Por Liliana Contreras Reyes
El siglo XX se caracteriza por grandes cambios tecnológicos. A quienes nacimos el siglo pasado, nos ha tocado vivirlos. Pasamos del uso de una televisión de bulbos, a una Smart TV; de las películas en VHS a la información que habita en “la nube”; del teléfono fijo al Smart Phone (cómo olvidar mi primer Nokia); de los discos de acetato y la música en la radio a Alexa; del ir a revelar el resultado de tus fotos a tomar todas las fotos necesarias hasta obtener la toma perfecta; de ir a las maquinitas de la esquina a conectarnos con amigos a través de Roblox; del libro impreso, heredado de algún familiar, a Kindle.
Pero, ¿qué ha pasado en temas sociales? ¿Los cambios se han dado en la misma medida? Porque sería de esperar que ante el acceso a la información, a través de la tecnología, se favoreciera el surgimiento de políticas en beneficio de quienes, anteriormente, no podían ser reconocidos ni escuchados. No es el tema del presente artículo, pero considero que, en la actualidad, estamos bajo una oleada de información (no siempre objetiva ni verídica), que nos hace cuestionarnos -y poner en duda- todo lo que ocurre en el mundo.
¿Qué pasó con el desarrollo de la mujer durante el siglo XX? En el presente artículo, analizamos algunos datos relevantes del desarrollo femenino durante el siglo pasado.
Tomando los elementos más significativos del contexto de producción de las creaciones literarias que analizaremos en publicaciones posteriores, daremos los datos relevantes acerca de la Historia de México, en el siglo XX. Este periodo puede dividirse en dos segmentos de acuerdo con el libro Nueva historia mínima de México: el de gestación y lucha armada conocido como Revolución Mexicana y el de surgimiento de un nuevo Estado centrado en la figura del Presidente de la República (Escalante, 2008).
Los elementos más significativos del primer periodo (1900-1929) fueron, en primer lugar, la relevancia adquirida del aspecto cultural, pues el país “tenía que diseñar y consolidar su nueva identidad cultural”. En segundo lugar, la aparición, a finales del Porfiriato, del “Ateneo de la Juventud”, grupo que criticó el predominio positivista y la falta de desarrollo de las humanidades y las artes. Entre los integrantes de este grupo se encontraban Alfonso Reyes, Julio Torri, Antonio Caso, Henríquez Ureña y José Vasconcelos. Posteriormente, apareció la generación de 1915, con su grupo de élite, enfocado a la creación de instituciones útiles para la reconstrucción del país. Finalmente, y posterior o a causa del movimiento armado, floreció una nueva corriente literaria: La novela de la Revolución. Con escritores como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Francisco L. Urquizo y, la única mujer, Nellie Campobello, se reconstruyeron muchos de los episodios de la lucha, así como de los personajes que participaron en ella.
En este contexto, el “Universal Ilustrado” publicó en 1922 una noticia que llama la atención porque muestra, de forma muy corta y sencilla, el pensamiento que el hombre tenía acerca de la mujer. El artículo se titula “El Feminismo Antifeminista de Belen de Sárraga”, el cual cito textualmente:
La mujer no hace más que una sola cosa para evolucionar poderosamente. No seguir nuestros pasos… Apartarse. Buscar un nuevo camino que no tenga las huellas de la “caravana”. La mujer, a pesar de lo que diga a cada minuto, no será jamás ni diputado ni senador ni siquiera presidente. No podrá. Para ser diputado, senador o presidente, tendría que “cortarse los cabellos” (el entrecomillado es mío)
(Vela, 1922, p. 27).
Es decir, para que la mujer pudiera acceder a los puestos políticos mencionados (entre muchas otras actividades tildadas de masculinas), tendría que convertirse en hombre. Imposible. El hombre no veía a la mujer como su semejante, sino inferior a él, incluso en el periodo de la Revolución Mexicana, en la cual ella jugó un papel trascendental al oponerse a la dictadura. No es extraño que todos los héroes del panteón oficial de la Revolución sean hombres. Un aspecto es rescatable de su comentario: la mujer debe “buscar un nuevo camino que no tenga la huella de la caravana”.
En 1910, el 14 por ciento de las mujeres en el país integraban la fuerza laboral, desempeñándose en servicios domésticos, agricultura e industria —sin contemplar la prostitución, que hacia 1905 se cuantificaba en 9 mil 742 mujeres (Salinas, 2000, p. 4; Lau, 2009, p. 7). Además de las esposas e hijas que siguieron a los varones en la lucha, estas mujeres económicamente activas se unieron a los diferentes ejércitos y su participación se ve reflejada en el uso del término “adelita”, para englobar a las mujeres-soldado que participaron en el movimiento y que “traspasaron las fronteras o límites que se habían trazado entre los géneros” (Rocha, 2009, p. 21).
Acerca de las soldaderas, el “Reel life” publicó que
en México hay una clase de mujeres -con mucho, las más numerosas de todas- que no se quedan en sus casas. Experimentan no sólo el miedo incesante por la seguridad de sus seres queridos, que la guerra trae consigo, sino que siguen de cerca a la tropa.
(Salinas, 2000, p. 18).
En los “Antecedentes históricos de la participación de las mujeres en México”, Rosario Novoa (1997) comenta que la Revolución fue un momento crítico en el desarrollo femenino, pues en ella se luchó por sus derechos políticos. En 1914, Carranza como Jefe del Ejército Constitucionalista promulgó la Ley del Divorcio, lo que amplió la seguridad de la mujer. El año siguiente, el gobernador de Yucatán, Salvador Alvarado, convocó al Primer Congreso de Mujeres, en el cual participaron 617 delegadas. Es a partir de 1917, con la Constitución Mexicana, que el hombre y la mujer aparecen como iguales ante la ley; sin embargo, hasta 1928 se redactó el nuevo Código Civil, en el cual se dispuso que “la mujer no queda sometida, por razón de su sexo, a restricción alguna en la adquisición y ejercicio de sus derechos” (p. 15).
El segundo periodo (1930-2000) dio inicio con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), con la culminación de la “Guerra Cristera” y con la institucionalización del ejército (Escalante, 2008, p. 261). El principal cambio después del periodo de lucha fue “el tránsito de una sociedad agraria a una sociedad urbana” (Escalante, 2008, p. 262). Muchas de las instituciones que existen hasta la actualidad vieron su luz en estos años, como la CTM, el PRM (posteriormente PRI), el PAN, la CFE, el IPN, el IMSS, la Universidad Nacional ganó su autonomía, entre otras.
En el mundo cultural, el radicalismo estaba a la orden del día. Intelectuales y artistas creaban organizaciones, se publicaron novelas de contenido nacional e indígena. Muralistas, escritores y músicos participaban activamente en movilizaciones de carácter político. Sin embargo, no existía unanimidad. “Los contemporáneos” mostraban su escepticismo y recelo con respecto a los radicales y por ello eran acusados de elitistas y europeizantes. Los profesores y estudiantes católicos controlaban la Universidad Nacional y buscaban mantenerla al margen de las orientaciones socialistas, bajo la bandera de libertad de cátedra.
Además de la industrialización del país y la urbanización de las principales metrópolis, “la televisión, las facilidades para la transportación aérea y la comunicación telefónica, junto con la cada vez más clara moderación gubernamental”, fueron una clara influencia en el desarrollo cultural de los mexicanos, reforzando su participación en temas como Derechos Humanos, prevención del SIDA, homosexualidad, multiplicando las organizaciones no gubernamentales con fines sociales.
En 1949, Octavio Paz publicó El laberinto de la soledad; contrariamente a la vida urbanizada, Juan Rulfo dio a conocer El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), mostrando el mundo provinciano y rural. Carlos Fuentes sorprendió con la primera novela en que la ciudad de México es protagonista, La región más transparente. La apertura a nuevos estilos y formas provenientes del extranjero permitieron la diversificación de contenidos literarios.
Al mismo tiempo que las obras de Rulfo, Arreola, Paz y Fuentes ven la luz, aparece un artículo publicado en PAQUITA de lunes, llamado “¡Señora!¡No lea esto!” donde el actor Richard Conte habla del cansancio que le provoca escuchar hablar de la mujer como “el sexo misterioso” o “el enigma” y alega que no son ni enigma ni misterio, sino simples seres humanos. Según el actor, todo empezó cuando al hombre se le ocurrió, para divertirse con sus amigos, hacerle creer a la mujer que se encontraba en un pedestal. Pero llegó el día en que el hombre se dio cuenta que necesitaba una compañera de verdad y no una muñeca, y la mujer ya no creyó que era igual que él, sino que ella era diferente (Conte, 1950, p. 48).
Esta opinión tiene lugar entre cambios como la aceptación e incremento de participación femenina en el mercado laboral, gracias a la implementación de medidas de control natal, ya que de acuerdo a CONAPO hay una relación entre el descenso de la fecundidad y el incremento de la participación femenina en el trabajo extradoméstico (Rendón, 2007, p. 16).
Al modificar el artículo 34 de la Constitución, la mujer mexicana adquiere el derecho al voto en 1953, durante el periodo presidencial de Adolfo Ruiz Cortinez, como respuesta a la iniciativa de mujeres, entre las que figura la periodista Laureana Wrigth. Desde el Porfiriato, ella reflexionó sobre la educación y desarrollo de la mujer, planteando “la demanda del voto y la igualdad de oportunidades de ambos sexos” (Salinas, 2000, p. 14) en publicaciones como La emancipación de la mujer por medio del estudio y Educación errónea de la mujer y medios prácticos para corregirla.
Alrededor de 1974, la adopción de las nuevas políticas demográficas, basadas en la planeación y el control de natalidad permitieron disminuir la tasa de crecimiento poblacional de 3.6 a 2.6 por ciento, entre 1970 y 1990. Además del incremento de divorcios, creció el número de hogares encabezados por mujeres (Escalante, 2008, p. 290-299).
El tema de la educación no es tan alentador, pues alrededor del 66 por ciento de las personas analfabetas en el mundo son mujeres (Bustos, 2003, p. 6). Aún cuando la mujer empezó a acceder a las universidades durante el Porfiriato, los datos proporcionados por el INEGI en el 2005 nos dicen que su participación es mínima. El indicador “Porcentaje de la población de 24 y más años con algún grado aprobado en estudios superiores” muestra que sólo el 12.7 por ciento de la población femenina cuenta con este grado, considerando aquel segmento de la población que debería haber cursado el nivel profesional (INEGI, 2005).
En el periodo de 1970 al 2002, se incrementó exponencialmente su ingreso a la Universidad de 36 mil 071 a 935 mil 881, pero el porcentaje de deserción es igualmente alto, pues sólo el 31 por ciento de estudiantes que ingresan concluyen su carrera profesional.
En los años setenta, Poniatowska entrevistó en varias ocasiones a Rosario Castellanos, con un interés genuino de mostrar la situación de las intelectuales de la época. Pero su editor, Fernando Benitez, se negó a publicar las entrevistas, recomendándole dejar “a las sufragistas por la paz. Aburren” (Castellanos, 2005, p. 15). Estas entrevistas, afortunadamente, se publicaron después de casi 35 años en “La Jornada”.
En México, entre 1952 y 1997, fueron electas 476 mujeres como diputadas, en 16 legislaturas, representando el 9.7 por ciento del total de miembros; en el senado, han sido elegidas 64 mujeres en 8 legislaturas, con una representación del 10.1 por ciento del total de senadores (Novoa, 1997, pp. 231-232). En 1979, Griselda Álvarez, primera gobernadora, toma posesión de su cargo en el estado de Colima; Rosa Luz Alegría es la primera en encabezar una Secretaría de Estado, en 1980, aunque en sustitución de Guillermo Rosell (Monsiváis, 1999, p.172). La contraparte es el caso de la oaxaqueña Eufrosina Cruz Mendoza, quien ganó las elecciones municipales de Santa María Quiegolani, en el 2007 y, sin embargo, su puesto le fue arrebatado, debido a “la aplicación literal de la costumbre que dicta que Quiegolani no puede ser gobernado por una mujer. Y menos profesionista” (Cayuela, 2010, p. 33). Como mujer zapoteca era rechazada en su pueblo por contar con una profesión y, a pesar de que la ley le permitía participar en las elecciones para cualquier cargo, fue la costumbre la que no se lo permitió. Durante todo el siglo XX, no hubo ninguna presidenta de la República.
Finalmente, las mujeres siguen padeciendo con respecto a los salarios, recibiendo hasta un 34 por ciento menos que los hombres, a pesar de contar con posiciones ocupacionales y escolaridades similares (Gobierno de México, 2021). En las dos últimas décadas del siglo, el 80 por ciento de los obreros dentro de las maquiladoras en la región fronteriza, eran mujeres (Arenal, 1986, pp. 10-12).
De alguna manera, Virginia Woolf se preguntó acerca de estos temas: “¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué un sexo era tan adinerado y tan pobre el otro? ¿Qué influencia ejerce la pobreza sobre la literatura? ¿Qué condiciones requiere la creación de obras de arte?” (1991, p. 25). La autora reflexionó acerca de su suerte, en caso de no haber recibido una herencia. Antes de ello, trabajó en lo que le era permitido a una mujer antes de 1918, por ejemplo “pescando tareas raras en los diarios, haciendo la crónica de una exposición de burros por aquí, de una boda por allá (…) leyendo en voz alta a señoras viejas, haciendo flores artificiales” (1991, p. 35). Gracias a la renta recibida, estuvo en posibilidad de generar productos culturales valiosos y proveerse de lo que llamó una habitación propia.
Se podrá pensar que como le ocurrió a Judith, la hermana de Shakespeare, muchas mujeres en México están sacrificando su educación por un hermano varón. Es decir que, cuando una familia, con recursos económicos limitados tiene que decidir sobre la educación de los hijos, da prioridad a la educación de los varones. La mujer será, como de costumbre, relegada a las labores del hogar, independientemente de su interés por estudiar o de la inteligencia que posea, incluso si es mayor a la del hermano.
El caso de Judith no es algo alejado de la realidad actual. La historia de vida de Tererai Trent se le asemeja en gran medida y, con ello, vemos que no es excesivo pensar que ocurra de la misma manera en México. Con un hermano que no aprovechó la oportunidad de estudiar, un matrimonio forzado, cinco hijos, un contexto social en contra de su educación, siendo originaria de uno de los países más marginados del mundo, logró terminar su carrera universitaria y se ha convertido en una mujer económicamente activa en África, adquiriendo mayor libertad y posibilidad de ayudar a los suyos (Kristof y WuDunn, 2010, p. 20).
Fue Sor Juana Inés de la Cruz, la primera mujer que habló “en nombre propio, defendiendo a su sexo y, con gracia e inteligencia, usando las mismas armas que sus detractores, acusa a los hombres por los vicios que ellos achacaban a las mujeres” (Paz, 2008, p. 400). Desde entonces, el rezago no ha sido superado, no sólo entre hombre y mujer, sino entre el campo y la ciudad y entre las diversas clases sociales.
Aunque se ha considerado a la educación como el elemento que puede llevar a la mujer a su justa dimensión, a lo largo de su historia en México vemos que aún en los primeros años del siglo XXI no es significativa su presencia en los distintos ámbitos en que puede desempeñarse.
No podemos exigirle un desarrollo cultural de calidad si no tiene acceso y apoyo para atender a su propia formación. Pues “si la cultura no es asimilada [en la escuela o por medio de la educación], ¿cómo podrá ser producida?” (Castellanos, 1971, § 2). No es gratuito que el uso de herramientas literarias como el humor, la ironía, la polifonía, entre otras, se den de forma tardía en comparación con la literatura escrita por hombres. ¿Cómo esperamos un desarrollo paralelo a las manifestaciones artísticas del varón, si su desarrollo sociocultural ha sido más lento y dificultoso?
Vamos detrás y no por decisión propia. Vamos, como podemos, poniéndonos al corriente en cuanto al desarrollo educativo, social, económico y cultural del hombre. No nos falta capacidad ni entusiasmo, creo (y espero) que solo es cuestión de tiempo. De todas las formas posibles y necesarias, la lucha por la equidad debe continuar, hasta alcanzar lo que es justo. Una lucha que, como mujeres habemos en el mundo, es igual de diversa. Lo que sí es un hecho es que, como lo dijo Vela, nuestra lucha debe alejarse de la caravana.
Referencias:
Arenal, Sandra (1986). Sangre joven. Las maquiladoras por dentro. México: Nuestro Tiempo.
Bustos Romero, Olga (2003). “Mujeres y educación superior en México. Recomposición de la matrícula universitaria a favor de las mujeres. Repercusiones educativas, económicas y sociales”. Disponible en línea en www.anuies.mx, consultado el 31 de marzo de 2010.
Castellanos, Rosario (1971), “La abnegación: una virtud loca” [versión electrónica], disponible en línea en www.debatefeminista.com, consultado el 31 de marzo de 2010.
Castellanos, Rosario(2005). Sobre cultura femenina. México:Fondo de Cultura Económica.
Cayuela Gally, Ricardo, “La prisión de la costumbre”, Letras libres, Número 136, México, Abril de 2010, pp. 32-33.
Conte, Richard, “¡SEÑORA! ¡No lea esto!”, PAQUITA de lunes, Número 1140, México, 1950, p. 48
Escalante, Pablo, et al. (2008). Nueva Historia Mínima de México. México:El Colegio de México.
INEGI, “Porcentaje de la población de 24 y más años con algún grado aprobado en estudios superiores”, en INEGI. Disponible en línea, www.inegi.gob.mx, consultado el 12 de noviembre de 2008.
Kristof, Nicholas y Sheryl WuDunn, “La cruzada de las mujeres”, Letras libres, Número 136, México, Abril de 2010, pp. 14-20.
Lau, Ana, “Todas contra la dictadura: las precursoras”, Proceso. Fascículo coleccionable. La mujer en la Revolución, Número 3, México, Junio de 2009.
Monsiváis, Carlos (1999), “El segundo sexo: no se nace feminista”, Debate feminista [en línea], Año 10, Volumen 20, México, pp. 165-173, disponible en http://debatefeminista.com, consultado el 15 de abril de 2010.
Novoa Peniche, Rosario (1997). Más mujeres al congreso. México: Secretaría de gobernación.
Paz, Octavio(2008). Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. (3ª ed.) México: Fondo de Cultura Económica.
Rendón, Teresa, “Participación femenina en la actividad económica. Doble jornada femenina y bajos salarios”, en E-journal. Disponible en línea, www.ejournal.unam.mx, consultado el 7 de abril de 2007.
Rocha, Martha, “Soldaderas y soldados”, Proceso. Fascículo coleccionable. La mujer en la Revolución, Número 3, México, Junio de 2009,
Salinas Álvarez, Samuel (2000). Las mujeres en la Revolución. México: Museo Nacional de la Revolución.
Vela, Arqueles, “El feminismo antifeminista de Belem de Sárraga”, El Universal Ilustrado. Nuestras Entrevistas, Año VI, Número 270, México, 1922, p. 27
Woolf, Virginia (1991). Un cuarto propio (traducción del inglés de Jorge Luis Borges). México:Colofón.