Por Ana Victoria Zamora
Hace un mes…. padecí dengue. Un virus que se transmite mediante la picadura de un mosquito. Había escuchado que es un padecimiento grave, incluso de hospitalización y mucho dolor.
Continué con mi vida normal, usando repelente, bloqueador, cuidando cada aspecto hasta que me tocó vivirlo. Tuve los síntomas muy fuertes, los malestares más intensos, horas sin dormir, cansancio en casa y lo que peor me hizo sentir fue el no estar el cien por ciento en mi trabajo. Reposar y pensar en el compromiso que tenía día a día como educadora, como compañera y como segunda mamá de unos pequeños me partía el corazón y la preocupación era muy notoria. Mi familia estuvo totalmente entregada a mi, sentí el cariño, amor y apoyo de mis alumnos, de las mamás de los pequeños y de mis amigas y compañeras. Hasta que finalmente pude regresar y volver a ser yo pero no imaginaba que tendría una recaída aún más fuerte. El virus seguía en mi, tenía secuelas difíciles de controlar, una cara pálida, una tristeza y una desesperación de no sentirme bien. Cada una de mis amigas de toda la vida, mis amigas de trabajo, mis personas amadas estuvieron, están y sé que seguirán a mi lado. Les doy las gracias por ser esos pilares y estar cerca de mí. Gracias a mi espacio favorito de terapia donde puedo escribir y liberarlo todo.
Gracias a mis queridas amigas, mis amigas mamás, amigas que muchas no nos conocemos desde pequeñas, no compartimos la misma edad ni gustos pero si compartimos el mismo espacio de trabajo, en donde hay equipo, apoyo, empatía, cariño, abrazos, risas e incluso hemos compartido lágrimas en más de una ocasión. A esas compañeras que la vida y el trabajo me dieron. Gracias, gracias por no dejarme caer, gracias por los mensajes y palabras de aliento, gracias por las flores y el café, los chilaquiles y las porras, GRACIAS.
La amiga incondicional
La amistad sin duda lo es todo.