Por Liliana Contreras Reyes
Muralla china, oye cómo retiembla el suelo por los pasos nómadas que hacen vibrar tus cimientos.
Muro de Berlín, ruega por la vida de los descendientes de tus prisioneros a quienes robaste la mitad de su vida.
Muro de los lamentos, escucha el sollozo de los caídos que vierten sobre ti su nostalgia, desgastando tus paredes con lágrimas.
Muro del inglés Adriano, resople el viento llevándose a migajas tus ladrillos y abriendo la justicia económica de tus pobres ciudadanos.
Muralla de Dubrovnik, ruega porque las armas modernas no te arranquen de tus tierras croatas.
¡Oh, gran muralla de Ilión! Llévate contigo las historias de héroes y sometidos, que han sobrevivido miles de años en el imaginario del mundo.
Y tú, muro de la vergüenza, ten piedad de los mestizos que han dejado su sangre en tu pueblo y pasa a la historia frente al nuevo muro mexicano.
Abran paso al metálico y efímero muro del temor, al muro del descaro, al muro del patriarca que teme por sus edificios y no por sus ciudadanas. Escúchanos.
Abran paso al metálico y cínico muro de la cerrazón, al muro del retrógrado país que cree que, ignorando, los problemas son inexistentes. Escúchanos.
Abran paso al símbolo de defensa y represión, el símbolo del verdugo que activa la navaja sin dar la cara, símbolo, sí, de que una muerte, la nuestra, es menos importante que el monumento a Juárez.
Rueguen por nosotros, bisabuelas, abuelas y madres.
Rueguen por nosotros, nuestras hijas y nietas.
Rueguen por nuestras restauradoras con glitter.
Rueguen por nuestras mujeres en movimiento.
Rueguen por tantos nombres de inolvidables rostros.
Rueguen por la vida.
Rueguen porque no acabe la esperanza.
Rueguen porque nacer mujer no sea sinónimo de desventaja.