Por Liliana Contreras Reyes
Es verdad. El amor no existe. Para explicarme voy a recurrir a dos conceptos con los que trabajo constantemente con los niños.
Durante las primeras etapas del desarrollo, el ser humano requiere experimentar con el mundo concreto. Tocamos, exploramos, movemos, desarmanos, construimos, generamos hipótesis y las probamos una y otra vez con los recursos que hay en nuestro contexto.
Es así como descubrimos que si dejamos caer un vaso, se quiebra; que si estiramos demasiado fuerte a una cuerda, se rompe. Un ejemplo reciente que me pasó con mi hijo. Me dijo: “mamá, ¿sabes que los changos sí existen?”, justo porque acaba de ver uno. Para él, antes de esta experiencia, los changos eran esos dibujos de sus cuentos.
Experimentamos con los objetos y comprendemos la noción de cantidad, de conservación, de tamaño, entre muchas otras cosas que, si nos las explicaran, no las asimilaríamos del todo.
Tiempo después, aparece la abstracción y sus primeros guiños los vemos en el juego. Usamos el dedo pulgar y meñique para formar nuestro primer teléfono; el palo de la escoba, puede convertirse fácilmente en un caballo o en un avión; hacemos pasteles de lodo y, a veces, de aire; hacemos “como si” fuéramos la mamá, la maestra, el policía.
Trasladando ambos conceptos al tema del amor, lo visualizo de la siguiente manera. Aprendemos acerca del amor en el mundo concreto: nuestros padres nos cuidan, nos dan de comer, nos dan ropa y regalos. El amor se demuestra con objetos que podemos tocar, comer, oler. Incluso, los podemos tocar, oler y probar a ellos. Su olor nos reconforta. Sus manos nos tranquilizan. Más delante encontramos el amor fuera de casa, una maestra que escribe nuestro nombre, alguien que nos regala flores o nos lleva serenata.
Sin embargo, ésta es solo una fase inicial del amor. Más allá de eso o, mejor dicho, como trasfondo, encontramos la parte intangible y abstracta: el sentimiento. No lo podemos tocar, ni comer, sino que damos el sentido a las acciones que lo manifiestan. Alguien nos ve y con su mirada sentimos “como si” nos abrazara; alguien nos acompaña en silencio cuando tenemos un problema, nos manda un mensaje inesperado cuando sabe que necesitamos ayuda o compañía, nos pregunta cómo vamos y es “como si” nos sostuviera.
El amor no existe en sí, no lo podemos guardar o manipular, solo lo podemos inferir, podemos interpretar, podemos sentir. Amor a uno mismo, amor a nuestra familia, nuestro trabajo, nuestra pareja.
Puede pasar que nos quedemos en la primera etapa, la concreta. Necesitaremos entonces de objetos tangibles que nos recuerden que el amor está ahí. Cuando logramos pasar a la segunda, es cuando podemos reconocer su presencia solo con los actos (cotidianos o no) en los que se manifiesta.