la belleza del arma. La saqué para mostrarla y sin más ni menos, en un esfuerzo mínimo, el gatillo se accionó de manera bruta, se escuchó un estruendo seco y fuerte y las risas pararon. Un silencio inundó el momento y vi a mi amiga caer sobre el asfalto frío. En un momento estaban todos cerca de su cuerpo gritando, llorando, otros marcando a emergencias y yo sólo veía el mundo pasar a mi alrededor. Para ese momento, la pistola sobre la mesa, yo gritando y llorando de la desesperación sin pensar en nada más que “ahora soy un homicida”.
Si tan sólo hubiera pensado en mi pequeño hijo, en este momento, las cosas serían distintas, pero tenía la mente en blanco, yo no quería ver el cuerpo de mi amiga (quien me aconsejaba y me hacía sentir bien). Así que volví a accionar el gatillo, pero esta vez primero abrí la boca y me apunté hacia la profundidad de la cavidad oral, disparé y en un instante me sentí desplomar. Lo raro es que no morí del todo, pues aunque ninguno de mis signos vitales estaba presente, podía ver como se movían a mi alrededor y escuchaba la sirenas llegar. Yo sólo pensaba “ahora a dónde voy”.
Todos los sueños ideas y metas se fueron a la basura en esa noche. A lo lejos vi a mi amiga que aún yacía en el piso. La vi sentarse y luego levantarse, mientras con la mano derecha se presionaba el brazo izquierdo. Pero qué pasó, a ella solo le rozó una ojiva en su brazo y yo… Yo me fui por una decisión precipitada, por unas copas de más, por seguir mis instintos, y a veces las historias terminan sin un final feliz, sin una solución del problema, sin alguien que vele mi justicia, pues no hay culpable.
A lo lejos aún no sé qué me espera, después de ahora no sé a dónde me dirijo sólo queda un pedazo de mí que parece viento, pero si espero que aquellos que quedan en este mundo del cual ya no soy parte, quede algo de prudencia, una realidad en la que puedan aterrizar antes de cometer un error irreversible, que por lo menos hoy mi historia pueda dejar una conciencia en las posibles miles de causas de muerte que pudiera alguien prevenir.